lunes, 19 de enero de 2015

COMO JARACAS



 
          
  La busqué y rebusqué en Google, pero no encontré la palabra “jaraca” por ninguna parte.  Ni siquiera en un “Wikcionario Cántabru” que encontré a base de navegar, con la esperanza de encontrarla en algún otro lugar que no fuera mi pueblo. Sin embargo la palabra existe, o al menos existió en Caviedes cuando yo era niño. La usábamos al referirnos a la fruta excesivamente verde. –“Nene, ni se te ocurra  meter esa manzana en la boca, que está más verde que las jaracas”. Lo mismo si fueran peras o ciruelas; y con más razón  cuando con una piedra partíamos nueces de las que aún no se desprendía la cubierta de “marcia” verde que las envolvía, avellanas con  el “pipi” casi en leche, o castañas  a medio hacer, cuyos erizos abríamos a palos.

            A pesar de las prohibiciones, siempre llevábamos los bolsillos llenos de fruta “verde como las jaracas” (Tiene perendengues la cosa: toda una vida escuchando la palabra “jaraca”, y hasta hoy, cuando ya tengo una pata en el otro barrio, no me preocupó el saber su procedencia. Y a juzgar por los resultados, al otro barrio me voy sin saberlo, a menos que me alumbre cualquier iluminado que lo sepa).    Una de nuestras travesuras era saltar a la huerta de cualquier vecino, y salir de ella con un “senáu” de peras o manzanas verdes, y correr al pajar para hacer una “mollera”  entre la hierba seca. (No, no confundas mi “mollera” con comillas, con la mollera sin ellas que es lo que tú consideras sinónimo del seso o caletre que cada cual pueda tener). Nosotros le llamábamos así  a un montón de fruta verde que metíamos entre hierba seca con el único fin de acelerar su maduración. 

            Si no era precisamente hambre lo que  hacía que  los críos nos atiborráramos de fruta verde como las jaracas, si lo era la falta de cualquier otro tipo de chucherías. Que había pocas, y sólo estaban a nuestro alcance en las romerías del pueblo, el día de los patrones. (Por si sientes curiosidad, estas chucherías no pasaban de ser  avellanas tostadas que vendían en “medidas” de madera, de a perra gorda o de a real, suspiros de merengue, y “chumpos” que eran simples caramelos alargados envueltos en papel de celofán).  Las manzanas verdes, incluso verdísimas, para suavizar su dureza e hincarles con facilidad el diente, las machacábamos sobre cualquier superficie dura.

            Te será fácil suponer el resultado de esa mezcolanza de fruta verde como jaracas, en los estómagos de críos de seis a diez años: Con frecuencia nos daban unos retortijones de barriga, que nos hacían echar a correr en dirección de la huerta más cercana, y la mayor parte de las veces, cuando conseguíamos meternos entre los pajones y bajarnos los pantalones, ya habíamos “rispiau” la costura del calzoncillo. El aflojar el esfínter se convertía en una explosión tan placentera, que a falta de mayores deleites nos regodeábamos en nuestro propio problema. Un puñado de hojas de alubias cuyo envés afelpado era de lo más absorbente, fue, y supongo que seguirá siendo el más ecológico de los limpiadores higiénicos que puedas imaginarte.

            Jesús González ©

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola escritor, a boca llena lo digo...
Hay otra palabra: "joracu", según creo, bujeru, torcu,etc., que vienen a significar agujero en determinados lugares u objetos.
Como siempre, eres una enseñanza para nuestro lenguaje vernáculo. Gracias por mostrar estas bellezas.
Abrazo.
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