Ayer
fue el día del Pilar, y por enésima vez
volví a misa de doce para acompañarlos.
Hace más cincuenta años, me desplazaba desde Caviedes hasta La Vega de
Roiz, para lo mismo; y más tarde desde Muñorrodero donde viví dieciséis años, hasta Pesués. Y ayer, se
cumplió el veinticuatro año que lo hago en San
Vicente de la Barquera.
No
recuerdo si alguna vez me paré a considerar cual es el motivo que me empujó a
ello, pero hoy… Mira, lo pienso, y… tampoco lo sé. Pero voy a intentar responderme a mí mismo:
En principio, es que a mí, la Guardia Civil siempre me cayó bien. Sé que a
otros les cae mal; no lo comprendo, y ahí lo dejo. Pero bastante tienen esos
otros con llevar sobre sus hombros el peso de su rechazo.
Las
instituciones y colectivos que dentro de la sociedad tienen un fin benéfico,
siempre me cayeron bien; me refiero principalmente a guardias civiles, policía,
religiosos, maestros, educadores… y en
general, miembros de cualquier agrupación que estén dispuestos a perder un minuto
de su vida por el bien ajeno.
Yo
soy mucho menos generoso porque no pertenezco a ninguno de ellos. Quizás por
ello los admiro, y quizás por lo mismo, otros los detestan. Ya sabes aquello de
la zorra y las uvas, cuando no pudo cogerlas: Se conformó diciéndose así misma, que estaba verdes. Supongo que algunos cuando no son capaces
de hacer por los demás lo que hacen
otros, dicen que están podridos por
dentro. Yo me limito a admirarlos, y cuando menos, a envidiarlos un poco.
Conocí
de cerca a la Guardia Civil al comienzo de mi vida laboral. Durante muchos
años, dos días al mes, tuve que recorrer
gran cantidad de pueblos de nuestra provincia pagando la leche a los ganaderos
que lo vendían a la empresa donde trabajé, y el seguro siempre exigió que los
pagos se hicieran acompañados de una pareja de guardias civiles. Los llevé de
Santander, del destacamento que hubo en Roiz, de Cabezón de la Sal, y de San
Vicente de la Barquera.
Los
cogía en su cuartel a las ocho de la mañana, íbamos hasta la Central de Banesto
en Santander a buscar de su caja fuerte los millones que el día antes habíamos
preparado entre varios empleados de la empresa, y echábamos el día entero de
pagos no parando más que media hora en las mañanas para estirar las piernas y
tomar un blanco, y a mediodía para comer. Solíamos hacerlo en La Criolla de San
Vicente de la Barquera, cuando la tuvo Manolo; En Casa Wences de Potes, cuando tuvo el restaurante, en los soportales
frente a la Torre del Infantado; en el Mesón de Luis, en La Vega de Liébana, en
La Parra de La Franca, y en otros
restaurantes de Llanes cuyos nombres no recuerdo.
Es
posible que la convivencia tan estrecha de estos días de
paga, (casi diez horas seguidas la pareja y yo dentro de un coche), me
hiciera adquirir un amplio conocimiento
del cuerpo, y de ahí mi aprecio. ¿Qué
puede haber algún guardia civil que sea un poco cabroncete? Posiblemente; y hasta un auténtico
cabrón. Recuerda aquello de que a
Cristo, que era Cristo, y que además los escogió él, le salió uno rana… Pues ya
me dirás. Pero yo no conocí ninguno del que pudiera contar en su contra.
Además, como institución, la Guardia Civil siempre fue y sigue siendo de las
pocas cosas decentes que aún nos quedan en España. ¡Bravo, por la Guardia
Civil!
Jesús González ©
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