La forma de ser o no ser libres transformó el progreso. Hasta después de dejar atrás la infancia, no aprendí yo que los españoles no éramos libres en aquella época. Jamás a mi padre ni a nadie de su entorno le escuché hablar de tales cosas. Puede ser debido a que entonces en estas aldeas nadie leía periódicos, suponiendo que los hubiera en tales circunstancias, y en mi pueblo sólo había dos radios que se escuchaban entre mil ruidos de constantes interferencias, los días que no había corte de energía eléctrica. Había además otro importante motivo: que los niños de entonces siempre permanecimos apartados de las conversaciones de la gente mayor. Por lo tanto, si hablaban de estas cosas, (que lo dudo, pues bastante tenían con el arrastrado trajín de cada día,) no nos enterábamos. O vete tu a saber si los mismos mayores dentro del pequeño mundo de sus aldeas ignoraban su falta de libertad…
De los Pirineos para arriba, lo primero que aprendí fue que los rusos eran como animales, pero sin cuernos ni rabo. Entonces nunca entendí muy bien si eran así por ser rusos o por ser comunistas, pues parecía que tan malo era lo uno como lo otro. Eso si, en las escuelas nos dejaron muy claro que estos seres extraños eran capaces de eliminar de la faz de la tierra a todo aquél que no pensara como ellos, que se habían declarado enemigos públicos de Dios, y que como iban a ir todos ellos de patas al infierno, teníamos que estar siempre vigilantes para no ser arrastrados con ellos en semejante caída.
Por lo que yo había visto con mis propios ojos, estaba bastante de acuerdo con cuanto nos decían. Yo había visto quemar todas las imágenes de los santos de la iglesia de mi pueblo en medio de una fiesta de mofa y escarnio, y el pueblo entero se conmocionó cuando llegó la noticia de que a don Bernardino, nuestro párroco, le habían despeñado los comunistas en Cabo Mayor junto al faro. Don Bernardino Hoyos era un cura campurriano, joven, y querido en Caviedes por todo el mundo, que cuando un día le dijeron los hombres en la taberna que debía de esconderse porque estaban llevando a la cárcel a los curas, respondió que a él no le llevarían porque nunca hizo mal a nadie.
Después aprendí aquello de que “en todas partes cuecen habas”. Aprendí que aquí metían en la cárcel a mucha gente que no era rusa pero sí comunista; o no era comunista, pero sí simpatizante, y los metían aunque no hubieran quemado iglesias ni despeñado a cura alguno, ni hecho siquiera mal a un vecino, y me fui dando cuenta de lo que era no ser libre en España. Pero se me hacía un lío en la cabeza pensando que si ahora te metían en la cárcel por caerte bien los rusos, primero te despeñaban por decir que había cielo…¿Dónde estaba la libertad?
A lo mejor, porque nadie de mi familia sintió la necesidad de hacer política, fue por lo que nunca nos sentimos sin libertad. Y como además de no practicar política, tampoco tenían suficientes conocimientos de ella para atreverse a hacer críticas que fueran objetivas, permanecieron ajenos, y vivieron y vivimos los tiempos que nos tocaron vivir, de la mejor forma que cada cual pudo.
Las guerras son cosas terribles a donde nos llevan los políticos porque otros políticos están haciendo terribles cosas. Creo que en la que yo conocí jugó un papel muy importante la incultura de la época. Cuando estaban mandando los unos, las mentes mezquinas que simpatizaban con ellos aprovecharon la ocasión para vengarse de pequeñas rencillas con sus vecinos, y cuando mandaron los otros ocurrió la misma cosa, sólo que a la inversa. Supongo que corrieron ríos de sangre inocente por ambos lados, y dejaron heridas abiertas que solo el paso de varias generaciones y la mejor formación de las mujeres y de los hombres, han sido capaces de hacer que cicatrizaran.
Cuando fui aprendiendo a pensar por mi mismo, me di cuenta de la suerte que había tenido porque nadie ultrajó a mi familia, ni mi familia sintió después deseos de vengarse de nadie. De lo contrario, a lo peor no sería capaz de ver las cosas del modo que las estoy contando.
Ya decía al principio que el progreso cambia las formas. Las formas sí, pero no las intenciones. No se si estoy en lo cierto o no lo estoy, pero pienso que las intenciones, sólo la ausencia de egoísmo y el ser conscientes de que el prójimo tiene exactamente los mismos derechos que tú, son quienes pueden cambiarlas. Ahora somos libres, totalmente libres para pensar, para actuar, y para pregonarlo a los cuatro vientos.
Pero nuestra libertad tiene sus rarezas. Tan libres somos, tan democrática es nuestra democracia que cuando un matrimonio se tambalea en vez de echarle una mano para sostenerle, se le dan facilidades para que caiga. A la jovencita que aún no alcanzó su mayoría de edad se le dice que puede abortar sin permiso de sus padres, porque el mandatario de turno así lo dispuso. A un profesor, alguien que no entiende de docencia le dicta las normas con las que debe educar a un niño. Al delincuente se le ofrece un abogado de oficio para que demuestre que no es delincuente, y pueda volver a delinquir… Los derechos humanos, la rehabilitación del caído… ¿Dónde está el punto justo para conseguir que libertad no se convierta en libertinaje? ¿Se nos pasa o no se nos pasa el carro delante de los bueyes…? ¿Somos libres o es que nos cautivan de otro modo con leyes que en vez de ser justas solo están barnizadas de justicia…?
J. González González ©
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