sábado, 23 de agosto de 2014

PLEAMAR



            El alto coeficiente de la marea fue llenando la bahía de aguas mansas con destellos de turquesas. Los pantalanes del Muelle Viejo donde amarran las embarcaciones deportivas subieron casi a la altura del paseo, y de pronto dio la sensación de que tirando de un hilo podríamos sacar a tierra cualquier bote  del  abundante y colorido muestrario que se mecía a lo largo y ancho de la preciosa ensenada. Los puentes de la Maza y de la Barquera dejaron de ser puentes porque la marea creciente prácticamente les tragó los ojos, y sobre las aguas  azules del mar  quedaron como dibujadas  con tiza blanca dos pasarelas  adornadas de barandillas  negras y farolas grises.



            Las marismas de Pombo y de Rubín acogieron un caudal excepcional, y el morro de la península donde se asienta  el alma de nuestra Villa pareció emerger con el Castillo del Rey  como cubierta de proa, de una  nave desafiante y enorme que quisiera avanzar para partir  en dos mitades el mar Cantábrico.



            Las aguas se vistieron de colores, y sobre ellas quedó invertido el reflejo del pueblo entero como buscando espacios abismales, para dar a entender al visitante que cualquier rincón de sus profundidades  es lugar conocido y familiar a todos los habitantes    de la Villa.



             Contempla la imagen  desde  cualquiera  de las curvas de la vieja carretera que sube hacia La Revilla;  contémplala  desde el paseo que lleva a las playas, o  sube a las lomas verdes de Santillán o Boria donde caballos y vacas que pastan ponen la nota bucólica de las viejas aldeas; si lo prefieres,  puedes quédate en el pueblo y desde el Puente Nuevo, u otro lugar cualquiera de los muchos  que te ofrecen esta estampa de ensueño,   mira la  pleamar que vibra de puro gozo,  sabiéndose el celofán que envuelve el reflejo de un pueblo como el nuestro.



            Pon ahora un poco de tu parte, y deja que la imaginación vuele a ras del  agua…  Verás entonces tan claro como yo lo veo, a las blancas doradas girando en torno al campanario de la iglesia de piedra invertida, buscando el hueco por el que poder colarse  hasta encontrar el trono de Nuestra Señora de los Ángeles, para agasajarla con un ballet interminable  de aletas plateadas. Verás lubinas rondando el Castillo, blancas y alargadas como los sables que en  tiempos  pretéritos  defendieron el inexpugnable paredón… Imagina mubles y sulas; cámbaros, mejillones,  navajas, almejas, lapas y  caracolillos, que surgen del légamo  y penetran por las viejas ventanas de  todos los edificios, para recordar a sus habitantes que fueron sus ancestros los que llenaron los estómagos de sus antepasados en los viejos tiempos de la miseria…



            Y no te asombres  amigo  si al día siguiente  de contemplar tal maravilla, te despiertas y encuentras que el panorama es distinto: Tan mansas   como llegaron, tan mansas se fueron las aguas para que pudieras ver el oro de nuestra arena y el verde esmeralda de sus líquenes, donde el Creador depositó otros seres que necesitan de esta alternancia porque tienen otro modo de vida…



                         Jesús González González ©

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