martes, 1 de junio de 2010

FRÍO Y CALOR DURANTE LA TRAVESÍA


El frío viento llegaba desde todos los puntos cardinales, pero sobre todo de las aguas saladas del fiordo "GEIRANGERFJORDEN".

El ferry surcaba las aguas tranquilas con sumo cuidado, no fuera a romper la armonía y la belleza de aquel paraíso: montañas altas, abruptas y verticales, embellecidas por torrentes de agua dulce, se alineaban a babor y a estribor de la embarcación.

Los pasajeros se apresuraron a captar con sus cámaras unas muestristas de aquél Edén. Deseaban llevar con ellos un recuerdo imborrable y perfecto de la bellísima Noruega.

El guía iba amenizando el sublime paseo con información histórica y con retazos totalmente fantasiosos y románticos.

-Si nos remontamos 50 años -dijo-, (casi todo el pasaje podría hacerlo: tendríamos de 8 a 30 años) podríamos visualizar familias viviendo en aquellas laderas casi perpendiculares al agua. Las veríamos amarradas a la casa con sogas, encorvadas, recogiendo en la cabaña varias ovejas, junto al gruñón puerco. Y de esta forma llevaban una vida de subsistencia. Que se sepa ningún adulto, res ovina o niño se despeñó nunca.

Después la voz del guía se tornó más romántica. Nos presentó la gruta del enamorado despechado. Había requerido en matrimonio a cada una de las siete preciosas hermanas, -siete saltarinas cascadas- y ante la negativa de ellas el doliente penitente se había refugiado en la bebida, de ahí la forma de botella que había adquirido su habitáculo, y ¡sí!, todos dimos fe de la forma del frasco en cuestión.

El guía silenció el micrófono. Se encontraba cerca de la mujer que durante su exposición le había enviado miradas insinuantes. Se hallaba sentada, con la pierna derecha apoyada horizontalmente en otra silla. Él tomó asiento a su izquierda y empezó a jugar con el lóbulo de ella. Mis Davison se desabrochó unos botones dejando al descubierto un escote terso y bellamente bronceado. El guía se percató de que aquel tono tan bruñido no pertenecía a una mujer noruega por lo que empezó a hablarla en un perfecto inglés. Mis Davison cojeando, apoyada en el hombro del joven guía llegó hasta el aposento de él.

Rápidamente hizo inventario del cubículo: unas seis mantas a modo de cama, dos forros polares y un impermeable de marinero colgados, un par de welligntons a la entrada y sobre una mesita, unos sandwiches, dos botellas de whisky... y un puñado de tentadoras fresas.

Mis Davison llevaba una semana sin probar fruta fresca, así que cuando el guía la invitó a tumbarse sobre el colchón de mantas, suavemente le propuso:

-Cuando me ofrezcas con tu boca cada una de esas fresas, entonces podremos discutirlo...

Nadie volvió a escuchar la voz del guía. Mis Davison le dejó profundamente dormido. Descansaba plácidamente en el calorcito logrado con tanto tesón.

Sin bastón de apoyo, y con el paso quizá más ligero, la mujer ocupó su silla. Su marido la encontró risueña y adormilada.

-¡Eh, Isabel, que ya hemos llegado!, ¿qué tal la pierna? -se interesó Malcolm.

-La verdad es que me duele menos y ya no siento tanto frío. ¿A ver si se me ha descoagulado el trombo?, -dudó ella.

-¿Qué colonia has usado?, emanas un olor fuerte y algo desagradable, -comentó Malcolm.

-Te confunde el tufo del motor dando sus últimos soplidos, -explicó ella.

Y el matrimonio cogido de la mano se acercó a un chiringuito donde pidió dos bocadillos de salchichas, dos cafés con leche y un botellín de agua para la boca áspera y embriagadora de ella.

Isabel Bascarán ©
S. Vicente de la Barquera
20-5-2010

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