sábado, 30 de julio de 2011

…Y EL SOL SALIÓ



Hoy veintiocho de julio, salió el sol. Lo noté sin necesidad de abrir las persianas. Me refiero a las persianas de la ventana de mi habitación, que las de los ojos si las tenía abiertas. Al fondo, a los pies de mi cama hay un ropero empotrado con espejos en las puertas, y allí fue donde adiviné que el día llegaba resplandeciente, porque parecía que al ropero se le iluminaba el rostro.

Salté de la cama. Bueno, lo de saltar era antes, cuando la sangre bullía en las venas. Quise decir que me levanté más bien despacio, puse los pies en el suelo y bostecé mientras a tientas buscaba la camisa. No suelo encender la luz cuando me levanto. No, nunca la enciendo. No se si es por no despertar a mi mujer, suponiendo que esté dormida, o que así, de repente, la luz me molestaría en los ojos. Me pongo la camisa sin haber levantado el culo de la sábana, y entonces sí, visto los pantalones y calzo unas viejas babuchas compradas hace unos años en la medina de Rabat.

No se vosotros, pero yo lo primero que hago es mear. Cuando se llega a mi edad mear es importantísimo. A los mayores la próstata suele obligarnos a levantarnos un par de veces por la noche, y a no perder el tiempo en otra cosa por la mañana. Pues bueno, cuando abrí la puerta del baño, la claridad le inundaba, y esto me levantó el ánimo. No me le levantaría mucho porque siempre suelo yo tenerle alto, pero vamos, que me agradó aquella luz mañanera, y enseguida me fui a la cocina para abrir de par en par las ventanas.

Si, me fui a la cocina sin ducharme. Rara vez me ducho según me levanto. Según me levanto me ducho cuando viajo o estoy por ahí de vacaciones para después no perder en ello el tiempo. Pero estando en casa, no. En casa, cuando me levanto y hago lo que acabo de contaros, me suelo lavar las manos; y hoy mientras lo hacía me dije a mí mismo que ya eran día y hora de que el firmamento sonriera, que mes de julio más desgraciado, climatológicamente hablando, que este, no había conocido otro.

Desayunar. Eso es lo primero que hago. No soy persona si no meto algo en el estómago en cuanto me levanto. Pero tengo bastante con poca cosa. Un tazón de leche calentado al instante en el “micro”, una cucharilla de Nescafé y cuatro de azúcar. Si caen cinco tampoco me importa mucho. Con ello pan. Ni galletas ni pamplinas, pan así, al natural, sin tostar siquiera, sin mantequilla (que son grasas animales,) ni mermelada. Morder y sorber, y se acabó la cosa.

Corriendo a la calle. Os juro que se veían desde mi casa los Picos de Europa resplandecientes como nunca los había visto. Miré en el momento justo en que los primeros rayos los pintaban de dorado. Ni una nube en el cielo, sólo estelas de aviones madrugadores. Y abajo, la marisma en pleamar donde el cielo se miraba. Me parecía imposible tanta luz y tanta belleza después de veintisiete días con las putas nubes siempre encima.

Las nubes estas de julio que llegaron a pesar como si las lleváramos al hombro… ¡Que descanso, muchachos! Me fui a la huerta y hasta las plantas tenían la cara alegre. Me imaginé enseguida que así de alegre se les habría puesto también a las gentes del gremio de hostelería. ¡No te digo nada a los visitantes…! Que bajar las Hoces de Bárcena con la ilusión de pillar una playa y encontrarte un día y otro día con el coño de las nubes estas, es para darse la vuelta y no parar hasta llegar al Caribe.

Me puse a podar los tomates con un entusiasmo que crecía por minutos, y eso que este año, tan escaso de sol, los sembrados están que da pena verlos. Pero si están malos y tú no los ayudas… Un par de briñones encontré ya maduros, pero fatales de sabor. Claro, sin sol ¿a qué quieres que sepan? Como aquél que no quiere la cosa, me lié a limpiar por un sitio y por otro y me di una paliza. Además, como yo tengo alma de hortelano, y disfruto de lo lindo haciéndolo, no me doy cuenta del tiempo, y al cabo de dos horas me avisaron los riñones.

Entonces fue cuando me duché. Me cambié de ropa y bajé al pueblo dándome un paseo a buscar el pan. ¡Alabado sea Dios, que día tan hermoso! Yo espero que dure, porque si no, creo que me voy al Caribe tras los que bajaron las Hoces de Bárcena…

J. González González ©

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