sábado, 28 de junio de 2014

CLAUSURA





            Clausuramos  hoy dos actividades: El Taller de Escritura, y el Club de Lectura de la Biblioteca Municipal de San Vicente de la Barquera. En total, veintidós personas; aunque somos un puñado más, que por diversas razones no pudieron acompañarnos.

            Lo mejor del acto no fue la clausura en sí. Ni la visita al Convento de San Luís, ni el aperitivo en la terraza del Carma, ni siquiera la apetitosa comida  que nos sirvieron en “De Vinos…”  Lo mejor de todo fueron las horas de convivencia; es decir,  la reafirmación de camaradería  y amistad  a   la que  nos han llevado las letras, tanto escribiéndolas como leyéndolas.
        Lo hicieron posible tres puntales inmejorables: El polifacético Luis Alberto Salcines, quien por amor al arte, por amor a la literatura, por amor a San Vicente, y porque  ya es nuestro amigo insustituible, se encarga de traernos cada mes a un escritor de reconocido prestigio para que nos lea algo de su obra, y mantenga después con nosotros  una charla coloquio. Rafael Sánchez Ortega, poeta local quien dirige y maneja como nadie los entresijos de  nuestro Taller de Escritura, y Samuel Sánchez de Movellán, bibliotecario excepcional, a quien  por su trabajo y dedicación, solo podría compararse con María Díez,  actual bibliotecaria del ayuntamiento de Santa María de Cayón,  Mónica Gutiérrez, que dirige la de  Val de San Vicente, o con Chelo Veiga artífice de la  biblioteca de Pumarín en Oviedo. Este cuarteto forma sin duda lo más profesional de cuantas bibliotecas pueda haber sobre el suelo de nuestra Piel de Toro.

            Pues a las doce en punto de la mañana abrieron especialmente  para nosotros las puertas de la finca donde se ubican las asombrosas e imponentes ruinas del Convento de San  Luis, y también  de forma especial para nosotros fue Vicente Cortavitarte, corresponsal oficial de esta zona para el Diario Montañés, quien nos relató la historia siempre interesante de este lugar único y prácticamente desconocido para el gran público.

            No sé si fue porque encontré la finca cuidada de bien como jamás la había visto, si fue porque el día que amaneció brumoso, se tornó resplandeciente a la hora de  la visita, o porque ni buscados con un candil podrían encontrarse mejores elementos para formar el grupo que éramos, el caso es que las arcadas del claustro,  el interior de lo que en su día fue iglesia, y la estilizada espadaña de su fachada principal, me parecieron  hoy de una hermosura mucho más extraordinaria que la que guardaba mi memoria.

            Fotos, a montones. Ni que fueran japoneses. Seguro que las habrá extraordinarias. Y seguro que nadie me mandará ninguna; unos porque no les dije que hicieran, y otros porque sí se lo dije. Que ya lo decía el viejo aquél de mi pueblo: “Igual decir so, que arre, que el burro hará lo que su tozudez le mande”. (Lo de burro, solo es un refrán, no os amparéis en ello para tener un motivo por el que no enviarme las fotos).

            Los guardianes del lugar nos dijeron que comían a la una. Si hubieran sido prudentes, seguro que hasta las dos y media que comíamos nosotros, nos hubiéramos quedado a la sombra de los magnolios comentando la belleza del entorno, y hasta hubiéramos olido alguna hoja del enorme  alcanforero que se exhibe como árbol extraordinario de Cantabria. Así que muy delicadamente nos fueron indicando el camino de salida, con el mismo entusiasmo que si no supiéramos nosotros por donde habíamos entrado.

            Yo había dejado el coche a la puerta de la finca, y lo fui a buscar para estacionarle en el centro del  pueblo. Me avisaron que estaban a la sombra en la terraza del Carma, y  cuando llegué dudé si me encontraba en San Vicente, o en la Baviera alemana, pues jarras de cerveza, grandes como la que tenían sobre  la mesa, sólo las había visto en “Sissí Emperatriz”  aquella película almibarada que catapultó  a la fama en los años “catapún”  a María Schneider.

