Es tan antigua como las referencias de nuestros primitivos antepasados.
Ellos utilizaron huesos como una sencilla flauta con agujeros y soplando dieron los primeros compases, además de producir sonidos más o menos efectivos haciendo percusión con cualquier material que tuviesen a mano.
La música es una de las cosas que se establecen desde nuestro nacimiento, se manifiesta en todas las etapas de nuestra vida, cambiando dependiendo de las épocas del año, a través de la historia.
Las modas, la paz, las protestas, el consumo, determinan los himnos de los países, acompañan en las temidas guerras, enardecen aglomeraciones patrióticas, gentíos en protestas reclamando justicias, calman, inducen a los animales a producir más.
Eso que dicen de que “La música amansa las fieras”.
Se deciden muchas cosas en esa compañía armoniosa.
En las primaveras gusta de oírse algunas clásicas, aunque no guste a las personas que no saborean estos habitualmente, encuentren en esta estación alguna pieza de esas que llaman populares que les agradan.
Salen a la palestra otros sonidos con letras, sones suaves con referencias a amores románticos, pasionales y vitalistas. En el alma se manifiesta esas necesidades con profusión, hasta en las calles se nota esa alegría “floripendiada”, ayudando a la salida del invierno un tanto oscuro y monótono.
Sí, la música se puede apreciar saliendo de las ventanas y puertas abiertas, descarada y con fuerza, que a pesar del frío que todavía reina en el clima, apetece despojarse de los abrigos al ritmo que se está escuchando.
Es semejante a las otras cosas que florecen, crecen, aportan frutos importantes, el sol, el aire, los días largos y las tardes-noches que desatan en casi todos, necesidades de conocer y disfrutar sensaciones juveniles. En los que ya pasamos esa edad nos llenan la vista nuestros seres queridos, viéndose con tintes más claros y valorando sentimientos a veces aletargados.
El día a día se llena de alegres ecos de estas melodías pegadizas, que debido a este periodo corto, impiden el cansancio del tan traído y llevado monotema de la pasión. La poesía sale a colación adornada con notas a todos los puntos cardinales, flotando en el viento, llevando colocadas en versos sonoros todas las definiciones amorosas, todo lo relacionado con el corazón, donde los cantautores italianos, los sentimentales bachateros americanos, conciertos clásicos en alegros fantásticos, se hacen con los primeros puestos en las listas de discos vendidos.
En el estío siempre se le aplican tonadas alegres y desenfadadas. Es el tiempo de la fuerza y el empuje, ayudados por esa estabilidad en el clima, invita tanto de día como de noche a la actividad, a estar en grupo y divertirse, reír, amar, hablar, compartir todo lo que gusta.
Cuánto apetece disfrutar al aire libre de bailes con melodías desenfadadas, que incluso la poca profesionalidad de los interpretes importa bien poco, en romerías o fiestas patronales.
Los conciertos que en esta parte estacional más calurosa suelen ser al aire libre, en apacibles lugares que tienen la posibilidad de entregar sonoridad en las noches, elevando nuestro espíritu y asumiendo por ejemplo que los clásicos son la “monda”. La música contemporánea es mismamente agradable, un gospel con su espiritualidad, el jazz, blue, un solo de saxofón o trompeta recordando a Louis Armstromg, rock, pop, disco, reggae, funk, heavy metal, punk-rock.
Hay títulos tan sorprendentes como White Shadows, con letras o careciendo de ellas, casi se puede admitir todo, aunque dependerá un poco de la cercanía a los decibelios que emiten algunos de los bafles de estos conciertos. Hago constar que estos grupos estruendosos tienen entre sus obras magníficos ejemplos de baladas, filosofías acertadas de la vida, protestas que aún con mi edad siguen estando vigentes. En el fondo la música por moderna o diferente que creamos en nuestros años rebeldes, mantienen las mismas pretensiones que otros jovencitos ya tuvieron.
La comodidad es algo que no se necesita, en cualquier posición, de pie, sentados, a veces tumbados, el lugar, algo de lluvia, apelotonamiento, se vive la libertad compartida a pesar de estar cualquier conversación o griterío a nuestro lado. Nos abstraemos del todo, de todos... Es pura magia.
Es increíble la fuerza que tenemos y que en otros meses ni utilizamos ni se manifiesta, sin embargo el verano nos la provoca y ella aparece con ganas. Acabando este nos acerca a la vista de las recolecciones de muchas cosechas y otras que se encuentran en proceso de su máximo rendimiento en otoño.
