martes, 1 de junio de 2010

AÑORANDO EL PASADO


Todos los días hace el mismo recorrido en su paseo, al atardecer, ese que tantas veces anduvo en su juventud y que la llevaba hasta la casa en que vivió desde los seis años hasta que se casó, ahora está arreglado y hay una carretera, no como en aquellos años, que era una calleja, y tenia que mirar donde pisaba para no caerse y saltar de piedra en piedra cuando llovía para no llenarse de barro; muchas veces me ha contado que hasta llegar a la parte baja del pueblo se ponía unas viejas botas de goma y una gabardina para no mojarse la ropa y llegar presentable a su trabajo, ”porque siempre fue, y aún lo sigue siendo, muy presumida y coqueta”.

Los días de duro invierno, cuando las tormentas arreciaban, recorría aquel camino “como alma que lleva el diablo” y me dice que los árboles parecían querer atraparla, En esos momentos no miraba al suelo, solo se preocupaba de llegar cuanto antes a guarecerse a su casa.

Su madre la salía a buscar a mitad del camino con un viejo candil, pues la última luz de la villa quedaba muy lejos, y cuando veía el destello ya respiraba tranquila y paraba su frenética carrera.

Su casa era inmensa y tenía una galería con muchas ventanas que daban al mar; ahora, después de tantos años, ya no queda nada de cómo fue, solo en la parte trasera una vieja encina que a causa de un gran temporal de viento la tuvieron que podar algunas ramas y ya no luce tan grandiosa.

Antes de llegar a la casa tenían un cercado con unas pequeñas jaulas de madera llenas de conejos y siempre me dice que a mi me gustaba jugar con aquellas aldabillas de las pequeñas puertas que encerraban a estos animales tan peludos,” aunque creo que los tenia mucho miedo.”.

Siempre cuenta con añoranza muchas historias de aquellos años, de las siegas donde acudían de los pueblos vecinos a ayudar,”ellas eran ocho hermanas”y un solo varón que por su edad poco podía hacer, entonces, su padre estaba embarcado la mayor parte del año, en esos barcos de vapor, dónde trabajaba como camarero para” ganar unas pesetas, de las de entonces” y así criar aquella gran familia que tenía, por eso era costumbre colaborar entre los vecinos, a cambio de unas buenas viandas, que en aquella casa nunca faltaron, pues entre vacas, cerdos, conejos, gallinas y una huerta se abastecían, nunca pasaron hambre y siempre dice, que por un plato de comida,”eran tiempos de posguerra”, la gente aparecía a echarles una mano, incluso muchos marineros les cambiaban los pescados por legumbres leche y hortalizas de la huerta.

Cuando su padre regresaba de aquellos largos e interminables viajes, después de la cena, se sentaban a escuchar los relatos que él les iba narrando de sus travesías por todo el mundo, y además habrían los regalos que les traía, medias de cristal, que en aquellos años eran difíciles de encontrar, y una chaquetitas de” punto de angora” que iban pasando de unas a otras a medida que les iban quedando pequeñas a las hermanas mayores.

Tantos y tantos recuerdos que al oírselos contar, y ver las fotos que guarda en los álbumes desgastados de tanto mirarlos de “aquella gran casa” y de lo que en ella vivió, parece que el tiempo no hubiera pasado, pues mi madre, todos los días al atardecer, realiza el mismo recorrido que durante tantos años de su juventud caminó, y ahora todos los días al pasar frente a ella, añora con nostalgia aquel pasado.


Flor Martínez Salces ©
Mayo-2010

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