domingo, 31 de julio de 2011

LA BANDERA DE LA ACEBOSA



Llegué pronto a la Iglesia de San José para disfrutar de los preparativos en la festividad de la patrona de La Acebosa, La Magdalena.

Al entrar e el templo, tuve la sensación de cierta placidez y luminosidad. Hasta las cuerdas que hacían tañer las dos campanas en lo alto de la espadaña, lucían en blanco impoluto; repicaban impulsados por los monaguillos que se esmeraban en hacerlas voltear; cedieron pronto el testigo a dos parroquianos adultos. Era la primera llamada a los fieles para asistir al acto religioso.

Adornaban el altar mayor y las andas de la imagen de María Magdalena, centros y ramos de coloridas flores que alegraban todo el espacio sacro. Todo ello quedaba acordonado por un semicírculo de 16 cojines bermellones, donde se arrodillarían este año, el grupo de picayas más jóvenes, su colocación era de mayor a menor, quedaron en los extremos las dos más pequeñas, tenían cinco años. Rodeaban la imagen de la patrona que estaba apartada a un lado, así dejaba a la vista el altar y los oficiantes. Estarían acompañadas por las más veteranas que permanecerían en los laterales.

El jovencísimo tenor local, estaba situado en el coro acompañado de la pianista corraliega. Subía y bajaba partituras en mano, para sincronizar con uno de los tres sacerdotes que concelebraría la Eucaristía, el momento en que debía ser cantada cada obra.

Traté de conseguir algún dato sobre el repertorio para ese día. Estaba tranquilo y me dio cumplida información sobre las piezas que escucharíamos. Sé de su amplia trayectoria, formación musical y a pesar de su juventud, de los abundantes conciertos, además sus actuaciones se han ampliado a otras provincias.

Decía que desde el coro mejoraría la acústica.

Comenzaría con el canto de entrada Los Peregrinos, donde varió la letra de G. Lorca con la inclusión de nombres como El Hoyo y La Acebosa; interpretaría Caro Laccio, Ave Maris Stella, Sanctus, el Padre nuestro, concluyendo con la dulce Arietta, Vaga Luna de Bellini.

A las 12 en punto y con la Iglesia a rebosar, se rogó silencio para comenzar la celebración religiosa. Vi con curiosidad que las personalidades, según costumbre de La Acebosa, se quedaban en la parte trasera; lo habitual en otras poblaciones es que sean colocados delante, en los lugares principales. Otro dato curioso, los señores siempre se aposentan en los últimos bancos, tan solo preceden a las señoras en las navidades, para comulgar, la adoración del Niño Dios, etc.

La emoción y la energía se palpaban en el ambiente, era fácil dejarse llevar por esta situación emocional, acrecentada por la educada voz del tenor, poderosa y agradable; se hizo dueño de La Acebosa entera, aportó serenidad a pesar de hacer estremecer.

Los picayos que portarían la Virgen, fueron los primeros en entrar y la rodearon custodiándola. Llegaron las treinta picayas poco después; recorrieron la única nave o brazo mayor de la Iglesia de San José, por el gran pasillo colindado por bancos, encabezaban el grupo engalanadas con la misma vestimenta, dos niñas de tres años; todas inclinaron sus cabezas ante la Virgen y se disponían en otros bancos de través, contra la pared del fondo de los brazos menores de su planta en cruz.

Cantaron y homenajearon a la Magdalena, una vez terminada el acto religioso y también, durante la procesión.

El ambiente se convertía en una mezcla de orgullo, emoción y memoria colectiva.

Se unieron a los cantos de las picayas todos los feligreses y se fueron acercando los familiares de las picayas junto con fotógrafos, periodistas, cámaras de video y televisión, etc.

Por definirlo de alguna manera, estaba ocurriendo algo parecido a cuando se está fuera del país natal y se iza la bandera de la Patria. Todos se estremecen y añoran a los suyos, a su tierra…

Pregunté a mi vecina de banco y también de antaño, si había bandera en La Acebosa. –Pues no, no tengo ni idea, jamás he oído hablar de ella.

“Ahí comencé a imaginar como podría ser esta bandera, dos minutos después la volví a comentar: –Ya tengo los colores y la forma.