La llegada otoñal implica algo de nostalgia y casi tristeza, es un cambio de tanta vitalidad, anterior a una especie de cansancio físico , que nos lleva con facilidad a la melancolía, paseada en las aún cálidas tardes con vientos asurados en espera de los frutos secos, los colores de los árboles con extraordinarios verdes, calderas, amarillos, marrones…
Los conciertos tienen vida propia, se sigue acudiendo a esa llamada para reunir adeptos de estilos musicales varios, en explanadas, al aire libre o en locales grandes, ahumados e igualmente bulliciosos pero gratos. Los espectáculos más cercanos a los clásicos o contemporáneos, son a niveles menores, menos contaminados, pero igualmente preñados de interés y convivencia, compartiendo gustos que en definitiva será lo que nos lleva a disfrutar de esa musicalidad sentimental.
Quizá esa necesidad de encontrarse con la compañía o conversación ante una chimenea crepitante, con el color de ese fuego que busca la salida creciendo, alargando esa llamarada inquieta, cálida, amable, ante un adagio en do menor de Albinoni, unas baladas amodorrantes, unas lecturas ya deseadas.
Nos calmamos al ritmo de estos o quizás los buscamos inconscientemente, será ambas cosas inherentes a esa sentimentalidad casi decadente. Casi formamos a la fuerza esta sensación, nos encanta oír el viento fuerte que mueve los árboles, ramas y hojas, siendo la antesala de la caída de estas, protegidos en la casa.
Ver el llover despacio que golpea incesante y ruidoso el cristal de nuestra ventana, que imprime esa musicalidad natural, con el ruido de fondo de alguna gotera en el canalón, que se azota estruendosa sobre el caldero que se mantiene boca abajo, en espera de que escampe, pero hasta entonces acompaña mientras cogemos el sueño agradable y nocturno.
Bailar en pareja acercándose al ser amado en busca del calor físico y del alma, es casi intentar dar paso a la vida de la próxima estación invernal apoyándose en el otro. También se le añaden sin querer pequeños estadíos de bajón o depresión intrascendente. Es posible que nos disponga al invierno ya tan próximo de la mano de melodías lentas y cansinas.
Y este llega de manos de diciembre, en su semana final, además nos depara la salida de año y entrada del siguiente por estrenar, celebrando ambos con fiestas donde la música es el elemento principal y sin la cual, sería difícil disfrutar.
Ahí se admite con mas contento a través de las vacaciones de los peques, la alegría de fiestas familiares, (aunque a veces se harta uno de tanto alboroto y alborozo), esto ayuda a disimular un poco el temor al frío y la casi oscuridad de sus nublados, lluvia, vientos, nieves.
Es la época donde religiosamente o por otras causas estipuladas tácitamente, cesan en días concretos hasta esas malditas guerras, conflictos políticos, se ignoran problemas económicos y casi estamos obligados a ser felices porque sí. Es tanta la exclusividad a la felicidad exigida que a la falta de seres queridos en esas fechas, nos reimprime y aumenta la pena, de tanto como nos recuerdan la familiaridad del momento navideño.
Hemos de dejar muy claro el disfrute de los que en ese momento estén, por nosotros mismos, los presentes y sobre todo por los niños ilusionados con los Reyes Magos o el ya casi adoptado Papá Noel.
Ellos encantados pues no entienden casi nada del aspecto religioso de los adoradores Magos de Oriente a Jesús, solamente ven que Noel llega antes, eso es lo que prima en su mente infantil, quieren jugar cuanto primero y punto.
Lo más pesado son las pantagruélicas comidas o cenas, ¡Dios mío!, para lo exageradas que son ni tan malo que no medio morimos empachados a ritmo de villancico. De esto y de los sones navideños y repetitivos. Tendremos que variar en algún momento esa relación de: Cuanta más comida, más felices. Pues no, cuanta más comida más llenos, eso nada más.
La felicidad no crece o disminuye por eso, es el cuerpo el que busca la referencia del placer de degustar y casi tragar, porque llegado el momento tu sentido del gusto está adormecido y agotado de tanta vianda. Acabamos todos con aspecto de muñecos orondos de nieve, con nariz roja por los efluvios de la bebida y ahítos, luego aparece la demanda ante el sufrimiento de una próxima y efectiva dieta para
adelgazar.
Sufrimos mientras comemos previniendo lo que haremos en cuanto acabe esta época, para comenzar la dieta adelgazante, ¡Por favor que contradicciones nos inventamos!