            Después a “De Vinos”, que es como se llama ahora el bar que hay en Las Escalerillas.  Es un local que sin saber porqué,  a mi me agobia un poco. El comedor que está en el altillo, me agobia un mucho. Y esto sí sé porqué: resultan tan bajos los techos, que si alguno dudara de la fidelidad de su esposa, le recomiendo se pasee por allí, por aquello de detectar la cornamenta contra el techo, si es que la tuviera.

            Ensalada. De lechuga verde, lechuga roja, y hasta canónigos, (pero no de los que visten sotana). Nueces,  pasas, y  sobre  todo ello un chorretillo de ese sirope  agridulce, hecho  de no sé qué, que pusieron de moda hace algún tiempo esas gentes  inventoras de la comida de diseño. Rabas sin diseñar, y unos langostinos a la plancha, recién hechos, que consiguieron que nos chupáramos los dedos. Pero nos los chupamos por poco tiempo, porque con esto de la crisis, ni nosotros queríamos pagar más, ni los del restaurante ganar menos; así que sólo dos por barba. Pero eso sí, enormes y exquisitos. Y también almejas, no sé si estaban en salsa verde, a la marinera, o salsa caribeña, pues como nunca fui bailador, no entiendo muy bien lo de las salsas.  Como cada almeja era mucho más pequeña que cada langostino, de estas tocamos a cuatro, que teniendo en cuenta lo que dije antes  sobre  la crisis, tampoco estuvo mal.  (Ya lo dicen los viciosos de los restaurantes, que tal como se está poniendo  de cara la vida, hasta los mariscos han empezado a cambiar de nombre; dicen que ahora las langostas,  se llaman langostias).  Me equivoqué en el postre. Los que pidieron tarta de queso, aseguraron que  fue exquisita.  Yo soy amante del queso, pero  no de las cosas que llevan queso. Lo mismo que lo soy  del chocolate, y no me gustan las cosas que llevan chocolate. Así que pedí helado, y no me gustó. Si tuviera que definir su calidad, diría que de pin-pan.pún…

            Pero comimos muy bien.  Al principio me aturdió el guirigay  de veintidós personas hablando por lo menos la mitad al mismo tiempo. Pero en cuanto estuvo el yantar  sobre la mesa, bajaron los decibelios. Recuperamos a Flor, quien hacía tiempo había desaparecido del Taller. Agustín Laguna, que es como las aguas del Guadiana, esta vez emergió para permanecer, y Luís el “peregrino”, no se despistó y estuvo con el grupo en todo momento. Añoramos a Isabel, Jezabel,  Alba, Lucía, Susi, María Escobio… (Y si olvidé a alguien, que perdone y se coloque en los puntos suspensivos).

            Al final hubo sorpresa. Se leyeron relatos y poemas de alguno de nosotros, y a cada uno   se nos regaló un DVD. con una grabación que en su día se hizo en la Biblioteca, para el encuentro que tuvimos en el Palacio de Festivales de Santander con los más importantes Clubs de Lectura de Cantabria y Asturias, y el escritor Bernardo Artxaga, y un marca-páginas salido del taller de Nieves Reigadas, artista hasta la médula.

            El único fallo fue haber clausurado las dos cosas en un solo día. Momentos como estos se deben de repetir con frecuencia, y una forma de empezar a hacerlo, es celebrándolos por separado. O en conjunto, pero por partida doble, porque decir triple, igual es demasiado para empezar.

               Jesús González ©

1 comentario:

nreigadasn dijo...

Como siempre un relato perfecto del bonito día que disfrutamos.
¡Qué bien manejas la pluma, en este caso el teclado del ordenador!
Un beso,
Nieves