Ayer de nuevo me acerqué a la atalaya para ver una nueva marejada, que por cierto era aún más brava. La noche anterior reinaba un tiempo otoñal y al alejarme pude oír como se iba viniendo el ruido del oleaje hacia la costa. Eran la una del medio día, en ese momento coincidí con otras tres mujeres, todas estábamos un poco estremecidas de la fuerza y ruido; el mismo rompía en toda las zonas, “la plancha, en el pozu de las ánades, en la barra, en el puntal de la playa, en la silla”, no quedaba otra opción que admirar y temer semejante situación.
Contaban que hace años en uno de los paseos que daban para admirar este tiempo, llevando aquí unos años y sabiendo que saltaban en toda la zona las olas, se dirigieron a la explanada del acceso a la barra. En esa zona calcularon que estaban a salvo y en el palco natural más cercano a esa escena de temporal estruendoso, fuerte, de lo que nadie hubiera estado. Ellas podrían haber sido las primeras que estando en tierra firme, vieran sin mojarse pasar casi por encima las olas.
Decían entre risas que las caló, casi recién llegadas, hasta los huesos, nunca mejor dicho, ni los abrigos les procuraron defensa ante tanta agua, intentaron retorcer sus ropas para al menos disminuirlas de peso, pero siempre quedaba más y más. El ruido que los zapatos les producía al andar, era como escuchar el chirriar de puertas viejas y con herrumbre en los goznes mecidas por el viento, pingando sus ropas de ese poquito de mar que las humedeció por completo.
Sus cabellos caían hacia sus hombros separados y algo endurecidos por el efecto de la sal, del liquido elemento llegado a la costa, como el momento en que se saca la larga pasta recién cocida, desordenada y tersa. Dejaban el rastro por doquiera que pasaran, así atravesaron la población, pero lo que lo que más les dolía es que conocían sobradamente como se las gastaba la mar.
Una de estas personas decía que muchos de sus familiares eran marinos, ella sin embargo vivió tierra adentro, pero pudo disfrutar en algunas épocas infantiles de la costa gallega. Allí vivió su abuela de ascendencia vasca y crió a sus hijos. Dice que estos contaban que cuando la mar rompía con grandes temporales en esa zona de la Coruña, ella levantaba a su familia de la cama para rezar por su abuelo para que estuviera a salvo. De aquella navegaba nada menos que por la zona neoyorquina y que poco o nada iba a verse afectada la costa americana, pero rezado estaba y para otra ocasión serviría.
Comentaba que este abuelo siempre alternó seis meses de mar seguidos, seis de descanso, tenía su domicilio en Nueva York y allí fue a parar su abuela vasca donde se conocieron. Pero llegó la guerra del 14 y ante la disyuntiva de nacionalizarse allí o venirse a Galicia, su abuelo decidió volver cosa que a su esposa gustó poco, más después de conocer la vida diferente de aquella población con otro tipo de sociedad, convivencias y adelantos como era entonces la cosmopolita y comercial ciudad norteamericana.
Nuestra interlocutora siguió narrando vivencias de sus años mozos, contaba que tenía la gran suerte de poder quedarse en casa de otro de sus familiares en vacaciones. Aquello para ella fue una época de muchos descubrimientos, dormir con el sonido de la mar, estar siempre al aire libre sin peligros, pero claro es que vivió nada menos que en la casa del torrero del faro de la Torre de Hércules.
Por cierto, desde junio de este año es Patrimonio de la Humanidad, no es de extrañar porque tiene nada menos que 2000 años de antigüedad. Según dice la historia esta ciudad de origen celta llamada Brigantia habitada por los ártabros, fue conquistada por los romanos, la construyó el emperador Trajano en el siglo II. El arquitecto fue Cayo Servio Lupo y la dedicó al dios de la guerra Marte. En el siglo XIII Alfonso IX reconstruye la torre y llama a la ciudad Crunia.