Cuanta gente sale después a la misa del gallo, donde reina la música coral que suena en las iglesias divinamente, nunca mejor dicho y ahora se estila salir a bailes y encuentros rodeados de otros sones menos relacionados con la Navidad.
Aquí la música llega con tintes navideños, alegres, repetitivos que en este mundo consumista, son esgrimidos con inteligente método después de exhaustivos estudios de mercado. Emplean esta y colores que imponen a la compra sin conocimiento, tan fáciles somos de llevar en rebaño como todo eso. Venden, convencen, machacan, los conciertos televisivos de la natalidad, la radio, e incluso nuestros finales de sobremesa, se acompaña de estos compases comerciales.
Menos mal que una vez pasada esta algarabía volvemos a la paz añorada del invierno, a refugiarnos un poco en nosotros mismos escuchando sones relajados, leyendo en su compañía o escribiendo tranquilamente.
Hasta en el trabajo es necesaria la música. Según tenga la velocidad la pauta rítmica, el cuerpo se acompasa uniéndose en cualquier labor.
Esto se sabe de tiempos inmemoriales, casi se puede conseguir de esa manera una especie de histeria colectiva, enardece, pacifíca, aumenta o disminuye la vitalidad, en definitiva acompaña toda nuestra vida.
Para terminar de sobrellevar el periodo invernal, aparece con alegres músicas el carnaval, que dentro del fresquísimo febrero, consigue de nuevo dar fuerza a nuestros cuerpos, en preparación de la primavera, el bebé de nuestras estaciones, tierna, sensible, colorida, alegre que como ya mentamos, da pie a esa juventud anímica también.
Poco después de estas fiestas, a veces se llega la Semana Santa en este final del inclemente invierno, recordando aquella magnifica opera rock de Jesucristo Superstar, un autentico placer para todos los gustos, aunó todas las edades y facilitó el compartir de todos en algo bello, hasta el punto de que todavía nadie ha vuelto a fomentar algo tan extraordinario, en la obra y en el espectador.
Que mejor colofón para designar la música en nuestras vidas, “el espectáculo” sería la forma de definir la paridad vida-música, (tanto monta) sabiendo que una sin la otra sería pobre. Tan necesario como cualquier otro alimento, deja en nosotros marcados nuestros recuerdos, presentes y es posible que un futuro mejorado por ella,
por LA MÚSICA.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-Cabezón de la Sal
Diciembre de 2009
Ellos utilizaron huesos como una sencilla flauta con agujeros y soplando dieron los primeros compases, además de producir sonidos más o menos efectivos haciendo percusión con cualquier material que tuviesen a mano.
La música es una de las cosas que se establecen desde nuestro nacimiento, se manifiesta en todas las etapas de nuestra vida, cambiando dependiendo de las épocas del año, a través de la historia.
Las modas, la paz, las protestas, el consumo, determinan los himnos de los países, acompañan en las temidas guerras, enardecen aglomeraciones patrióticas, gentíos en protestas reclamando justicias, calman, inducen a los animales a producir más.
Eso que dicen de que “La música amansa las fieras”.
Se deciden muchas cosas en esa compañía armoniosa.
En las primaveras gusta de oírse algunas clásicas, aunque no guste a las personas que no saborean estos habitualmente, encuentren en esta estación alguna pieza de esas que llaman populares que les agradan.
Salen a la palestra otros sonidos con letras, sones suaves con referencias a amores románticos, pasionales y vitalistas. En el alma se manifiesta esas necesidades con profusión, hasta en las calles se nota esa alegría “floripendiada”, ayudando a la salida del invierno un tanto oscuro y monótono.
Sí, la música se puede apreciar saliendo de las ventanas y puertas abiertas, descarada y con fuerza, que a pesar del frío que todavía reina en el clima, apetece despojarse de los abrigos al ritmo que se está escuchando.
Es semejante a las otras cosas que florecen, crecen, aportan frutos importantes, el sol, el aire, los días largos y las tardes-noches que desatan en casi todos, necesidades de conocer y disfrutar sensaciones juveniles. En los que ya pasamos esa edad nos llenan la vista nuestros seres queridos, viéndose con tintes más claros y valorando sentimientos a veces aletargados.
El día a día se llena de alegres ecos de estas melodías pegadizas, que debido a este periodo corto, impiden el cansancio del tan traído y llevado monotema de la pasión. La poesía sale a colación adornada con notas a todos los puntos cardinales, flotando en el viento, llevando colocadas en versos sonoros todas las definiciones amorosas, todo lo relacionado con el corazón, donde los cantautores italianos, los sentimentales bachateros americanos, conciertos clásicos en alegros fantásticos, se hacen con los primeros puestos en las listas de discos vendidos.
