El
alto coeficiente de la marea fue llenando la bahía de aguas mansas con
destellos de turquesas. Los pantalanes del Muelle Viejo donde amarran las
embarcaciones deportivas subieron casi a la altura del paseo, y de pronto dio
la sensación de que tirando de un hilo podríamos sacar a tierra cualquier
bote del
abundante y colorido muestrario que se mecía a lo largo y ancho de la
preciosa ensenada. Los puentes de la Maza y de la Barquera dejaron de ser
puentes porque la marea creciente prácticamente les tragó los ojos, y sobre las
aguas azules del mar quedaron como dibujadas con tiza blanca dos pasarelas adornadas de barandillas negras y farolas grises.
Las
marismas de Pombo y de Rubín acogieron un caudal excepcional, y el morro de la
península donde se asienta el alma de
nuestra Villa pareció emerger con el Castillo del Rey como cubierta de proa, de una nave desafiante y enorme que quisiera avanzar para
partir en dos mitades el mar Cantábrico.
Las
aguas se vistieron de colores, y sobre ellas quedó invertido el reflejo del
pueblo entero como buscando espacios abismales, para dar a entender al
visitante que cualquier rincón de sus profundidades es lugar conocido y familiar a todos los
habitantes de la Villa.
Contempla la imagen desde
cualquiera de las curvas de la vieja carretera que
sube hacia La Revilla; contémplala desde el paseo que lleva a las playas,
o sube a las lomas verdes de Santillán o
Boria donde caballos y vacas que pastan ponen la nota bucólica de las viejas
aldeas; si lo prefieres, puedes quédate en
el pueblo y desde el Puente Nuevo, u otro lugar cualquiera de los muchos que te ofrecen esta estampa de ensueño, mira la pleamar que vibra de puro gozo, sabiéndose el celofán que envuelve el reflejo de un pueblo como el nuestro.
Pon
ahora un poco de tu parte, y deja que la imaginación vuele a ras del agua…
Verás entonces tan claro como yo lo veo, a las blancas doradas girando
en torno al campanario de la iglesia de piedra invertida, buscando el hueco por
el que poder colarse hasta encontrar el
trono de Nuestra Señora de los Ángeles, para agasajarla con un ballet
interminable de aletas plateadas. Verás
lubinas rondando el Castillo, blancas y alargadas como los sables que en tiempos
pretéritos defendieron el
inexpugnable paredón… Imagina mubles y sulas; cámbaros, mejillones, navajas, almejas, lapas y caracolillos, que surgen del légamo y penetran por las viejas ventanas de todos los edificios, para recordar a sus
habitantes que fueron sus ancestros los que llenaron los estómagos de sus
antepasados en los viejos tiempos de la miseria…
Y
no te asombres amigo si al día siguiente de contemplar tal maravilla, te despiertas y
encuentras que el panorama es distinto: Tan mansas como
llegaron, tan mansas se fueron las aguas para que pudieras ver el oro de
nuestra arena y el verde esmeralda de sus líquenes, donde el Creador depositó
otros seres que necesitan de esta alternancia porque tienen otro modo de vida…
Jesús González González ©
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