Sí; rectangular con el verde de la naturaleza, blanca de la cal que se distribuía a toda la zona, un brillante raíl ferroviario sesgándola en dos…

Al día siguiente, llevé aquella idea ante mi amigo artista y en el mínimo tiempo, tenía a la vista el resultado; pero faltaba algo y la cabeza de este hombre, tan rápida como su mano, plasmó en la parte blanca, la hoja de acebo que da nombre a nuestro pueblo”.

Salió todo el grupo secundado por los feligreses y comenzó la procesión desde El Bau, hoy la plaza mayor, carretera abajo. Este recorrido hacía recordar mentalmente los barrios, cuestas y manantiales. La Pasá, El Rebollu, El Almonte, La Paliza, La calleja en Guerra, La Perujana, La Encina, El Cuetu, El Coterucu, la fuente de la Cagazana, la cuesta de San Martín, la cuesta del Castañar, Las Vallejas, el Tarritón, Hería, Piedra Hita, La Milla, Los Tomases, el antiguo camino del cementerio, El Parador de la Mina, El Pueblu, El Ramonillu, Fuentes o la Poza de Arriba, El Caleru, los antiguos caminos que bajaban del Casar a Tamborríos, el río Gandarilla donde nos bañábamos de críos, camberas y un largo etc. ¡Qué tiempos!...

Llegaron de nuevo al templo y terminó como había empezado la celebración religiosa, con una gran cohetada.

Comenzó entonces, una gran actividad lúdica. El encuentro de familiares y amigos con un chiquiteo y la degustación de un tentempié que ofreció la comisión de fiestas. Hubo saludos, conversaciones en el recuerdo acompañados del buen día de sol.

Se recuperó esta tradición de tocar la pandereta, cantar y pasear en procesión a la Magdalena, hace seis años gracias a cuatro antiguas picayas, pues estaba relegado desde 1.994. El primer año consiguieron reunir a 52 picayas de todos los tiempos. Alguno de los picayos y picayas de este año, rondaban o sobrepasan los 80 años y se reunieron en este acto hasta cuatro generaciones de acebosanos, acudieron de cualquier lugar de nuestro país o incluso, de otras naciones.


Comentó una de las seis pioneras lo siguiente:

- La letra que databa de los primeros años del siglo 20, se perdió en la memoria de los tiempos y fue entonces, cuando el escritor y sacerdote, Máximo González del Valle, natural del lugar, creó la actual. Tiene 22 estrofas con un total de 88 versos, cantándose por primera vez en 1954; ya entonces se vestió camisa blanca y falda azul oscura. Los picayos se engalanaban totalmente de blanco y eran los encargados de transportar en las andas, del mismo color, a la patrona.

A la vista de las fotos de antaño en “Recuerdos de la Acebosa”, apenas hay cambios estéticos, si bien es verdad que durante unos años, ellas también se vistieron de blanco.

Quizá esta idea de la bandera sea el homenaje a los que partieron, a todos los que fueron nacidos en esta tierra pacifica, al trabajo que desarrollaron o a los que partieron en busca de mejoras, igualmente, a los que decidieron aposentarse en esta población, siendo tan de aquí como los oriundos. Un lugar al que volveremos tarde o temprano, pues somos parte de su historia, tanto como la calzada romana que sube al Almonte, el sólido y vetusto acueducto romano (s. I-II), la torre medieval que se encuentra a medio camino de Las Calzadas, las despensas o baños bajo tierra en la zona del Corral de Granada, los antiguos restos de la capilla o humilladero de Nuestra Señora de la Encina o la ermita de Nuestra Señora de Los Tomases del siglo XIV, tan importante cmo la parroquia de estilo neorrománico, en planta de cruz latina de mediados del siglo XIX; su techo en otro tiempo, lucía en azul salpicado de estrellas. Como curiosidad, supe que la primera persona bautizada en ella fue Teresa Fernández Gutiérrez.

Todo es historia, incluida la sencillez y la llaneza del carácter de las gentes de La Acebosa. Agradezco la generosidad de los que entregaron sus recuerdos para compartirlos con todos, así conseguiremos ir reuniendo datos de nuestros antecesores, porque eso nos perpetúa y refuerza.

Ángeles S. Gandarillas ©
22-VII-2011

1 comentario:

nreigadasn dijo...

Lines,ha quedado precioso.
Mis felicitaciones a ti y a Lengomín.