jueves, 16 de octubre de 2014

LA GUARDIA CIVIL





           
            Ayer fue el día del  Pilar, y por enésima vez volví a misa de doce para acompañarlos.  Hace más cincuenta años, me desplazaba desde Caviedes hasta La Vega de Roiz, para lo mismo; y más tarde desde Muñorrodero donde viví  dieciséis años, hasta Pesués. Y ayer, se cumplió el veinticuatro año que lo hago en San  Vicente de la Barquera.

            No recuerdo si alguna vez me paré a considerar cual es el motivo que me empujó a ello, pero hoy… Mira, lo pienso, y… tampoco lo sé.  Pero voy a intentar responderme a mí mismo: En principio, es que a mí, la Guardia Civil siempre me cayó bien. Sé que a otros les cae mal; no lo comprendo, y ahí lo dejo. Pero bastante tienen esos otros con llevar sobre sus hombros el peso de su rechazo.

            Las instituciones y colectivos que dentro de la sociedad tienen un fin benéfico, siempre me cayeron bien; me refiero principalmente a guardias civiles, policía, religiosos,  maestros, educadores… y en general, miembros de cualquier agrupación que estén dispuestos a perder un minuto de su vida por el bien ajeno.

            Yo soy mucho menos generoso porque no pertenezco a ninguno de ellos. Quizás por ello los admiro, y quizás por lo mismo, otros los detestan. Ya sabes aquello de la zorra y las uvas, cuando no pudo cogerlas: Se conformó  diciéndose así misma, que estaba verdes.  Supongo que algunos cuando no son capaces de  hacer por los demás lo que hacen otros, dicen que están  podridos por dentro. Yo me limito a admirarlos, y cuando menos, a envidiarlos un poco.

            Conocí de cerca a la Guardia Civil al comienzo de mi vida laboral. Durante muchos años, dos días al mes,  tuve que recorrer gran cantidad de pueblos de nuestra provincia pagando la leche a los ganaderos que lo vendían a la empresa donde trabajé, y el seguro siempre exigió que los pagos se hicieran acompañados de una pareja de guardias civiles. Los llevé de Santander, del destacamento que hubo en Roiz, de Cabezón de la Sal, y de San Vicente de  la Barquera.

            Los cogía en su cuartel a las ocho de la mañana, íbamos hasta la Central de Banesto en Santander a buscar de su caja fuerte los millones que el día antes habíamos preparado entre varios empleados de la empresa, y echábamos el día entero de pagos no parando más que media hora en las mañanas para estirar las piernas y tomar un blanco, y a mediodía para comer. Solíamos hacerlo en La Criolla de San Vicente de la Barquera, cuando la tuvo Manolo; En Casa Wences de Potes,  cuando tuvo el restaurante, en los soportales frente a la Torre del Infantado; en el Mesón de Luis, en La Vega de Liébana, en La Parra de La Franca, y  en otros restaurantes de Llanes cuyos nombres no recuerdo.

            Es posible que   la convivencia tan estrecha de estos días de paga, (casi diez horas seguidas la pareja y yo dentro de un coche), me hiciera  adquirir un amplio conocimiento del cuerpo, y de ahí mi aprecio.  ¿Qué puede haber algún guardia civil que sea un poco cabroncete?  Posiblemente; y hasta un auténtico cabrón.  Recuerda aquello de que a Cristo, que era Cristo, y que además los escogió él, le salió uno rana… Pues ya me dirás. Pero yo no conocí ninguno del que pudiera contar en su contra. Además, como institución, la Guardia Civil siempre fue y sigue siendo de las pocas cosas decentes que aún nos quedan en España. ¡Bravo, por la Guardia Civil!

             Jesús González ©

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