viernes, 18 de junio de 2010

CHOCOLATE, EN EL PAÍS DE LA “MAR_A_VILLA”



Creo que es una manera de definir estos días, después de la avalancha de agua en nuestras dos rías, llegada desde los ríos Escudo y Gandarillas, confluyen abocados a cada una de ellas. Es impresionante el color marrón, oscuro y denso, debido a la cantidad de tierra, barro y sedimentos varios. Se ven suspendidos en el agua, distinguiendo sus más pequeñas partículas, también otras más grandes y palpables.

Crecidas que con fuerza desmedida, desnudan malecones, arrastran tierra y piedras de las riveras, arrancan árboles, destroza todo a su paso, con un ímpetu temible, imparable; arrasando el puente por donde yo cruzaba, paso obligado en el largo camino a la escuela. Parece que hace mil años de aquella época infantil.

Lo fui a ver. Estaba destruido en la entrada a las fincas. Arrancada una gran cepa del terreno de apoyo y soporte; este tramo había desaparecido, cedió en su parte más débil y con ella esa pieza de la estructura. Los otros pilares quedaron enteros y completos, lo mismo que el tablero. Las piedras de contención siguen en pie. Lo demás desapareció, algunos pedazos se ven abajo, otros en el canal del río, a unos 500 metros.

Sigue atravesado el tronco larguísimo, sin corteza del violento viaje; habrá bajado a trompicones, golpeando y llevándose por delante, raíces y restos de ramas a flote, en un momento, minutos nada más. Parece un haya, sin ramas ni copa, con un perímetro de respeto. Reposa contra el resto de los ojos del puente.

Había un silencio espeso, pesado, queda casi siempre después de un suceso problemático, un fallecimiento o un desastre. Es una sensación de paz obligada, un lastre que pesa, deja los pies plomados. Por supuesto hay que alegrarse de que no hubiera pérdidas de vidas humanas.

Miro la finca llamada "la Marismuca", estuvo bajo el agua, y sobre sus prados, quedan árboles con sus enganches a la tierra a la vista, también pelados, confirmando las marcas del barro en las riveras.

Una barandilla cuelga hasta el agua, lo único integro es el cableado de la electricidad, viene de la subestación eléctrica de Abaño.

Recuerdo una foto que Ce me envío desde él, será difícil volver a hacerla, pues es un paso utilizado por pocos vecinos. En todo caso, si se necesita talar aquella inmensidad de eucaliptos; cabe la posibilidad que la empresa que lo adquiera, tenga interés en reconstruirlo nuevamente, para el paso de “carrocetas” rebosantes de troncos, cargas y leñadores. Son o eran pequeños camiones, que se desenvuelven perfectamente por los montes talados, estrechos, fuertes, todoterreno. Esa finca, impide otra forma de transporte, porque además se añade una dificultad más, son terrenos barrosos, donde es difícil el desagüe del agua de las precipitaciones.

Una marisma desecada para uso comercial, con una concesión ya culminada, de cien años. Se habilitaron malecones como defensa de las crecidas de las aguas en las mareas o la corriente eterna del río. Construidos de barro y algunas otras materiales, pilotes posiblemente de eucalipto, que portaban piedras y seguramente mortero, previniendo desbordamientos, altos y fuertes; iban subiendo a medida del relleno, en sesgado esos pilares leñosos, parecían cremalleras en las ocasiones en que quedaban al descubierto. Dan la sensación de ser naturales, pues se plantaron en ambos lados, árboles que protegían esa mole alargada -más de dos kilómetros-, una forma más de sujeción, puesto que las raíces retienen y aferran, en profundidad, con ahínco, protectoras de ese dique guardián, mayoritariamente de barro.

Hemos visto de pequeños, como quedaban al aire las raíces de esos árboles, al paso de avenidas de agua, en todas las estaciones, excepto en verano. Parecían hilos desmelenados, huesos blanquecinos, producían un cierto miedo, sobre todo al regreso de la escuela, a la oscurecida y con el reflejo de la luna o el ocaso, nos proyectaban sin querer a pesadillas febriles o al silencio de noches tormentosas, entre truenos y brillos de relámpagos, el viento silbante y las ramas de los frutales dando en las ventanas. Nos abocaban a un pánico exacerbado, en aquella imponente soledad, el silencio opresor, a la imaginación...

Rodean una extensión inmensa. Está previsto estudiar la manera de volver a la marisma originaria, esa superficie robada a la naturaleza. Se deberá hacer con extremo cuidado, pues los plantones y raíces, además de la tierra, es nociva para la vida de las rías, incluso lo sería en la desembocadura al mar; pues se extendería muchos kilómetros, dejando víctimas en la fauna a su paso. Al punto, que tardaría en recuperarse totalmente, según algunos estudios, casi dos siglos.

Va a ser un reto ecologista, pues retomar ese humedal, costaría demasiado a niveles de ese mismo ecologismo. Sopesar estos posibles males. Será una tarea a estudiar con calma, lo que está claro es que esta espera, reducirá todos los inconvenientes dañinos, en la apertura de estos malecones y el descarnarmiento de los terrenos, hoy cerrados.

Ya sería un importante perjuicio, si tan solo se desprendiera la tierra sana, taparía toda la vida natural, propia de este barrizal y arenal. Moluscos que fallecerían al ser enterrados por ella, quedaría inerte, muerto. Hoy tiene una gran riqueza natural en especies a cualquier nivel, una cadena que se alimenta y reproduce en ella. Volátiles, peces, gusanas, todos dependen de este rico y bello lugar.