En el estío siempre se le aplican tonadas alegres y desenfadadas. Es el tiempo de la fuerza y el empuje, ayudados por esa estabilidad en el clima, invita tanto de día como de noche a la actividad, a estar en grupo y divertirse, reír, amar, hablar, compartir todo lo que gusta.
Cuánto apetece disfrutar al aire libre de bailes con melodías desenfadadas, que incluso la poca profesionalidad de los interpretes importa bien poco, en romerías o fiestas patronales.
Los conciertos que en esta parte estacional más calurosa suelen ser al aire libre, en apacibles lugares que tienen la posibilidad de entregar sonoridad en las noches, elevando nuestro espíritu y asumiendo por ejemplo que los clásicos son la “monda”. La música contemporánea es mismamente agradable, un gospel con su espiritualidad, el jazz, blue, un solo de saxofón o trompeta recordando a Louis Armstromg, rock, pop, disco, reggae, funk, heavy metal, punk-rock.
Hay títulos tan sorprendentes como White Shadows, con letras o careciendo de ellas, casi se puede admitir todo, aunque dependerá un poco de la cercanía a los decibelios que emiten algunos de los bafles de estos conciertos. Hago constar que estos grupos estruendosos tienen entre sus obras magníficos ejemplos de baladas, filosofías acertadas de la vida, protestas que aún con mi edad siguen estando vigentes. En el fondo la música por moderna o diferente que creamos en nuestros años rebeldes, mantienen las mismas pretensiones que otros jovencitos ya tuvieron.
La comodidad es algo que no se necesita, en cualquier posición, de pie, sentados, a veces tumbados, el lugar, algo de lluvia, apelotonamiento, se vive la libertad compartida a pesar de estar cualquier conversación o griterío a nuestro lado. Nos abstraemos del todo, de todos... Es pura magia.
Es increíble la fuerza que tenemos y que en otros meses ni utilizamos ni se manifiesta, sin embargo el verano nos la provoca y ella aparece con ganas. Acabando este nos acerca a la vista de las recolecciones de muchas cosechas y otras que se encuentran en proceso de su máximo rendimiento en otoño.
La llegada otoñal implica algo de nostalgia y casi tristeza, es un cambio de tanta vitalidad, anterior a una especie de cansancio físico , que nos lleva con facilidad a la melancolía, paseada en las aún cálidas tardes con vientos asurados en espera de los frutos secos, los colores de los árboles con extraordinarios verdes, calderas, amarillos, marrones…
Los conciertos tienen vida propia, se sigue acudiendo a esa llamada para reunir adeptos de estilos musicales varios, en explanadas, al aire libre o en locales grandes, ahumados e igualmente bulliciosos pero gratos. Los espectáculos más cercanos a los clásicos o contemporáneos, son a niveles menores, menos contaminados, pero igualmente preñados de interés y convivencia, compartiendo gustos que en definitiva será lo que nos lleva a disfrutar de esa musicalidad sentimental.
Quizá esa necesidad de encontrarse con la compañía o conversación ante una chimenea crepitante, con el color de ese fuego que busca la salida creciendo, alargando esa llamarada inquieta, cálida, amable, ante un adagio en do menor de Albinoni, unas baladas amodorrantes, unas lecturas ya deseadas.
Nos calmamos al ritmo de estos o quizás los buscamos inconscientemente, será ambas cosas inherentes a esa sentimentalidad casi decadente. Casi formamos a la fuerza esta sensación, nos encanta oír el viento fuerte que mueve los árboles, ramas y hojas, siendo la antesala de la caída de estas, protegidos en la casa.
Ver el llover despacio que golpea incesante y ruidoso el cristal de nuestra ventana, que imprime esa musicalidad natural, con el ruido de fondo de alguna gotera en el canalón, que se azota estruendosa sobre el caldero que se mantiene boca abajo, en espera de que escampe, pero hasta entonces acompaña mientras cogemos el sueño agradable y nocturno.
Bailar en pareja acercándose al ser amado en busca del calor físico y del alma, es casi intentar dar paso a la vida de la próxima estación invernal apoyándose en el otro. También se le añaden sin querer pequeños estadíos de bajón o depresión intrascendente. Es posible que nos disponga al invierno ya tan próximo de la mano de melodías lentas y cansinas.
Y este llega de manos de diciembre, en su semana final, además nos depara la salida de año y entrada del siguiente por estrenar, celebrando ambos con fiestas donde la música es el elemento principal y sin la cual, sería difícil disfrutar.
