sábado, 16 de julio de 2011

LA SILLA


Creo que era nueva, de oficina y con respaldo regulable. Se la habían traído aquél mismo día, y prácticamente la estaba estrenando. Se movió para atender al teléfono que la reclamaba, y una de las ruedas partida en dos, salió rodando. Me apresuré a reparársela, y me dijo algo así: “Va a ser inútil, ya la arreglé yo dos veces, y la rueda vuelve a salirse”. Después, cuando aparentemente quedó reparada, añadió: “Anda, mira: escribe algo sobre la silla”.

La silla. ¿Qué podría decirse sobre una silla que no se haya dicho ya? Las hay clásicas, rústicas, modernas… De paja, de mimbre, plegables de playa, de tijera… Anchas de respaldo alto y brazos que llamamos sillones. Mas estrechas y con brazos a las que decimos butacas. Cómodas de respaldo bajo y brazos llamadas poltronas… Y como la gente ya no sabe que inventar para sacar el dinero a otra gente, inventaron las sillas ergonómicas para que el que necesite estar mucho tiempo sentado, no estropee su columna vertebral. Me gustaría ver un estudio serio sobre el resultado de tal “ergonomicidad”, que ¡como el cliente no adopte una postura correcta…!

Lo que no se si se ha dicha ya o no se ha dicho todavía, es que todas ellas están dedicadas única y exclusivamente a recibir los culos de cuantos quieran ocuparlas. No tienen otra misión. Un culo que se marcha, y otro culo que llega. Las sillas son por tanto, “especta-culares”. Precisando un poco yo diría que “especta-culeras”. Si tuvieran vida las sillas sería toda una ciencia analizar sus sentimientos; saber cuales serían sus “sentires” de soportar constantemente la redondez de su carga, y de paso conoceríamos un poco “más a fondo” la anatomía humana.

Porque, ¡cuidado que habrán soportado culos las sillas! Los conocerán de todos los tamaños: esféricos, semiesféricos, de glúteos duros y glúteos blandos, y de pesos bien diferenciados. Culitos pequeños, estrechos y humildes de los que pasan por esta vida sin pena ni gloria. Suelen ser culitos hambrientos, mendigantes de caricias y achuchones, que a lo sumo han recibido un apretón o un afortunado roce en la densidad de un tranvía abarrotado de gente. Complacidamente habrán soportado esos culos de ensueño que suelen estar sujetos a unas caderas perfectas. Son culos de dulce contoneo cuando caminan, que suben y bajan la nalga maciza a cada paso que dan. Son culos duros, casi perfectos, que parecen ir pregonando a los cuatro vientos su capacidad de empuje y su capacidad de aguante… Son culos poseedores de imán ocular, es decir, culos capaces de conseguir volver tras ellos los ojos de la gente con quien se acaban de cruzar… Otros culos son tremendos: de mujeres desbordadas a derecha e izquierda del asiento. Culos monumentales cuya aproximación hicieron temblar de auténtico terror a la maltrecha silla de turno… Son culos resignados, incapaces de soñar con apretón alguno porque aprendieron hace mucho que no hay en el mundo largura de brazos capaces de abarcar su volumen.

Si, sería curioso entrevistar a una silla. Una que fuera sincera y respondiera de los pesos, de medidas, de perfumes, de humedades… Sería curioso.

J. G.G. ©

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