No me podía imaginar tener frente a mí a alguien con esa vivencia. Ella humildemente que no dejaba de ser igual a otros niños frente a la inmensidad del mar, pero a ver como es tan fácil igualar el aprender a patinar por el antiguo túnel de acceso subterráneo al faro. Se podía pasar por él para llegar directamente desde el domicilio del torrero, quizás se oyeran los gritos de los niños y sus juegos, en aquel pasadizo casi oscuro con algún codazo que otro contra sus paredes, para poder llegar a mantener el equilibrio perfecto sobre los patines. Una vez conseguido, es posible que las carreras bajo él fueran apoteósicas.
También recordaba el olor a gasoil del motor que alimentaba entonces, la gran linterna del faro. Ahora esa luz blanca tiene un alcance de 23 millas, a intervalos de 4 segundos, la señal audible se escucha a 7 millas. Tiene una altura incluida su base de 68 metros, (segundo en altura de España), en ella se encuentra un gran museo protegido, posiblemente de lo que fue el muro de protección. Tiene una gran cantidad de restos romanos y otras piezas de indudable valor histórico.
Se le iluminaban los ojos hablando de su vida feliz al lado de la costa, a pesar de los vientos y marejadas, eso quedó dicho pues las cuatro personas que allí Estábamos, nos dio por pensar que quizás fuera tanto ruido dificultoso en el dormir, ella dijo que incluso la relajaba.
Me la imagino jugando por aquella zona con unas poquitas de casas, sin peligros y pudiendo trasladarse en un pis pas a la naturaleza o a la ciudad, pudiendo gritar o imaginar ser una marina avisando con un “tierra a la vista”.
Aquellos alrededores han cambiado como pude ver hace unos años, se dedicó el entorno de viviendas a un museo al aire libre contemporáneo. De aquella conté 20 obras, lo curioso es que las más realistas son las que corresponden a la historia mitológica de las leyendas de la creación de la torre y la ciudad de la Coruña, es posible que hoy día haya más obras.
Dice ésta, que Hércules hijo de Zeus, venció a un gigante llamado Gerión, enterró su cabeza bajo la torre para así conmemorar su victoria... En el escudo de esta ciudad a Coruña, se ve reflejado la torre de Hércules, la calavera de Gerión desde 1.448. Otra cuenta que la primera persona en habitarla fue Crunia y que bautizó así la nueva ciudad. También se le adjudica al rey Breogán la fundación de la torre. Por último la leyenda del espejo dice que el rey Ispahán hijo de Hércules, hizo colocar en la torre un espejo mágico para vigilar la llegada de naves a la ciudad.
Me sigue diciendo que subió aquellos 242 escalones de sus tres pisos, que podía ver tanto como su vista alcanzara en días claros, la ciudad, el puerto, el horizonte, los barcos entrando y saliendo de esa zona comercial o incluso los que tan solo pasaban, que no le producía ningún cansancio aquella escalera de espiral, tremendamente empinada, en tiempos a la última fase se llegaba por un acceso exterior. En aquel lugar tan alto el viento revolvía su pelo y se dejaba llevar por él, a sabiendas que se podía apoyarse en la pared evitando caerse.
En mi visita pude sentir casi mareo al intentar ver en toda su altura esa construcción, sobre todo por la sensación de que con el sesgado está inclinada o al bies en palabras de modista, pero se aprecia enseguida el derecho de sus ventanales. Estos parecen tener persianas de piedra, porque la gran mayoría están cerradas o casi cerradas, es probable que fuera así el plano para aparentar vigilancia desde toda ella. Como curiosidad reseñaré que albergó la primera escuela de torreros de faros de España en 1.854, posiblemente algunas de las viviendas cercanas de entonces fueron sus residencias, aunque creo que tenían su propio edificio hoy todo desaparecido.
