miércoles, 23 de julio de 2014

CRITICAR




         
              Me lo acaban de decir: Que casi siempre que escribo, es para criticar algo. Y puede que tengan razón; muchas  veces me pongo a ello, (a escribir, no a criticar),  y empiezo a desgranar palabras con ideas que van surgiendo sobre la marcha.  Se ve que afloran las cosas que hace el vecino, y que yo no estoy de acuerdo con ellas.

            La última reprimenda sufrida fue por lo que escribí hace unos días sobre las palmeras del parque de San Vicente. Al menos esta vez no critiqué algo que hicieron; en todo caso algo que no hicieron. De todos modos no lo considero crítica, pues a nadie me refiero en mi escrito. Solo hice reflejar en el papel, (lo de “papel” es una metáfora), lo que sentí en el momento que me fijé en ellas.

            Que critico, que critico… El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, dice una cita bíblica. Se ve que tanto los pecados, como el critiqueo, nacieron  hace mucho tiempo.  Ya lo decía en mis tiempos jóvenes Pantaleón el de Vallines, cuando llegaba a casa con un “valdepeñas” de más en el estómago, y su mujer se lo reprochaba: “Deja de reñir, Ángeles, y vamos a hablar un poco del vecino; que seguramente el vecino estará ahora hablando de nosotros”. 

            De todos modos pienso que este tipo de crítica, (si es que es crítica), es constructiva.  Solo  expongo lo que a mi me parece por si alguien que lo pueda solucionar, está de acuerdo conmigo. Supongo que muy de acuerdo no estará nadie, o al menos muy pocos, pues en más una ocasión “critiqué” lo poco limpio que está el suelo de los soportales, y hasta el día de hoy al menos, la cosa no ha mejorado.

            La primera vez que lo ví, fue en un viaje que hice a Bélgica hace más de cuarenta años. La noche que llegamos a Mons, dormí mal, y a las seis de la mañana ya estaba yo paseando por la calle donde estaba el hotel.  ¿Sabes cual es el único recuerdo que conservo de aquel viaje?  Que a esa hora de la mañana estaban todos los comerciantes con cepillo de brezo y jabón, limpiando cada uno el trozo de acera que correspondía a su comercio. (¿Será por ello el eslogan de “España es diferente”?)  No, porque esto lo volví  a ver aquí, en España,  hace cinco o seis años en Calella, durante unas vacaciones del Inserso.  (Se ve que ya se va acercando la costumbre, aunque a este paso  serán las futuras generaciones quienes la reciban).

            Por aquello de que toda la culpa no siempre es “del otro”, me propongo no tirar al suelo papeles, ni cáscaras de pipas, ni “ná de ná”, que para algo están las papeleras. Y si por casualidad lee esto  alguno de los que los gusta masticar chicles,  por favor, cuando os canséis, envolverlo en un papel, y al bolsillo para cuando encontréis una papelera. Por lo menos te sentirás satisfecho de dar ejemplo a tus colegas.

                  Jesús González ©

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