A Jesús Cancio, el cantor del mar.
Leí ciento veinte trovas
en las mareas de un alma
recordando el oleaje…
Su corazón mudó en barca.
Pude adivinar prisiones
y que sin olas, lloraba,
y reclamaba el estruendo
de la mar en su resaca.
Leí versos de salitres
Y cantiles con sus albas,
de marineros, las redes
y sirenas añoradas.
Leí letras del presidio
en tierras que se anegaban
de aquella yerma tristeza
en sus mareas lejanas.
Y entre solitarias brumas,
que de sudor le empapaban,
le gritaban pescadores
tras el barrote…, a su barca,
que le latía en las sienes
con la conciencia muy clara
de sus creencias y costas;
que era todo lo que amaba…
Su lazarillo, Corona,
le traía y le llevaba
hasta un libro, Barlovento,
que de la mar hizo gala.
Poeta de las mareas
que de amor siempre llenaba,
hacía crestas y mares…,
con sus lágrimas saladas.
De las letras hizo puertos
que en las hojas atracaban
y descargó los silencios
de una mar que quiso brava.
En cada espacio del libro
hizo descanso en las playas
y en todos esos paseos,
aromas ciegos a algas…
Desterrado de su costa
desembarcó sus entrañas;
puso rumbo a su barquía
sobre su dueña salada.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
19-VII-2014
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