viernes, 30 de julio de 2010

TEATRO A CONCIENCIA POÉTICA.

Una obra teatral que nos hizo permanecer sentados y atentos. El Peregrino de José de Valdivieso, autor escasamente conocido del Siglo de Oro español; se define esta obra como “auto sacramental”, es decir, una pieza de teatro de un solo acto de tema religioso, aunque en aquella época, las más de las obras eran escritas por escritores como en este caso, jesuita, pues eran de los pocos que tenían el conocimiento y la facultad de la escritura.

En esta escenificación teatral, se consiguió llegar al espectador. Versos fácilmente asimilables, rápidos, y a pesar de ser metafóricos, claros. Una bellísima exposición del poema medido y clásico. Ayudado por estos siete actores que representan a Juan, el peregrino acuciado por su moral y conciencia, el tentador Lucifer, Jesucristo, Laguna que escenifica el engaño y la verdad y las tres en una llamadas Laura, ellas demuestran la tierra en sus tentaciones más patentes, es decir lo terreno con las tentaciones de la gula, penitencia, deleite y la lujuria.

El atrezzo era minimizado, representaba las puertas por donde cruza el personaje a todos las seducciones o rechazos de estas, en un momento dado convertida por colocación, para el árbol tentador o una cruz, donde este Jesucristo escenificó con la colaboración de nuestra imaginación, una crucifixión, tan solo extendiendo sus brazos y torso desnudo, apoyando ligeramente las manos. Una escena muda que llegó a la mente como si de la real ejecución se tratar, músculos, dolor representado en la cara, sufrimiento, la tragedia del paso a la muerte con ese tormentoso sufrir.

La mesa donde comenzó la escena, lo mismo servía para la comida, reflexiones, el lecho de la sexualidad libidinosa, ara, descanso o incluso como tumba. Retirada de vez en cuando por ellos mismos, sin perder el texto o la acción, en las escasas dimensiones del escenario, tratando de que no se les saliera y cayera, sumada inconveniencia para los cambios, pues la obra se desarrolla en un único acto, igualmente son tramoyistas o ayudantes de si mismos, el cometido de lo que fue la Barraca, instaurada de F. García Lorca, siempre itinerante y divulgativa, donde el actor es eso, “Actor” con todos los oficios, completan la escena para el espectador.

La música que dio pie para comenzar, era de la casi olvidada Jeanette, la letra conllevaba dudas y ansias, triste, encauzaba hacía el núcleo de la obra. Un dilema de la inestabilidad de la conciencia, la duda el querer y no saber...

Esa lucha entre lo necesario, social, familiar, valores globales, donde esta obra en principio abocada a la religión cristiana, sale un poco del entorno religioso, para convertirse en la cotidiana exigencia de comportamiento y de la ética personal o con la que te formaron.

Quizá entra dentro de la filosofía, defínase como cristiana o ético moral; demuestra además que a pesar de estar escrita en el siglo XVII, es coetánea a nuestras inquietudes actuales; como todo lo referido a esta ciencia del estudio de la vida, a pesar de que tenemos asumido que somos seres diferentes de nuestros ancestros, mejores, clarificados, este dramática obra nos deja claro que seguimos teniendo alma, conciencia, sufrimiento, dudas al mismo nivel que antaño, hace más de 400 años.

También aclara que los religiosos de entonces aunque se limitaran a la escritura de tipo religiosos por sus votos o por obligación, sacan a flote todas esas inquietantes vacilaciones. A pesar de estar abocadas a sus enseñanzas piadosas.

Entremezcla a Laura en sus tres papeles, todo lo concerniente a las tentaciones, placeres inhibidos o vetados, bien por nosotros mismos o por lazos de pareja o familiares, la gula exacerbada; por el contrario una de estas actuaciones de la tripartita personalidad o juego de confusión, en la auto penitencia o censura.

Desnudan sus cuerpos en escena, dejan claro que no se esconden, que están y que perdurarán tanto como el ser mismo. A la vez tantas sensaciones, conmocionan al espectador, tanto como al actor principal. Sus susurros y cantos, contienen todas esas incitaciones al deleite o a su enmienda. Incluso es el árbol de todas ellas, atado por varias cintas representativas de esas desdichas, a aquellas tres puertas de salida, entrada, refugio o cadalso, según el argumento. Representaba en aquel escenario simple, los accesos o escapatorias, la misma explicación del sentimiento del peregrino, un devenir nómada de nuestras complicadas experiencias juzgadas por el espíritu.

