jueves, 19 de junio de 2014

A-ISLA-DOS




            No, no. Ni mucho menos estamos aislados, que ciento una personas reunidas en un hotel, ya por sí solas formamos una multitud.  Quiero decir que fuimos “a Isla dos” veces, y que  a continuación voy a relatar mi impresión de este segundo viaje, porque la del primero la relaté en su momento.

            El lunes 16 de junio salimos de Unquera casi  a las diez en punto de la mañana  dos autobuses  llenos gente mayor, es decir, de personas  serias y responsables,  y no paramos hasta Vidular. Ah, ¿Qué no sabes donde es Vidular?  Yo tampoco lo sabía hasta el otro día que lo aprendí. Creo que ya te lo he dicho  otra vez: “Para aprender,  viajar, preguntar, y leer”. Nosotros no lo preguntamos, ni lo leímos, pero como viajamos, lo aprendimos.  Dejamos la autovía que lleva a Bilbao a la altura de Gama donde nos esperaba el dueño del hotel para acompañarnos. El dueño fue delante, en un coche descapotable, como el de los capos esos de las películas, pero sin fusiles ametralladores. (yo creo que solo le usa para impresionar a los clientes),  y después de rodar tres kilómetros interminables por una estrechísima carretera que subía  y bajaba por unas lomas que a mi me recordaron  las dunas de un desierto que conocí hace años en Egipto, pero que aquí no eran desierto porque estaban pobladas de vegetación, y después de tener que hacer el conductor tres o cuatro maniobras para poder tomar las curvas, y después de llegar a una cerradísima revuelta con la esquina de una casa  tan pegada a la carretera, que no sabíamos si coger entre todos el autobús en brazos para que pudiera girar, o coger entre todos la casa y mandarla a tomar por donde Caperucita llevaba el cesto,  llegamos a un lugar, donde ya no pudieron seguir rodando los autocares. Bueno, pues ahí es Vidular. Y  Vidular, es un pueblo, que no es pueblo. Pero si es pueblo. Lo que pasa  es que no hay dos casas juntas; están todas separadas lo mismo que las cabañas de los pasiegos en Pas, pero sin ser pasiegos. El paraje es precioso. Tranquilo y tan sereno, que si un  día coges una depresión, te vienes aquí y en menos de veinticuatro horas o te has curado, o te has pegado un tiro si es que llevas contigo una pistola.

            Pues después de haber descendido a pie medio kilómetro más, se llega a las Bodegas Vidular. No sé como coño se les ocurrió a esta familia hacer en semejante sitio una plantación de viñas, algo así como “Gran Reserva”,   de la serie  aquella de televisión, pero en chico. Atentos, hasta más no poder. Jarras y jarras de un vino tipo Alvariño, de buen paladar y fresco que se colaba solo. Aceitunas, y patatas fritas un poco revenidas, pero como se suele decir, a “caballo regalado, no le mires el diente”. Total, la industria vinotera, pequeña, pero moderna y prometedora. Yo no soy bebedor, pero si un día me da por ello, prometo pedir siempre “Ribera del Asón” que es su marca.

            Desanduvimos las dunas que no son dunas, desdimos las curvas que habíamos dado, llegamos  de regreso a Gama y de allí sin parar, hasta el Hotel Olimpo de Isla, que ya conocíamos del año pasado. Nos dieron las llaves de las habitaciones, subimos, meamos en la taza esa que siempre encuentras precintada con una cinta de plástico lo mismo  que precinta la guardia civil las puertas de  las casas donde se cometen los crímenes, abrimos la persiana que da a la terraza que mira a la playa, y de verdad, de verdad, yo me sentí como uno de los dioses del auténtico Olimpo, de los atenienses  de aquellos tiempos mitológicos.

            El Hotel es de cuatro estrellas, y está muy bien; pero  lo mejor es su emplazamiento junto una cala preciosa, y rodeado de unos jardines acorde con el descapotable del dueño. En recepción, además de unas mozas agradables, tiene también un Thar del Himalaya disecado de bonito pelo y mejores cuernos, puesto allí, puede ser, como reclamo a que para “poner cuernos a alguien”, aquel puede ser el sitio ideal. (Al menos, es lo que pensé yo, cuando le vi al bicho los  suyos).

