jueves, 17 de junio de 2010

NIÑOS EN ESCALA

Como suele ocurrirme, de camino a una reunión, vi por casualidad, un incesante fluir de gentes subiendo las escaleras del auditorio. Me dije que debía averiguar de qué se trataba. Era otra nueva audición musical de fin de curso, será la segunda en un mes a la que asisto.

En el escenario reposaban quietos y silenciosos los instrumentos, desnudos de fundas, brillantes los trastes de los elementos de cuerda, los de viento, el tubo metálico resplandeciente de la travesera o sus llaves, las flautas dulces lucen pulidas, tanto como puedan estar las maderas de las que se componen los demás aparatos musicales. El teclado eléctrico y sintetizador, se convirtió en órgano, piano u otros aparatos de su gama, una gran ventaja.

El glockensfiel apenas se vislumbra, pues reposa en horizontal sobre unas mesillas, -se parece algo al xilofón-, metálico y se toca con dos baquetas.

Un ambiente que denota el cuidado, lo estricto del aprendizaje, incluso lo divertido que puede ser. La reunión en una pequeña orquesta y demostrarse a si mismos, lo que resulta del trabajo duro individual y lo bien que suena. Dijo la profesora que la enseñanza por separado, puede ser hasta monótona, pero que al juntarse en grupo, suenan perfectas y les parece más divertido.

Había chiquillos de unos seis años, la mayor parte entre ocho y once, los menos, púberes abocados a la adolescencia. En los asientos tras de mi, se oían las risas contenidas de los amigos, pero respetuosos.

En un principio me apoyé en la butaca aún plegada, de pie, con la intención de salir rápidamente, pero ante la primera pieza de piano a cuatro manos, sentí que un imán me arrastraba poco a poco hacia el asiento, acomodarme en silencio y aprovechar a escuchar aquellos genios incipientes. Dos personalidades diferentes, una de ellas resuelta, llevando el ritmo con su cuerpo y relajada, la otra estática, no se le movía ni siquiera su cabello, seria, concentrada.

Terminó la obra, “Galop”. Al poco una solista en este mismo aparato, nos ofreció “El hombre en la luna”; seguidamente, el grupo de pequeños se constituyeron en una orquesta e interpretaron, “November” guitarra a dos voces, “Melodía rumana”, un trío con “Burlesca” y “Minueto” de Bach, otra pieza al piano “Arabescos” de Burgmüller, dos orquestadas, “Canción popular francesa” y “Air” de Haendel.

En el dúo musical de “Piratas del Caribe”, con piano y violonchelo, fue una auténtica sorpresa. El silencio quedó colgado de los espectadores, ni respirar se oía, es más, uno de los intérpretes quehabía bajado con sus amigos a las butacas, les advirtió:

-Veréis este chaval, toca que es una “pasada”.

Fue cierto, facilidad y conocimiento. Creí trasladarme a la cueva del pirata en cuestión, entre aquellas piedras que devolvían el sonido contra el mar; escalofríos, sensibilidad y apasionamiento que salía sin medida, perfecto. Nadie se movía, era espectacular; esas manos diminutas recorriendo presurosas el teclado, pues el tamaño les impedía hacerlo de otra manera, habían de llegar a conseguir la nota en el “tempo” adecuado. Su acompañante empeñada en obtener el máximo con su arco, frotando las cuerdas del chelo, siempre atenta. Un poco nerviosos pero lo consiguieron. El aplauso más importante, -además la obra es reconocida por los espectadores-, estuvieron inmensos.

Schubert, Chopin, Mozart, y la música celta de “Zelda”, para finalizar en un canto coral de la película “Sonrisas y lágrimas”, participando todos, incluidos los que tenían algún dedo herido, que les inhabilitó para demostrar su habilidad, acompañados por el pianista. Colofón al esfuerzo de todo un año, con buenos resultados.

Hubo momentos en los que sentí casi la evasión total, ayudaba también ver el atril como suspendido en le aire. Su eje negro, contra el fondo del mismo color, le hacía desaparecer, quedando el soporte dorado de las partituras, a la vista. Sí, podría pensar que flotaba. Quizá lo escasa duración de las obras, me impedía del todo esa sensación. Era digno de valorar que muchos de ellos, tocaban varios instrumentos.

Una mamá de una polivalente intérprete, comentó que aprender música, no era su afición favorita. Pienso que si llega a ser así, estaría hoy entre los talentos musicales del país. Me alejé de su lado y vi su sonrisa orgullosa; entendí la seriedad de su hija de nueve años.

Un agradable sonido que llenó el auditorio, en silencio, quizá en alguno de estos fragmentos se perdiera alguna nota, pero se apreciaba su saber y los ensayos continuados. Unos niños que casi no podían con el peso de alguno de los instrumentos.

Una tarde especial para esta música, gris, oyendo caer los chaparrones en el exterior, recogidos y protegidos de un tiempo fresco, con la necesidad interior de ver explotar la primavera y que a falta de ello, se disfrutaba de aquella divertida y alegre reunión. Pequeños inquietos, inteligentes, podría imaginar ver en el cielo, pajarillos recién salidos de sus nidos, volando y experimentando, dejando sus incipientes cantos en le aire…

La primavera apareció en aquel lugar, un privilegio para los sentidos.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
16 de junio de 2010

1 comentario:

Unknown dijo...

Muchas gracias por este bello y poético comentario. Es un placer leerlo.
Me encantaría intercambiar impresiones....¿podríamos quedar?
catherine@musicapreludio.es
Un saludo muy cordial.
Catherine