Mientras, el temporal arreciaba ensordecedor y espectacular, pero no padecimos frío en esa atalaya pejina; se nos venía encima la hora del regreso y aún me quedé con más ganas de oír las experiencias de esa niñez, que sería como casi todas pero en un entorno incomparable y curioso. Nos despedimos con el sonido del mar sin pausa y esperé a que marcharan para regresar tan solo conmigo misma.
Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
Noviembre de 2009
Contaban que hace años en uno de los paseos que daban para admirar este tiempo, llevando aquí unos años y sabiendo que saltaban en toda la zona las olas, se dirigieron a la explanada del acceso a la barra. En esa zona calcularon que estaban a salvo y en el palco natural más cercano a esa escena de temporal estruendoso, fuerte, de lo que nadie hubiera estado. Ellas podrían haber sido las primeras que estando en tierra firme, vieran sin mojarse pasar casi por encima las olas.
Decían entre risas que las caló, casi recién llegadas, hasta los huesos, nunca mejor dicho, ni los abrigos les procuraron defensa ante tanta agua, intentaron retorcer sus ropas para al menos disminuirlas de peso, pero siempre quedaba más y más. El ruido que los zapatos les producía al andar, era como escuchar el chirriar de puertas viejas y con herrumbre en los goznes mecidas por el viento, pingando sus ropas de ese poquito de mar que las humedeció por completo.
Sus cabellos caían hacia sus hombros separados y algo endurecidos por el efecto de la sal, del liquido elemento llegado a la costa, como el momento en que se saca la larga pasta recién cocida, desordenada y tersa. Dejaban el rastro por doquiera que pasaran, así atravesaron la población, pero lo que lo que más les dolía es que conocían sobradamente como se las gastaba la mar.
Una de estas personas decía que muchos de sus familiares eran marinos, ella sin embargo vivió tierra adentro, pero pudo disfrutar en algunas épocas infantiles de la costa gallega. Allí vivió su abuela de ascendencia vasca y crió a sus hijos. Dice que estos contaban que cuando la mar rompía con grandes temporales en esa zona de la Coruña, ella levantaba a su familia de la cama para rezar por su abuelo para que estuviera a salvo. De aquella navegaba nada menos que por la zona neoyorquina y que poco o nada iba a verse afectada la costa americana, pero rezado estaba y para otra ocasión serviría.
Comentaba que este abuelo siempre alternó seis meses de mar seguidos, seis de descanso, tenía su domicilio en Nueva York y allí fue a parar su abuela vasca donde se conocieron. Pero llegó la guerra del 14 y ante la disyuntiva de nacionalizarse allí o venirse a Galicia, su abuelo decidió volver cosa que a su esposa gustó poco, más después de conocer la vida diferente de aquella población con otro tipo de sociedad, convivencias y adelantos como era entonces la cosmopolita y comercial ciudad norteamericana.
Nuestra interlocutora siguió narrando vivencias de sus años mozos, contaba que tenía la gran suerte de poder quedarse en casa de otro de sus familiares en vacaciones. Aquello para ella fue una época de muchos descubrimientos, dormir con el sonido de la mar, estar siempre al aire libre sin peligros, pero claro es que vivió nada menos que en la casa del torrero del faro de la Torre de Hércules.
Por cierto, desde junio de este año es Patrimonio de la Humanidad, no es de extrañar porque tiene nada menos que 2000 años de antigüedad. Según dice la historia esta ciudad de origen celta llamada Brigantia habitada por los ártabros, fue conquistada por los romanos, la construyó el emperador Trajano en el siglo II. El arquitecto fue Cayo Servio Lupo y la dedicó al dios de la guerra Marte. En el siglo XIII Alfonso IX reconstruye la torre y llama a la ciudad Crunia.
