domingo, 2 de agosto de 2009

CABEZUDOS, RECICLAJE Y JUEGOS

Esto forma parte de los juegos y entretenimientos del pasado 12 y 13 de julio. Fueron dos días repletos de esparcimiento, curioseo y experiencias infantiles y alguna vez de adultos, a pesar de creernos que esos tiempos ya pasaron para nosotros.

De eso nada, pero menos mal que así sucede, es la esperanza en el ser humano de poder mantener esa curiosidad e incluso jugar, sí jugar, a muchos se les podía intuir en la cara, que reconocían algunos de esos aparatos reciclados, vivencias de tiempos difíciles para ellos, para la educación, el alimento, el vestido, las necesidades en general.

Interesante aquella colección de enseres destinados a la basura, qué partido se les puede sacar aún. En un momento dado me sugirió la idea de estar en ese país tropical, allí la imaginación para reciclar o conservar muchas de las cosas es increíble, lo mismo te encuentras un vehículo de más de 60 años, que aquí sería reservado para coleccionistas, como neveras retocadas y tapada su carcasa, con la única necesidad de conservar fresco algo de lo poco que tiene para llevarse a la boca o alguna bebida refrescaste y casi alcohólica, ese modelo de frigorífico, dista años luz de las que ahora conocemos.

Pues bien, más que nada lo que consiguió sacarme de casa, fue que oí música alegre, pensé en ese momento que era alguno de los teloneros que vi el día antes, ante esa posibilidad y animada por ese entusiasmo, conseguí batir mi record de ducha, acicalado y preparación de alguna cosilla para hacer a puntes y casi saqué en volandas a mi hija, como se retrasaba, quedamos en darnos una perdida y esperarla en la zona del paseo del Relleno o parque de las palmeras.

Me dejé guiar por el sonido alegre de la melodía, con paso un tanto rápido conseguí localizarlos. No lo esperaba ni en sueños. ¡Eran cabezudos!, en concreto tres, un bailarín, bailarina y un timbalero. Les acompañaban cinco personas jóvenes tocando diferentes aparatos de percusión.

Es difícil trasladar aquella sensación de alegría, con tan solo aquellos tambores, y bombos; el cuerpo se movía por dentro, más que nada porque me dio vergüenza hacerlo también por fuera.

Lo que me admiraba era el movimiento casi humano de los muñecotes, podrían estar teatralizando danzantes del caribe, ellos estaban cargándolos en sus hombros, por medio de una especie de tirantes rígidos y cordones de sujeción que los aseguraban a su cuerpo. Les dejaba libres las manos y de ellas salían unas tiras de aluminio para dar movimiento a las manos. Que ritmo llevaban, no eran reales a pesar de lo humanizados que representaban en bailes y gestos. Recordé nuestras clases de bailes y reconocí muchos de los pasos, increíble que pudiesen ser tan efectivos y acertados, pero en esto hablaban entre ellos con cierto desasosiego, ¡ ojo,ojo, que hay cables, bajad la cabeza!

A tanto llegaban en su representación, que pasando por la zona un muchacho con dificultades intelectuales, se acercaron a él como hicieron con todos los que se les quedaban mirando niños o adultos, y el chico ante la sensación de verdad que transportaban, se asustó un poquillo, ante esto los aparatosos personajes enseguida se retiraron,(también eran sensibles, solamente querían divertir y asombrar, para nada asustar), el chico se asomaba a la esquina pasmado de lo que vio, desde luego noté en él algo de temor, pasado un rato, aún miraba hacía atrás con cierta curiosidad.

Los movimientos eran geniales, baile incluido, se inclinaban, daban pasos de bailoteo, amistosos, divertidos, era necesario fuerza de voluntad para retirar la mirada de ellos y de los armónicos acompañantes.

Hacía un calor de julio endemoniado, en cuanto finalizó la representación, estos artistas deseosos de refrescarse, sudando como mucho, rápidamente se despojaron de sus tambores y se dirigieron a la sombra de los plátanos, ¿quien dijo que el artista no se gana su sueldo?; se les oía decir congestionados, ¡por dios, agua y sombra!, soy testigo de las gotas de sudor de estos muchachos, me llevaron en el tiempo a la siega en verano de mi familia, tomaron agua y recuperaron fuerzas.

Al poco llegaron hasta la zona de la parada de taxi los cabezudos, era justo donde me encontraba, que suerte tengo con todo o intuición, no se. Ver quitarse de encima aquellos trastos era toda una ciencia. Primero desatarse de los pies los miembros de aquellos formidables muñecos, ir desatándose los correajes e intentar reposar en el suelo, con la ayuda de la altura de la plaza para retirárselos con mimo, tal que fueran personajes vivos, con delicadeza o sutileza, sus caras enrojecidas, las gotas de sudor que caían al suelo, el alivio del peso, del calor, era notorio. Bebieron y reposaron, ¡Ya era hora, casi me ahogo!

Los niños que presenciaban todo esto, me pareció que no les temían, consiguieron trasladar al público infantil única y exclusivamente el divertimento, bravo por ellos. Por cierto, a mi izquierda se encontraba una familia con dos pequeños, el bebé reposaba mamando de su madre, dormido como un cesto, relajado e ignorando todo aquel bullicio, que maravillosa era aquella escena, lo que daba ternura y completaba aquella fotografía de ese día, sigo admirando e incluso envidiando el sueño reparador del pequeñuelo.

Menos mal que acabaron así daba tiempo a admirar los reciclados juegos. Asombrosos de veras, la plaza estaba llena de lo que a todos nos podría sobrar en casa, está claro que el porcentaje de imaginación empleado era inmenso y original.