Otro problema llegaría al final de esta cadena, a nosotros. Toda esta hecatombe, destruiría puestos de trabajo, dependen de la explotación controlada de esta riqueza.

Esta ría mantiene una salubridad poco habitual. Limpieza, vida de líquenes y musgos, con diferentes tonos en verde, alturas y categorías, que a la vista de los que no entendemos lo suficiente, da la impresión de suciedad. No es así, es salud lo que demuestran los bancales a la vista en las bajamares. Una zona pura; al menos parece que respetamos este entorno.

En el interior de este cerrado artificial, perviven hoy varios árboles autóctonos, entre otros robles o hayas, grandes, imponentes, futuras victimas de más de cien años de edad, se les ve asomar entre la plantación del eucaliptal, demostrando su valor y gran envergadura, reclamando atención. Será un martirio vegetal, siempre en aras de otras ventajas. Victimas de la guerra natural, en el conflicto ecológico. Nosotros humanos, prepotentes, primero cerramos y después abrimos. Sin encomendarnos a nada ni a nadie, somos peligrosos para nosotros mismos. Los más peligrosos.

Miraban los pescadores aquella achocolatada ría, conversaban sobre el peligro añadido de navegar en la mar, pues saldrán maderos y restos de ramajes, flotando amenazantes, será arriesgado. Estarán en permanente vigilancia para evitar su choque y no romper el casco de la embarcación. Un agujero o vía de agua a esa altura, solo tiene una posibilidad, irse al fondo. Tardarán varios días en recogerse o hundirse, un peligro añadido a su oficio. Un temor aumentado en sus familias.

Es curioso, a pesar de lo que llovió, estaban todas las pequeñas embarcaciones sin cubierta, a flote. Parecían los adornos en tartas de chocolate, de todos los colores; seguro que desde los aviones daban la impresión del azúcar colorista, espolvoreado en ella. En otras ocasiones, cuando la lluvia cae de improviso, suele irse al fondo más de una, pues les pilla desprevenidos; en esta ocasión, dada la cantidad de días inmersos en este temporal, mantuvo en alerta a los propietarios y sacaron cada poco, el agua del interior.

Extrañaba el color chocolateado del agua, acostumbrados a verlas claras y diáfanas, cristal inmenso, dejando ver el fondo con los peces, alguna sepia, pulpos, caracolillos ermitaños o brujas, diferentes habitantes de este gran hábitat. Ahora flotan todas las embarcaciones y moderno puerto o bolardo retráctil, adaptable a la altura de las mareas; sobre un autentico y gigantesco bombón de chocolate.

En días anteriores, se iba apoderando del entorno a medida que bajaban las mareas, encauzaban el caudal de los ríos lenguas chocolateadas, se hacían dueñas y diseminaban su color, impresionaba como puede la naturaleza, dominar el todo. Tan pronto se expandía el color, como de nuevo oscurecía, salía sin medida, apropiándose de todo.

Se ven ramajes y hojas, trozos minúsculos de hierba, segada en los campos ribereños, algún fruto aún inmaduro, animalillos que perecieron, arrastrados de sus entornos en los bosques. Troncos envejecidos o abandonados en los montes, que se atoraban en los ojos de los puentes de la Maza o de la Barquera, hasta que la fuerte corriente conseguía romper o colocar, para pasar libres y amenazantes, en dirección al mar. Bolas de hierba ensilada que esperaban ser el alimento de los vacunos, llevados por las trombas de agua, arrastrándose, son moles negras, impresionaban a flote, inquietan.

Una vez cubierta toda esa extensión, del color barroso, desde el alto del campanario se distinguía otra prolongación, estaba saliendo por el canal de la bocana, en este caso de salida, en su nuevo oficio de teñir o tintar los alrededores, del mar que nos rodea, cada vez más oscuro. Se perdía la vista en el horizonte nublado, con aquella oscuridad extendiéndose más y más. Esta vez se distinguía perfectamente, el cielo del mar.

Inevitable. Triste. Espera abnegada. Queda la esperanza de recuperar la calma.

A la vez tiene una cierta hermosura y aprendizaje, puesto que no lleva remedio y el daño está hecho, reparar y luchar un poco más. Sobrevivir. Es lo importante.

Hoy parece que la calma llega, el tiempo descansa y todos nosotros respiramos con tranquilidad.

Demuestra el poder de la tierra enfadada, del cielo en sollozo obstinado, del mar y rías castigados, montes arrasados, casas, cultivos, de lo diminutos e indefensos que somos, la humildad de saber que no poseemos nada, ni siquiera nuestras tumbas, del futuro incierto de este mundo, al que destrozamos poco a poco…

Es un chocolate difícil de tragar.

Esto sucedía durante unos días, en el país de la maravilla, San Vicente.


Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
17 de junio de 2010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada día la madre natura nos sorprende con estos cambios climáticos , dejandonos notar su fuerza y destrucción, lamentablemente , poco podemos hacer ante tan inesperados acontecimientos, te dejo las gracias, por tus buenos deseos, y espero, siempre tu paso, las puertas están abiertas.

Un abrazo que reconforte y anime tu espíritu.

Blue

Flor dijo...

Maravillada me quedo al leer tus palabras,por fin la lluvia ha dejado de caer y la ria ha cambiado su color por ese chocolate dificil de tragar.