Ayer me llamó la atención un hecho curioso que leí en el Dominical Semanal. “Una historia real”, de Paulo Cohelo
Un violinista famoso se puso a tocar el violín a la entrada de un metro en Washington durante cuarenta y cinco minutos. Tocó seis piezas de J. S. Bach. Era hora punta, pasaron miles de personas. Varios niños pequeños querían escuchar, pero sus padres con prisa les arrastraban. El violinista consiguió 32 dólares y tuvo seis espectadores. Sólo una mujer lo reconoció y le dijo que sentía gran admiración por él.
Dos días antes del experimento había llenado un teatro en Boston y la gente pagó 100dólares por verlo.
Tanto en el teatro como en el metro el músico tocó con un Stradivarius valorado en 3,5 millones de dólares. Para él fue una decepción. Somos incapaces de reconocer la belleza fuera de los sitios donde debe desarrollarse.
Al leer esto me acordé de dos violinistas extranjeros que estaban el verano pasado tocando en las escaleras de la Colegiata de Santillana del Mar. ¡Oh, eso no es el metro, es un sitio mágico para tocar! Pues tampoco se paraba casi nadie para escuchar, les daban unas monedas y se marchaban. De pronto sonó una melodía muy querida para mí, “Concierto de Aranjuez”, y me quedé a escuchar; pero tengo que reconocer que no soy ninguna experta y si no llego a escuchar esa melodía, quizás me hubiese parado un minuto como los demás. Sólo sé que me gusta el violín mucho.
Y hablando de momentos mágicos, recuerdo uno precioso. Paseaba por los jardines del Palacio de la Magdalena en Santander. De pronto escucho el sonido de una gaita. Era de una excursión de asturianos que estaban en la explanada de los barcos, y yo estaba más arriba, cerca del Palacio. Me senté en un banco a escuchar con deleite aquellas melodías que subían mientras contemplaba el mar en aquella soleada mañana primaveral, y por unos momentos fui feliz.
Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Diciembre 2009
Un violinista famoso se puso a tocar el violín a la entrada de un metro en Washington durante cuarenta y cinco minutos. Tocó seis piezas de J. S. Bach. Era hora punta, pasaron miles de personas. Varios niños pequeños querían escuchar, pero sus padres con prisa les arrastraban. El violinista consiguió 32 dólares y tuvo seis espectadores. Sólo una mujer lo reconoció y le dijo que sentía gran admiración por él.
Dos días antes del experimento había llenado un teatro en Boston y la gente pagó 100dólares por verlo.
Tanto en el teatro como en el metro el músico tocó con un Stradivarius valorado en 3,5 millones de dólares. Para él fue una decepción. Somos incapaces de reconocer la belleza fuera de los sitios donde debe desarrollarse.
Al leer esto me acordé de dos violinistas extranjeros que estaban el verano pasado tocando en las escaleras de la Colegiata de Santillana del Mar. ¡Oh, eso no es el metro, es un sitio mágico para tocar! Pues tampoco se paraba casi nadie para escuchar, les daban unas monedas y se marchaban. De pronto sonó una melodía muy querida para mí, “Concierto de Aranjuez”, y me quedé a escuchar; pero tengo que reconocer que no soy ninguna experta y si no llego a escuchar esa melodía, quizás me hubiese parado un minuto como los demás. Sólo sé que me gusta el violín mucho.
Y hablando de momentos mágicos, recuerdo uno precioso. Paseaba por los jardines del Palacio de la Magdalena en Santander. De pronto escucho el sonido de una gaita. Era de una excursión de asturianos que estaban en la explanada de los barcos, y yo estaba más arriba, cerca del Palacio. Me senté en un banco a escuchar con deleite aquellas melodías que subían mientras contemplaba el mar en aquella soleada mañana primaveral, y por unos momentos fui feliz.
Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Diciembre 2009
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