martes, 19 de julio de 2011

QUE NO ESCRIBA DEL CAFÉ.


Te lo prometo, no escribiré del café. A nadie le puede importar que tres amigas como vosotras toméis un café a media mañana. Eso no tiene interés para nadie. Si acaso, para la dueña del bar que os lo ha servido en la terraza.

Me dijo Nieves que escribiera algo antiguo, algo de mis recuerdos de antaño, y creo que le voy a hacer caso. ¿Quién puede negarle algo a Nieves tan complaciente y paciente como ella es con todo el mundo? Nieves, para quien no lo sepa, es el espíritu creativo de todo aquello donde se necesite un toque decorativo, es decir, una pincelada de belleza y finura dada con la sensibilidad más acertada. Esa es Nieves. Luego casi se esconde, porque es tan callada de cuanto hace, que hasta se ruboriza cuando con justicia se pondera su obra.

Pero no, del café de media mañana no hablaré. No hablaré para que no se entere nadie. Por eso me dijo María cuando no os encontré dentro del bar, que haciendo bueno estabais siempre en la terraza. No escribiré de ese tema, para que ni María ni nadie sepa donde tomáis el café.

Se me olvidó hacerte una pregunta, Flor. ¿Quién es tu médico? Yo quisiera tener el mismo para que cuando me prescriba un tratamiento lo haga con recetas de cafetería y no de farmacia Porque como a ti no te gusta el café, y dices que lo tomas como medicamento…. ¡Tenías que haber visto la cara que puso Mónica cuando asegurabas tal cosa! El pitillo que estoy seguro fue detrás, ¿también a cargo de la Seguridad Social? Por favor, dime quien es tu médico para pedir yo el cambio.

Nieves, de aquellos años, de los primeros hace ya tanto tiempo que…. Pero te aseguro que es entrañable recordarlos. Entonces los críos no teníamos de esas maquinitas electrónicas que casi los dejan bizcos; nosotros atábamos dos “garojos” a un trozo de palo de saúco y ya teníamos una pareja de vacas tudancas con las que nos lo pasábamos en grande. Y aros que conducíamos con una “manilla” hecha de alambre fuerte, y nos sentíamos con ellos como si condujésemos un fórmula 1. En los recreos de la escuela jugábamos al “ruchi” con las nueces que robábamos cuando íbamos de camino, y el maestro nos mandaba mostrar las manos para ver si teníamos los dedos sucios de “marcia” (la mancha de nogalina que deja la cáscara verde,) y nos daba en ellos unos “regletazos” que nos hacía ver las estrellas. Pero como entonces no existían “defensores del menor” que enviaran al maestro a la cárcel, nos teníamos que aguantar. Ah, y los padres nos daban en el culo cuatro azotes cuando lo merecíamos, y fíjate si eran malos los vecinos del pueblo, que en lugar de decir que nos maltrataban, decían que era porque nos enseñaban bien.

Y teníamos en la escuela un Cristo en medio de la pared principal y a Franco y a José Antonio uno a cada lado, y en la fachada de fuera, justo entre el aula de niñas y la de los niños, la bandera nacional. Nos enseñaron que el Cristo era el símbolo de nuestra fe, y la bandera el símbolo de nuestra patria, que eran ambos los símbolos más importantes de los que debíamos estar orgullosos, pero parece ser que ahora, cuando ya soy más viejo que Matusalén, por las cosas que veo y escucho estoy descubriendo que aquellos hombres de mi niñez eran todos unos mentirosos. ¡Incluido hasta mi padre, que también me lo decía! Vivir para ver, Nieves.

Pero bueno, a todo se acostumbra uno. Y se aprende, claro que se aprende. Se aprende cuando menos a dudar de si lo de ahora será lo bueno y lo acertado, porque como la historia parece ser que es según quien la escriba, los historiadores de hoy, sospecho que mañana pueden ser desmentidos…

J. González González ©

2 comentarios:

nreigadasn dijo...

Gracias Jesús, por las cosas tan bonitas que dices de mi en tu relato.
Nieves

Anónimo dijo...

Muy bonito y con mucha dulzura jesus, me ha encantado

Monica