sábado, 17 de julio de 2010

“SALEARSE, ESCUYAR Y LA CALOCA” (FINAL)

La madre de ella, hacía ropa de agua para el trabajo en la mar. Es decir la impermeabilizaba con aceite de linaza sin refinar, olía fatal. Primero confeccionaba la ropa en tela morrena y después, la llevaba a la zona de carpinteros de ribera. Allí se untaba este aceite por toda ella, al secar se impermeabilizaba, aunque de cómoda no tenía nada, tiesa, dura, áspera, fuerte. Sin embargo se apreciaba sobre todo en los inviernos, lluvias y las olas que les empapaban. Evitaban fríos y el reboce de los restos del pescado y agua salada, pues el salitre impedía secar la ropa y trabajar en esas condiciones; propiciaba enfermedades y reumas.

El padre de su esposa, pescaba en la ría, algunos lenguados, jibias y lubinas entre otros; una parte lo utilizaban para comer la familia, el resto lo comercializaban en su mayoría, por medio del “trueque”, es decir lo cambiaban por leche, mantequilla, alubias, etc. Casi todas las veces era así, en la zona, tan solo eran dos los que les pagaban en dinero.

Contaba él, que le fue imposible acudir a pescar en el barco que poseía la familia, los mareos eran indescriptibles, casi moría, por tanto comenzó a trabajar en “tierra”. Con ese término se definía cualquier labor efectuada ajena a la mar. La construcción fue su salida y oficio. Otros iban a los trabajos hosteleros del sur de España, recibían el nombre de jándalos y “chicucos”.

Por suerte para él, comenzaron la construcción de las casas de los pescadores, en la barquera y los secaderos, -lugar donde se colgaban las redes para secar y repararlas, bien cosiéndolas y formando cada una de las celdas de la malla o arreglarlas por trozos; rotas por la dureza de los embates de la mar, restos de maderas, el pescado o el salitre que gasta ese tejido, de aquella en algodón, hizo necesario aquel lugar-. Parecía un bosque de postes de cemento, que de pronto se llenaba de redes o que como si hubiera pasado un otoño violento, se despojaba de ellas, dejando esos troncos artificiales, abandonados, vacíos, parecía una rala arboleda de hormigón.

Además empezaron también la edificación de las viviendas del “Pardo”, explican que se llamó así, por estar frente a las construcciones de un señor que daban el nombre de “El Rey”; eso será otra historia que merece ser escrita, pero de la mano de sus descendientes. Fue una época que entraba en un gran cambio y algunas mejoras. Pronto
empezaría la emigración a Europa.

Cada enrolado, traía a casa un poco de pescado para la cena; -siempre era lo primero que se pescaba-, en las familias que eran muchos a bordo, solían hacer trueque, una forma de variar el menú. He visto en fotos escalonadas de las diferentes épocas en ese oficio, enmarcadas en un lugar especial de su domicilio.

Estaba creciendo San Vicente deprisa, la economía permitía la adquisición de viviendas, y ese trabajo, le llevó con el tiempo a constituir empresa. Era hábil y consiguió formación al respecto.

Aquellos años fueron el comienzo del auge en la construcción, aumentó el turismo y las necesidades de estos, un dinero que ayudaba a la vida de un pueblo, exclusivamente pesquero.

Hablan ambos de una ocasión en que un camión de transporte, podría ser lo que ahora se dice medio tamaño, subía por un calleja hacía la barrera, empezó a petardear y a bajar sin control cuesta abajo, adquirió velocidad y no paró, hasta llegar a la ría, yéndose a pique Un auténtico naufragio en tierra y como tal, todo ese material hundido o flotando. Margarina que se desplazaba ría adentro, lo que no, bajo el agua. Había de todo, desde ruedas de bicicletas, tornillos, queso, y un tubito que desconocía. Lo abrió y salio una crema de buen olor, blanca, espesa, era dentífrico, sonríe ante ese recuerdo. Usaban una composición llamada perborato para la limpieza dental, sabía tremendamente mal, daba casi arcadas.

Ella dice que la regaló unas zapatillas de esparto preciosas; por entonces ya había comenzado su de noviazgo, desde los 15 años hasta ahora.

Comenta su esposa, que fueron la generación de un progreso rápido y de cambios brutales. En pocos años se pasó de grandes dificultades a superarlas y llenarlas de comodidades, primero las básicas, lavadora, nevera, televisión; luego el teléfono en el hogar. La llegada a la luna, desde ahí salieron al mercado los ordenadores, satélites, medios de locomoción, automóviles, volar como algo habitual, la sanidad y farmacología, consumismo, una economía pujante, casi vertiginosa.

Aún siguen sorprendiéndose de toda esta vorágine, incesante y cambiante, pasos de gigante en medios y aparatos, minimizados. Chips casi microscópicos, con transistores que miden por ejemplo, 45 milmillonésimas partes de un metro. Dioses, asusta pensar con qué lo medirán. No importa, ellos aprenderán a usarlos.

Esta pareja tiene muy claro la diferencia de vida, es bueno recordar de vez en cuando. Hace valorar el día a día.

Agradezco su interés por pasar a mis manos, esos recuerdos que nos presentan, es posible que sea el por qué de su fortaleza, gentes que se vieron rodeados de dificultades, saliendo adelante, aún con la sonrisa en la boca y en el alma.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera

12 de julio de 2010

2 comentarios:

LAURA dijo...

Bonitos he interesantes relatos que, a los que no somos oriundos de esta villa, nos acerca un poco más a sus gentes.
¡¡ Precioso !!
Sería estupendo poder leerte la historia de "las viviendas de El Pardo". Espero que no dejes de hacerlo.

Flor dijo...

En casi todos los ayuntamientos un poco importantes existe la figura de un cronista oficial,que sepas que para mi ya lo eres,te nombro desde mi modestia,escritora de la historia de nuestra villa,porque ademas de hacerlo muy bien y aún careciendo de tantos recuerdos como dices que desaparecieron de tu memoria tus relatos me emocionan y me hacen volver a ese pasado tan feliz que añoro,besitos.