domingo, 2 de agosto de 2009

EL CHON...

Mucha gente sabe que el cerdo existe porque conocen el jamón serrano, y algunos más afortunados conocen además el de Jabugo. También me han contado que algunas personas creen que Serrano es un bicho y Jabugo otro mejor, pero mirad, no. Todos los jamones se elaboran a partir de las patas traseras del cerdo. El Cerdo, para los que no le conozcáis por este nombre, sabed que según las latitudes se llama también Puerco, Gorrino, Guarro, Cochino, Marrano, y aquí, en Cantabria, por lo menos en mi pueblo, se le llamaba y creo se le siga llamando "Chon". Es un nombre corto y contundente. Es nombre de cerdo hecho y derecho. No vale para emplearle en diminutivo, porque no. Para cuentos de niños y cosas así, se le llama cerdo: “Los tres cerditos…”, y otras cositas por el estilo. Pero cuando dices chon, ya le imaginas en arrobas; forjas en tu mente una imagen, un retrato del bicho en primer plano con un hocico grande y redondo, una papada inmensa de la que salen los mejores torreznos del mundo, y unos ojos diminutos casi tapados por esas orejas colgantes y largas que están buenísimas con alubias.

Hay varias razas de chones, claro, como de personas… y demás animales. Pero yo os voy a hablar de los que conocí siempre en mi pueblo, y que cuando nacían, cuando no eran más grandes que la palma de la mano y sonrosados como los angelotes que Rubens pintaba, les llamábamos “chonucos”.

No se si es así, o me lo parece a mi por eso de los recuerdos muy añosos, los partos eran siempre de noche y había que quedarse en el cubil que también llamábamos “chonera” para cuidar que la marrana, al acostarse, no aplastara parte de sus crías. A las chonas parideras se les llamaba “marranas”, pero se les decía de forma amorosa, como estándoles agradecidos de que nos regalara toda aquella prole que a veces llegaban a ser hasta quince, y que parte de ellos nos aseguraban el sustento del año mientras que el resto se vendían en el mercado de Cabezón de la Sal para con el importe solucionar necesidades de otro tipo.

Era una delicia contemplar aquella enorme chona tumbada luciendo un rosario de tetas henchidas, y cada “chonucu” mordiendo dulcemente un pezón que no soltaba hasta sentirse saciado.

Cuando crecían, todas las mañanas se les llenaba el “cocino” con el suero de la leche que soltaba la cuajada al hacer los quesos en casa, o con un cocimiento de gamones y ortigas al que se le daba grasa y sabor con el agua caliente de fregar platos y cacharros en la cocina. Después se les abría la puerta del cubil de par en par, y a correr callejas y brañas hasta la caída de la tarde.

Siempre digo, y os juro que es así, que los chones son los animales más educados del mundo. Al menos los de mi pueblo lo eran. Siempre que un chon llegaba donde otro, se arrimaban los hocicos y gruñían dulcemente: “jruuuu… jruuu…” Cuando me cruzo con alguien que vuelve la cabeza por no saludar, rememoro la educación de los chones de Caviedes, y comparo.

Había que tener cuidado cuando los chones andaban sueltos, porque si se metían en la finca de algún vecino, podíamos tener un serio disgusto. Los chones hozan la tierra. Nosotros decimos “jocan”, que es lo nuestro, y que quiere decir que levantan la tierra con el hocico buscando proteínas de lombrices, orugas y escarabajos, y cuando lo hacían por cunetas de callejas y descampados muy bien, pero como levantaran los sembrados o los prados del vecino, si no le dabas las panojas que él creyera conveniente, denuncia al canto. Para evitarlo, para que los chones no “jocaran”, se les herraba: Esto es, se les ponía en los hocinos unos alambres retorcidos, si, algo parecido a lo que se ponen ahora nuestros jóvenes más snobs, de modo que al intentar remover la tierra les hiciera daño y desistieran en su empeño.

¡Que listos eran los chones de mi pueblo! Como ellos sabían, adivinaban, o intuían, cuando llegaba el otoño. Porque “Las Cajigas Primeras” está a un kilómetro del pueblo, y hasta allí se escapaban sin que nadie les enseñara el camino para disputarse a dentelladas las primeras bellotas caídas, y las castañas que no estaban lejos.

El capador era Abelardo que residía en Pesués y llegaba al pueblo montado en bicicleta un par de veces al año. Hacía sonar un “chiflu” parecido al de los afiladores, pero que no presagiaba lluvia como el de aquellos, y cada cual iba abriendo la puerta de su cubil para que Abelardo fuera transformando en eunucos los bichos destinados a ser convertidos en chorizos aquél invierno. Los críos corríamos tras él todas las casas del pueblo tapándonos con los dedos los oídos cuando el joven chon chillaba y se debatía inútilmente intentando salvar sus testículos, y nos quedábamos con la boca abierta sin comprender por qué para capar las chonas tenía que abrirle la barriga por un costado.

Después de esto, aumentaban los viajes con la burra a los molinos de Las Cuevas o Bustillo, porque era necesario moler y moler maíz para cebar los bichos todo el otoño, y si cuando llegado el invierno se había conseguido ponerlos entre trece y quince arrobas, era el momento justo de poner fecha a la matanza que podía ser cualquier día con tal que el viento no soplara del sur… Pero la matanza, el “matacillu” para nosotros, es ya otro tema que merece capítulo aparte.

Jesús González González ©
Julio 2009

4 comentarios:

Flor dijo...

Hola Jesús he leido tu relato un poco antes de comer y he saboreado esos maravillosos manjares que nos da el "chon",y a la vez me ha parecido escuchar como lo relatabas,eres genial,muchos besitos.

Anonymous dijo...

Me ha encantado tu relato!!! Todavía sigo con la sonrisa de oreja a oreja. Gracias por alegrarme el día. Así comenzaré mejor mi jornada de trabajo.
Un besote, Ana

dori dijo...

¡Vaya Jesus!me gustan tanto tus escritos como tus pinturas,seguire leyendo y tu sigue dando tan buenos momentos .Besines

Dori

Anónimo dijo...

Mil gracias Jesús. Buscando la palabra 'chon' he llegado hasta este blog y he disfrutado un montón con tu narración, una delicia. Me gusta tu estilo, comparto su simpatía hacia este noble, noble animal que tantas alegrías nos da.
Un saludo!