Ahí se admite con mas contento a través de las vacaciones de los peques, la alegría de fiestas familiares, (aunque a veces se harta uno de tanto alboroto y alborozo), esto ayuda a disimular un poco el temor al frío y la casi oscuridad de sus nublados, lluvia, vientos, nieves.
Es la época donde religiosamente o por otras causas estipuladas tácitamente, cesan en días concretos hasta esas malditas guerras, conflictos políticos, se ignoran problemas económicos y casi estamos obligados a ser felices porque sí. Es tanta la exclusividad a la felicidad exigida que a la falta de seres queridos en esas fechas, nos reimprime y aumenta la pena, de tanto como nos recuerdan la familiaridad del momento navideño.
Hemos de dejar muy claro el disfrute de los que en ese momento estén, por nosotros mismos, los presentes y sobre todo por los niños ilusionados con los Reyes Magos o el ya casi adoptado Papá Noel.
Ellos encantados pues no entienden casi nada del aspecto religioso de los adoradores Magos de Oriente a Jesús, solamente ven que Noel llega antes, eso es lo que prima en su mente infantil, quieren jugar cuanto primero y punto.
Lo más pesado son las pantagruélicas comidas o cenas, ¡Dios mío!, para lo exageradas que son ni tan malo que no medio morimos empachados a ritmo de villancico. De esto y de los sones navideños y repetitivos. Tendremos que variar en algún momento esa relación de: Cuanta más comida, más felices. Pues no, cuanta más comida más llenos, eso nada más.
La felicidad no crece o disminuye por eso, es el cuerpo el que busca la referencia del placer de degustar y casi tragar, porque llegado el momento tu sentido del gusto está adormecido y agotado de tanta vianda. Acabamos todos con aspecto de muñecos orondos de nieve, con nariz roja por los efluvios de la bebida y ahítos, luego aparece la demanda ante el sufrimiento de una próxima y efectiva dieta para
adelgazar.
Sufrimos mientras comemos previniendo lo que haremos en cuanto acabe esta época, para comenzar la dieta adelgazante, ¡Por favor que contradicciones nos inventamos!
Cuanta gente sale después a la misa del gallo, donde reina la música coral que suena en las iglesias divinamente, nunca mejor dicho y ahora se estila salir a bailes y encuentros rodeados de otros sones menos relacionados con la Navidad.
Aquí la música llega con tintes navideños, alegres, repetitivos que en este mundo consumista, son esgrimidos con inteligente método después de exhaustivos estudios de mercado. Emplean esta y colores que imponen a la compra sin conocimiento, tan fáciles somos de llevar en rebaño como todo eso. Venden, convencen, machacan, los conciertos televisivos de la natalidad, la radio, e incluso nuestros finales de sobremesa, se acompaña de estos compases comerciales.
Menos mal que una vez pasada esta algarabía volvemos a la paz añorada del invierno, a refugiarnos un poco en nosotros mismos escuchando sones relajados, leyendo en su compañía o escribiendo tranquilamente.
Hasta en el trabajo es necesaria la música. Según tenga la velocidad la pauta rítmica, el cuerpo se acompasa uniéndose en cualquier labor.
Esto se sabe de tiempos inmemoriales, casi se puede conseguir de esa manera una especie de histeria colectiva, enardece, pacifíca, aumenta o disminuye la vitalidad, en definitiva acompaña toda nuestra vida.
Para terminar de sobrellevar el periodo invernal, aparece con alegres músicas el carnaval, que dentro del fresquísimo febrero, consigue de nuevo dar fuerza a nuestros cuerpos, en preparación de la primavera, el bebé de nuestras estaciones, tierna, sensible, colorida, alegre que como ya mentamos, da pie a esa juventud anímica también.
Poco después de estas fiestas, a veces se llega la Semana Santa en este final del inclemente invierno, recordando aquella magnifica opera rock de Jesucristo Superstar, un autentico placer para todos los gustos, aunó todas las edades y facilitó el compartir de todos en algo bello, hasta el punto de que todavía nadie ha vuelto a fomentar algo tan extraordinario, en la obra y en el espectador.
Que mejor colofón para designar la música en nuestras vidas, “el espectáculo” sería la forma de definir la paridad vida-música, (tanto monta) sabiendo que una sin la otra sería pobre. Tan necesario como cualquier otro alimento, deja en nosotros marcados nuestros recuerdos, presentes y es posible que un futuro mejorado por ella,
por LA MÚSICA.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-Cabezón de la Sal
Diciembre de 2009
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