Me
lo acaban de decir: Que casi siempre que escribo, es para criticar algo. Y
puede que tengan razón; muchas veces me
pongo a ello, (a escribir, no a criticar),
y empiezo a desgranar palabras con ideas que van surgiendo sobre la
marcha. Se ve que afloran las cosas que
hace el vecino, y que yo no estoy de acuerdo con ellas.
La
última reprimenda sufrida fue por lo que escribí hace unos días sobre las
palmeras del parque de San Vicente. Al menos esta vez no critiqué algo que
hicieron; en todo caso algo que no hicieron. De todos modos no lo considero
crítica, pues a nadie me refiero en mi escrito. Solo hice reflejar en el papel,
(lo de “papel” es una metáfora), lo que sentí en el momento que me fijé en
ellas.
Que
critico, que critico… El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra,
dice una cita bíblica. Se ve que tanto los pecados, como el critiqueo,
nacieron hace mucho tiempo. Ya lo decía en mis tiempos jóvenes Pantaleón
el de Vallines, cuando llegaba a casa con un “valdepeñas” de más en el
estómago, y su mujer se lo reprochaba: “Deja de reñir, Ángeles, y vamos a
hablar un poco del vecino; que seguramente el vecino estará ahora hablando de
nosotros”.
De
todos modos pienso que este tipo de crítica, (si es que es crítica), es constructiva. Solo
expongo lo que a mi me parece por si alguien que lo pueda solucionar,
está de acuerdo conmigo. Supongo que muy de acuerdo no estará nadie, o al menos
muy pocos, pues en más una ocasión “critiqué” lo poco limpio que está el suelo
de los soportales, y hasta el día de hoy al menos, la cosa no ha mejorado.
La
primera vez que lo ví, fue en un viaje que hice a Bélgica hace más de cuarenta
años. La noche que llegamos a Mons, dormí mal, y a las seis de la mañana ya
estaba yo paseando por la calle donde estaba el hotel. ¿Sabes cual es el único recuerdo que conservo
de aquel viaje? Que a esa hora de la
mañana estaban todos los comerciantes con cepillo de brezo y jabón, limpiando
cada uno el trozo de acera que correspondía a su comercio. (¿Será por ello el
eslogan de “España es diferente”?) No,
porque esto lo volví a ver aquí, en
España, hace cinco o seis años en
Calella, durante unas vacaciones del Inserso.
(Se ve que ya se va acercando la costumbre, aunque a este paso serán las futuras generaciones quienes la
reciban).
Por
aquello de que toda la culpa no siempre es “del otro”, me propongo no tirar al
suelo papeles, ni cáscaras de pipas, ni “ná de ná”, que para algo están las
papeleras. Y si por casualidad lee esto
alguno de los que los gusta masticar chicles, por favor, cuando os canséis, envolverlo en
un papel, y al bolsillo para cuando encontréis una papelera. Por lo menos te
sentirás satisfecho de dar ejemplo a tus colegas.
Jesús González ©
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