sábado, 21 de junio de 2014

TOPERAS



 

            Seguro que sigue habiendo tantas como entonces, pero hoy nadie se fija en ellas. Con el “entonces” me refiero a hace cincuenta o sesenta  años, y hasta setenta si a ti te place. Pudiera ocurrir incluso, que ni siquiera sepas lo es una topera. Pero verás,  yo te lo explico rápidamente:

            Desde que nací yo, hasta que naciste tú, el mundo ha cambiado por completo. Antes para comer había que empezar por amasar la borona el día anterior, y hoy todavía le ponemos faltas a la cocina de diseño que nos sirven en un restaurante con pretensiones. Para ir de Roiz a Santander se tardaban tres horas largas  en un tren con bancos de madera, y apretujados entre gente que no soltaba los cestos que llevaba consigo por si se los birlaban, y hoy en menos tiempo nos plantamos en cualquier ciudad de Europa sentados cómodamente en la butaca de un avión, y si nos pierden una maleta, la compañía aérea nos indemniza.

            ¿Qué de eso hace un siglo…?  Te lo crees tú, monin. La vida pasa echando chiribitas. Esto fue como quien dice, hace cuatro días. ¿No te digo que lo conocí yo así, y todavía ando por aquí sin ninguna prisa por  irme para el “otro barrio”…?

            Comíamos de  lo que cosechábamos. ¿O es que nunca  le oíste contar  a “los tus güelos” los platos  que comieron de berzas bien “untás” con el tocinu del marranu que mataban “tos” los años?  Y detrás, eso: el tanque de porcelana hasta arriba de leche recién “ordeñá”, que dejaba pegado a los labios superiores como un bigote de espuma blanca.  Los más listos lo recogían con la punta de la lengua, y los más tontos se lo limpiaban con el dorso de la mano, para luego limpiarse la misma en la manga de la camisa debajo del sobaco.

             Y escúchame “nín”, ¿te crees que la leche la sacábamos de una caja de cartón como la sacas tu ahora?  Bueno, es que la de ahora yo no creo que sea leche ni sea “ná”.  La leche para ser auténtica necesita ese toque de  ligero olor a “cuchu” que le da  auténtica categoría. Y ese olor se lograba únicamente ordeñando  a mano, cuando los dedos húmedos que tiraban de la teta dejaban caer alguna gota de color gris sobre la espuma blanca del calderu” de cinc.

            Por si no lo sabes, te diré que la leche la dan las hembras de todos los mamíferos, aunque nosotros solo bebíamos la que nos daban las vacas.  Pero no te creas, se usaban también otras leches. Por ejemplo yo oi decir muchas veces que Cleopatra, allá en Egipto, se bañaba todos los días en la leche que daban quinientas burras. Pero no lo creas a pies juntillas por si acaso es mentira, que aunque viejo, yo todavía no había nacido cuando aquello, y no te lo puedo asegurar.

            Lo que sí te aseguro es lo mucho que les costaba a nuestros padres conseguir unos pocos de litros de esa leche tan buena que te cuento. Pues a las vacas, para poder sacarles por la teta, primero había que meterles por la boca. Y no te creas que era tan fácil llenar la panza de una vaca. Comen “despaciucu”, eso sí; pero ¡coño, no paran! Además, parece que comen dos veces: porque primero comen y luego lo rumian. Lo tragan medio entero para que no se lo quite nadie, y cuando no tienen otra cosa que hacer, se tumban,  lo regurgitan, (que es algo así como si lo vomitaran, pero sin ascos y sin dejarlo caer al suelo), y lo van  moliendo con esas muelas que parecen piedras de molino rozando unas sobre las otras.

            Por si lo ignoras te diré que las vacas de mis tiempos comían yerba. Seca, o verde, pero yerba. A las vacas de ahora les pasa lo que a nosotros, que nos lo dan todo tan preparado y compuesto, que en realidad no hay dios que sepa lo que comemos. Las vacas tampoco lo saben. Bien, la yerba que yo digo, la pacían en los prados. (Prados son esos  campos verdes tan bonitos donde también suelen crecer flores silvestres, y a donde venían entonces las gentes de las ciudades a respirar aire puro, y lo único que hacían era pisar y aplastar, y joderlo  todo, que después costaba  un huevo segar). Como digo, otras veces en lugar de pacer, la yerba, (o hierba, como prefieras; pero en mi pueblo se dijo siempre yerba, que suena así como más auténtico), se segaba. Unas veces se les daba a comer verde, y otras se secaba, se guardaba en los pajares, y se les daba generalmente en invierno. (La yerba, cuando está seca, según el Diccionario de la Real Academia, se llama “heno”. En mi pueblo se llamó siempre “secu”. Entonces, en aquellos años que cuento, yo solo conocía como heno, un jabón de tocador llamado “Heno de Pravia”, y ya quisiera el jabón  aquel oler la mitad de bien que olía un carro de yerba seca cuando te pasaba por delante de las narices).
           
            Segar, no te creas que era cualquier cosa: Había que picar el dalle, darle pizarra, calzar las albarcas, remangar la camisa, doblar el “lomu”, y luego “cambá” va, y “cambá” viene. Se sudaba lo “suyu”. Bueno, pues por si esto no era bastante, ahí estaban las toperas, para acabar de “joér la marrana.   Unos montonucos de tierra parecidos a las pirámides de Egipto,  pero como de una cuarta escasa de altura. Pero no te creas que eran dos o tres; a veces hasta docenas de ellas. Y claro, entre la yerba, el segador no las veía, las segaba, y en cuanto cogía un par de ellas más, a picar de nuevo el dalle, porque le tierra le borraba.

            Consecuencia: en cuanto había una tarde con poco que hacer, en lugar de ir a la taberna a echar unas partidas de “mus”  o a “la flor”, había que coger una azada, (entonces le llamábamos “azá), y plantarse en el “prau” muy cautelosos, estudiar el terreno, buscar toperas frescas, acechar, levantar la azada, y cuando se viera el menor movimiento en la tierra, ¡azadazu que te crió! Si tenías suerte, matabas un topo. Y si tenías mucha suerte, matabas dos. Pero la mayoría de las veces la suerte la tenía el topo, que a pesar de ser ciegos, y según dicen, sordos también, escapaban como el “tíu la lista” para a la mañana siguiente dejar hecha otra hilera de toperas, y hacer jurar en castellano al segador, porque no sabía otro idioma.

                Jesús González ©

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy agudo Jesús. Me he reido con ganas.
Unu de Boquerizu