El cabecero de una cama de madera, con agujeros redondos, rellenos con cacerolas, algunas abolladas, otras rotas y por medio de unas baquetas o palillos, tenían las diferentes notas musicales. Había una batería, donde el bombo de pie era un recipiente de plástico de lado, el sonido estaba muy conseguido, los platillos estaban confeccionados con diferentes modelos de fuentes de acero inoxidable, ensaladeras, tapas de pucheros. Los tambores eran algunos de los recipientes de mayonesa gigantescos de los locales dedicados a vender productos de la comida que denominan rápida, algún campano que igualmente suele estar en las profesionales y reales.

Un “flipper” o pinball, con timbres de bicicletas, latas pequeñas redondas, tubos por donde recorrían la canicas en su loco camino de puntuación, muelles que gracias al impulso de la fuerza manual del jugador, eran enviadas con fuerza hacia los elementos del sofisticado billarín, campanas; los mandos de impulso de las bolas o canicas, eran tenedores apoyados en muelles de pinzas para tender, todo ello descansado sobre una mesita de cama.

Por medio de trozos de madera redondeados para que pasase por debajo la bola, con unos martillos fabricados con un palo y una especie de forma cilíndrica rellena posiblemente de aserrín, el efecto del mazo era completo, consiguieron un juego de polo, por supuesto sin caballos, de procedencia inglesa inmejorable.

Vi un artilugio compuesto por fuelles de viejos martillos de juguete y flautas dulces, todo ello de diferentes tamaños, con otro chisme pesado, se le aplicaba presión y de nuevo notas musicales salían en el orden adecuado dependiendo del tamaño de aquella especie de órgano colorista y original.

Tres pucheros gigantescos, similares a los utilizados el día del “Mozucu” para el sorropotún, diferenciados en tamaño y que tenían el sonido tan parecido a los bombos de las grandes orquestas clásicas que podías “alucinar en colores”, eran tocados con los palillos o baquetas de timbal, estas son acabadas en redondo. En este caso su terminación redonda la consiguieron con pelotas pequeñas macizas tamaño pelotitas de golf, pero de goma, normalmente tienen un efecto rebotador que es casi impredecible y los niños lo saben.

Una niña después de probar el sonido, observaba las pelotas y se dedicó con énfasis a tratar de sacar del palito aquella bola que ella sabía era igualmente interesante, sus esfuerzos estaban dando un tinte enrojecido en sus papitos, estaba a punto de pillar una rabieta, pero al ver que sus padres estaban lejos, optó por dejar de intentar sacarlas de allí.

Lo mismo te encontrabas con varias pesas de gimnasio para hacer la escala; tubos de diferentes tamaños que para sonarlas utilizaban matamoscas,; canalones que soplándolos sonaban todas las notas diferenciadas, repicaban igualmente dándoles con remos de plástico en uno de los extremos; recipientes o barriles de cerveza que en la parte del bocal, estaban cortados en diferentes figuras geométricas y que golpeándolos con palillos se obtenían de nuevo el escalafón afinado.

Un fuelle que al expulsar el aire, impulsaba un artilugio que portaba un cable semirígido, que daba en las tres cuerdas de un rabel y por tanto se podían escuchar notas diferenciadas, el saliente cambiaba de posición y conseguía de esta manera casi conseguir un trozo de alguna canción conocida.

En mitad de la plaza estaba una escalera de pinza, tendría cinco escalones con varios cables tensos, estaban atravesados por botes vacíos de pintura y con ellos al tocar los cables a manera de contrabajo, de nuevo conseguían las notas pretendidas. Laberintos fabricados con tubos, con la sola intervención del chico y con la habilidad que les caracteriza, pasaba de un tubo a otro y llegar abajo del todo. Cosa curiosa, las canicas de todos los entretenimientos se respetaban, nadie quería quedárselas.

Lo más inverosímil que uno podría pensar, como por ejemplo un unos andamios de obra, colgando un a serie de artilugios, licoreras, marmitas, jarras, botellas, cantimploras, vasos, todo ello con nada menos que tocarlos con unos palitos bien lijados, aparecerían como por ensalmo de nuevo todas las posibles melodías que en ese caso, un señor entendido en materia musical, una vez que probó que la escala estaba bien equilibrado, nos dio un pequeñísimo concierto.

Tornillos inmensamente largos, sujetos a pedestales de madera, tenían arandelas y si las acercabas arriba del todo y las dejabas caer por su propio peso, bajaban rodando una detrás de otra, debido a que su peso era diferente, a medida que llegaban al tope del soporte, su melodía de nuevo era la escala de sol. Todos los aparatos infantiles, estaban pintados de colores alegres y atractivos.

Ha sido una gran experiencia, para niños, mayores, incrédulos, despectivos y sobre todos de algunos ancianos, que sin lugar a dudas, recordaban algunas de las ruedas inservibles de aquellas pocas bicicletas, que por medio de un palo derecho de avellano, las iban dirigiendo y manteniendo en pie, cuanto más rato mejor, además así conseguía mucho rato de juego, porque ese mínimo juguete era compartido por casi una quincena de niños… Uve, ser mayor en mundo de niños es la repera, hasta otra.

Ángeles Sánchez Gandarillas
San Vte. de la Barquera
13 de julio de 2009

1 comentario:

Flor dijo...

Hola Lines hoy he vuelto a sentirme niña durante unos minutos y he recordado esos juegos inocentes que tanto nos divertian,tus descripciones me han traslado de nuevo a mi niñez,muchos besitos.