Una obra poética llena de metáforas, luces y sombras, el bien y el mal, arrepentimiento y pecados deliberados.

Se comportan en ocasiones como la persona que debiera responder a sus infortunios, en definitiva la horrible pesadilla, la alucinación febril o el delirium tremens del alcohólico. Proveía del asco y arcadas del exceso en las comidas, de las resacas, del sueño y cansancio, todo ello consecuencias de los extravíos y desmanes del protagonista.

Juan es llevado ante el maestro, en esta ocasión personificado en Lucifer, le obliga al sentirlo poseso a comer o gozar sin medida, bajo una voz fuerte de mando y casi espeluznante, con una presencia atorrante y déspota, haciendo ver su poder y mandato inexcusable, producía sentimientos de temor, de angustia, de sueño incomodo. El peregrino se ve superado en todos esos actos y placeres, no puede asumirlos, se agota desplomándose ante este Satanás, vestido de personaje indomable y vanidoso.

-Pasó de inmediato esta vivencia a recuerdos de alguna inquietud personal.-. En su profundo yo, averigua la imposibilidad de seguir columpiándose en ese laberinto en su vida, necesita irse de si mismo, viajar y descansar imaginariamente, retomar esa existencia con equilibrio, tan solo vivir con las convicciones claras.

Es la reacción ante nuestras debilidades, errores u odios, intentar el respeto hacia las demás formas de vida, una manera de eludir el faltarnos a nosotros mismos. Una enseñanza que quedaba reflejada en el papel del Cristo. Su amor equiparado a nuestra paz interior.

Incluso dejaron ver las incapacidades del hombre, negarse a si mismo, dejar todos los anclajes del respeto por sí y por otros, renegar de todo y querer lanzarse al mismo infierno, ante la cantidad de estímulos seductores, en definitiva perderse y además, demandándolo. Este papel era de la hermosa y atrayente Laguna, con su dicotomía de verdad y engaño. Le llevaba y traía por esos dos mundos de su secreto interior, con la opción a entregarse al maestro infernal o dejarse ayudar por la bondad, ese Jesucristo todo misericordia, todo perdón, todo paz, sin rencores para recomenzar de nuevo por ese buen camino, ofertándole el puro y simple “Amor”.

En una de estas escenas el protagonista Juan, se desdoblaba en si mismo y en Jesús, a dos bandas, hablaban la vez, se preguntaba por qué sucedía aquello, el engaño, por qué, por qué… Rozaba la locura de un imaginado condenado ante la incipiente tortura o muerte, vivía una autentica alucinación, hasta el punto de agotamiento, se desvaneció.

Jesucristo con el torso carente de ropa, ejecutaba el papel de victima ante semejante dilema, mártir cognitivo del yo, de Juan el peregrino. Este ego que padecía sus desafortunados deslices, sintiéndose acabado, desilusionado y penando, en manera desgarradora, arrepentida y dramática.

Un agradable e ilustrado reencuentro con el Siglo de oro, reconocer a este autor que casi no se señala en esa época, está actualizado para mayor comprensión, sobre todo en la escena, pero el texto sigue siendo parte ignota para las almas en la actualidad, de los titubeos ante éticas o religiones, normas o leyes. Dejó a pesar de ello buen sabor de boca, con el final feliz y aclarador. Un teatro en poesía, filosofía, grandes actores, con lo justo de vestuario que definía perfectamente cada cuadro escénico y emociones.

Un día que culminó en esa tarde noche con éxito y satisfacción, aplausos cerrados y espontáneos, una suerte que tengamos ese acalorado auditorio; hoy con el aforo a medio llenar. San Vicente ha traído la cultura teatral con tino, una auténtica satisfacción. Este año están proporcionándonos aciertos constantes, también musicales.

Vivir el auténtico teatro, adaptada a cualquier época o era, sentir, dejarse llevar por esa trama dramática y salir contento, pocas veces se consigue.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la barquera
28 de julio de 2010

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