No me podía imaginar tener frente a mí a alguien con esa vivencia. Ella humildemente que no dejaba de ser igual a otros niños frente a la inmensidad del mar, pero a ver como es tan fácil igualar el aprender a patinar por el antiguo túnel de acceso subterráneo al faro. Se podía pasar por él para llegar directamente desde el domicilio del torrero, quizás se oyeran los gritos de los niños y sus juegos, en aquel pasadizo casi oscuro con algún codazo que otro contra sus paredes, para poder llegar a mantener el equilibrio perfecto sobre los patines. Una vez conseguido, es posible que las carreras bajo él fueran apoteósicas.
También recordaba el olor a gasoil del motor que alimentaba entonces, la gran linterna del faro. Ahora esa luz blanca tiene un alcance de 23 millas, a intervalos de 4 segundos, la señal audible se escucha a 7 millas. Tiene una altura incluida su base de 68 metros, (segundo en altura de España), en ella se encuentra un gran museo protegido, posiblemente de lo que fue el muro de protección. Tiene una gran cantidad de restos romanos y otras piezas de indudable valor histórico.
Se le iluminaban los ojos hablando de su vida feliz al lado de la costa, a pesar de los vientos y marejadas, eso quedó dicho pues las cuatro personas que allí Estábamos, nos dio por pensar que quizás fuera tanto ruido dificultoso en el dormir, ella dijo que incluso la relajaba.
Me la imagino jugando por aquella zona con unas poquitas de casas, sin peligros y pudiendo trasladarse en un pis pas a la naturaleza o a la ciudad, pudiendo gritar o imaginar ser una marina avisando con un “tierra a la vista”.
Aquellos alrededores han cambiado como pude ver hace unos años, se dedicó el entorno de viviendas a un museo al aire libre contemporáneo. De aquella conté 20 obras, lo curioso es que las más realistas son las que corresponden a la historia mitológica de las leyendas de la creación de la torre y la ciudad de la Coruña, es posible que hoy día haya más obras.
Dice ésta, que Hércules hijo de Zeus, venció a un gigante llamado Gerión, enterró su cabeza bajo la torre para así conmemorar su victoria... En el escudo de esta ciudad a Coruña, se ve reflejado la torre de Hércules, la calavera de Gerión desde 1.448. Otra cuenta que la primera persona en habitarla fue Crunia y que bautizó así la nueva ciudad. También se le adjudica al rey Breogán la fundación de la torre. Por último la leyenda del espejo dice que el rey Ispahán hijo de Hércules, hizo colocar en la torre un espejo mágico para vigilar la llegada de naves a la ciudad.
Me sigue diciendo que subió aquellos 242 escalones de sus tres pisos, que podía ver tanto como su vista alcanzara en días claros, la ciudad, el puerto, el horizonte, los barcos entrando y saliendo de esa zona comercial o incluso los que tan solo pasaban, que no le producía ningún cansancio aquella escalera de espiral, tremendamente empinada, en tiempos a la última fase se llegaba por un acceso exterior. En aquel lugar tan alto el viento revolvía su pelo y se dejaba llevar por él, a sabiendas que se podía apoyarse en la pared evitando caerse.
En mi visita pude sentir casi mareo al intentar ver en toda su altura esa construcción, sobre todo por la sensación de que con el sesgado está inclinada o al bies en palabras de modista, pero se aprecia enseguida el derecho de sus ventanales. Estos parecen tener persianas de piedra, porque la gran mayoría están cerradas o casi cerradas, es probable que fuera así el plano para aparentar vigilancia desde toda ella. Como curiosidad reseñaré que albergó la primera escuela de torreros de faros de España en 1.854, posiblemente algunas de las viviendas cercanas de entonces fueron sus residencias, aunque creo que tenían su propio edificio hoy todo desaparecido.
Mientras, el temporal arreciaba ensordecedor y espectacular, pero no padecimos frío en esa atalaya pejina; se nos venía encima la hora del regreso y aún me quedé con más ganas de oír las experiencias de esa niñez, que sería como casi todas pero en un entorno incomparable y curioso. Nos despedimos con el sonido del mar sin pausa y esperé a que marcharan para regresar tan solo conmigo misma.
Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
Noviembre de 2009
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