jueves, 17 de julio de 2014

EL CARMEN




            Es media tarde. Estoy a punto de aburrirme, y para que esto no ocurra, me siento a escribir. Pero no encuentro tema, a pesar de estar rodeado por el mundo entero donde flotan  todos los temas que puedan existir. Me agarro a la festividad del día, y narraré lo que viví  hasta este momento, y lo que espero vivir hasta que acabe la jornada de hoy.

            Verás: Me levanté a  las siete y media, porque me desperté a esa hora, y despierto  no aguanto ni tres minutos en la cama. Como de costumbre abrí  la persiana para otear lo que en principio ofrece la mañana, y se me  mostró nublada. Desayuné, y salí a la calle. Me pareció que las hojas de las  plantas de judías estaban amustiadas por la temperatura de  una noche que debió ser cálida, y refresqué el huerto con un ligero manguerazo.  Me dijo mi mujer que quería ir a Cabezón de  la Sal  a cortarse el pelo, y como las mujeres siempre tienen la razón, se la dí. Así que me afeité, me arreglé, y me peiné.  Como siempre, me dio los últimos toques en el cuello de la camisa porque yo le había dejado hecho un desastre, y nos fuimos.

            Llevé para releer en el coche mientras la esperaba “El último justo” de Schwarz-Bart, que había leído hace más de treinta  años, y sólo recordaba de ella que en aquel tiempo me impactó.  Cuando reapareció mi mujer recién arreglado el pelo, me pareció que la habían dejado como una dama antigua.  (Antiguos somos los dos desde hace ya un montón de años, pero al decir lo de la dama, me refiero a las de otra época).  Pero como ella se sentía así, como satisfecha  con lo que le hicieron en la cabeza, todos tan felices.

            Cuando volvimos a casa me duché, nos arreglamos y nos fuimos a  misa a La Barquera pensando que era a las doce, pero fue a la una. Esta hora equivocada fue también una suerte, porque encontré donde aparcar, y sobre todo, un lugar donde sentarme en el interior del santuario, porque si en la cama no aguanto  despierto y tumbado más de tres minutos, de pié y parado, no  aguanto ni dos.

            Pues casi una hora de espera a que empezara la misa. En ese tiempo mi mujer me comentó lo bien arreglada que estaba la capilla, y lo bonitos que estaban los jarrones de flores. Me comentó poco más, porque enseguida llegaron tres turistas en pantalón  corto, (dos turistas y un turisto), que sentaron a mi otro lado; como traían ganas de saber, y yo de informar, les dije que la imagen de la Virgen que lucía en lugar preferente no era la del Carmen patrona de los marineros, sino la de la Barquera patrona del pueblo. Que la del Carmen llegaría de un momento a otro en procesión desde el puerto a hombros de marineros y acompañada por toda la cofradía de pescadores.

            Ocurrió tal como dije. Además, como en años anteriores, un grupo de mariachis mejicanos, (ya sabes que si son mariachis, son también mejicanos, por lo que sobraba esta aclaración),  amenizó la misa. A mí, personalmente, el mariachi siempre me pareció un pegote desentonando dentro del templo. Pues la Coral Barquera, una Salve Marinera, u otra cosa cualquiera  de nuestra tierra, lo veo más acertado. Los mariachis cantando, mejor en la calle. Pero claro, no se trataba de darme gusto a mí, sino a la Virgen del Carmen, que quizás en sueños le dijo a alguno, que a ella le molaban las rancheras.

            Después fuimos hasta el muelle donde la Comisión de Festejos tiene instalado un bar, y ofrecen pinchos gratuitos  al público. Allí sí me gustaron los mariachis esos que ya sabes son mejicanos, (pues si no fueran mejicanos, tampoco serían auténticos mariachis). Pero oye, entre los de México lindo cantando, los altavoces de los carruseles a todo volumen, los pinchos que desaparecían de las bandejas como por arte de magia sin que los torpes de movimiento pudiéramos catar ni uno, y mis ochenta y tantos años hartos de estar de pié, decidimos que lo mejor era irnos tranquilamente para casa, y así lo hicimos.

            ¡Qué tranquilos, y qué bien comimos los dos juntos! Con arroz con leche de postre,  (pero arroz hecho con leche de auténtica vaca, y no ordeñada de un  cartón), el repose de comida  en las butacas con el telediario al volumen justo a  nuestra necesidad auditiva Y la cabezaduca de cada día dulce y restauradora, que deja escapar un débil hilo de baba por los labios entreabiertos…

            A las cinco bajamos al pueblo. A esa hora mi mujer tiene una cita con sus colegas del Chinchón. Yo no tengo ninguna cita, ni colegas de las cinco de la tarde; pero mantengo un idilio secreto con mi Computadora  Personal, y en este momento estoy en un rincón de la cafetería Carma, confiándole todo cuanto estás leyendo. Mientras tanto tomo un descafeinado de máquina, y hago oídos sordos a un televisor enorme de grande que hay colgado en la pared de mi derecha, donde discuten a voces Kiko Matamoros y Belén Esteban, auténticas estrellas de este pueblo español que jura y perjura que nunca ve semejante programa.  ¡La gente peca con una facilidad pasmosa contra el segundo de la Ley de Dios!

            Están  a punto de caer las siete y media de la tarde. En cualquier momento llegará mi mujer, que suele informarme de si ganó o perdió en su juego del chinchón. Llegarán también los amigos de todos los días, y decidiremos que hacer. Habitualmente damos un paseo, luego nos sentamos en una terraza y tomamos chocolate con palmeras o unas cañas acompañadas de patatas fritas, pero puede que hoy vayamos al muelle a comer las habituales sardinas del Carmen. Si no es hoy, será mañana, o pasado; pero comer,  las comeremos. Son las sardinas más deliciosas que uno pueda echarse a la boca. Los marineros le dan el punto exacto de asado y de sal, que debe llevar una sardina que se precie de serlo.  Es la única vez que las como en el año,  y se lo recomiendo a todo el sienta curiosidad por saber lo que es bueno.

            Es posible que en cualquier otro momento de esos que no sé que cosa escribir, te cuente si finalmente las comimos hoy o mañana. Y si estuvieron tan buenas como las del último año. Pero seguro que sí.

                Jesús González ©

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