            Comimos, descansamos una hora, y nos fuimos corriendo a visitar el Santuario de la Bien Aparecida. Os juro que los curas Trinitarios voltearon las campanas única y exclusivamente para recibirnos a nosotros. O mucha influencia tiene con ellos Adolfo el de Abanillas, (que tampoco es de Abanillas, aunque por esa coletilla se le conoce ), o fue cosa  de nuestro presidente Merino, que para algo estuvo de médico unos años en Ampuero, o fue otra de las sorpresas que nos tenía preparada el del descapotable. Fijaros que hasta en cuanto los curas descubrieron los autocares, echaron a correr hacia nosotros para recibirnos con los brazos abiertos. Nos contaron la historia del Santuario, nos dieron a besar la Virgen cuya imagen al parecer es la más pequeña de la de todas las patronas de los pueblos de España, pues solo mide veintiún centímetros, e hicieron  misa oficiada por el padre Superior para el que quisiera oírla. Después el Superior que es un señor vasco, cercano, y hasta un poco cachondo, nos volvió a acompañar hasta los autobuses, y esperó a que arrancaran para despedirnos agitando el brazo como  despedían las madres a los quintos que iban para la guerra.

            Parada en Laredo. Una visita a la playa Salvé y poco más.  Me gustó un montón un  monumento de estilo  moderno y dedicado a los hombres del mar, y no pude por menos de recordar el de los cuatro hierros que tenemos a la entrada de San Vicente, que nadie sabe si homenajea a los hombres del mar, o a los marcianos que un día puedan llegar Nos fuimos al hotel, cenamos, y la mayoría bailaron hasta la una de la madrugada. Los más pachuchos, o derrengados como yo, a la cama a descansar, que mañana hay que madrugar.

            Pues no madrugamos, pero a la nueve en punto de la mañana ya estábamos todos desayunando, y con el equipaje listo para subir a bordo en los autocares. De un tirón hasta  el puerto de Santoña donde nos esperaba un barco de esos que están especialmente preparados para hacer que el visitante goce de un paseo por el mar, de lo más interesante que puedas imaginar. Por muchas veces que hayas visitado Santoña, si no navegaste su estuario por lo menos hasta el Faro del Caballo como hicimos nosotros, no puedes presumir de conocer uno de los rincones marítimos más  bonitos sin duda, de todas las costas de España. Pero además, es que pilotó el barco el mejor guía turístico que puedas echarte a la cara. Empezó a hablar al mismo tiempo que las hélices movieron la embarcación, y no paró de hacerlo hasta que esta atracó de regreso en el muelle. ¡Coño, qué tío más simpático este Alberto!  Nos dio una lección de historia local, nacional e internacional; de náutica, de monumentos y fuertes, y hasta de oceanografía, pero con un saber decir, y un saber mantener la atención de quienes le escuchan, que si en España hubiera muchos maestros que supieran explicar de ese modo las lecciones a sus alumnos,  nos desasnaban a todos en menos que canta un gallo.  Este viaje por sí solo bien mereció la excurión.

            Después visitamos el Centro de Interpretación de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel,  donde aprendimos la importancia que tienen estos estuarios y marismas para mantener el ecosistema, sobre todo en lo relacionado con las aves migratorias.

             Y como colofón,  nos fuimos todos juntos a comer a La Lonja. Lo de ir todos juntos no es más que una forma de hablar, pues hubo por ahí una media hora cabrona que se escapó del reloj de todos nosotros, y a unos nos metió en el comedor media hora antes que a otros, pero te juro que al final terminamos de comer todos al mismo tiempo.  Comimos el mismo menú  del año pasado, pero a mí me pareció que mucho peor.  Ya lo  sé Adolfo, ya lo sé: no está bien quejarse por nada, pero que quieres, yo soy así de crítico, y lo mismo que digo lo que me gusta, creo que debo decir lo que no: Al menos en mi plato, solo cayeron patatas. El bonito lo tuvo que ir a buscar el camarero cuando le pregunté donde estaba, y para conformarme me trajo cuatro dados sonrosados, que le pregunté donde tenían los puntos negros para poder echar una partida. Las albóndigas de verdel mas secas que el esparto, y la leche frita… ¡Ay, la leche frita!   ¡Con lo bien hecha y rica que estuvo la del año pasado!  Lo primero que pensé fue si sería que las vacas del lugar, ahora daban la leche amarilla. A continuación me recordé del Flan Chino El Mandarín que en aquella época del hambre, cuando yo era crío, comíamos de vez en cuando como si fuera el maná que nuestro Señor envió a los israelitas  cuando lo pasaron tan mal en aquel éxodo… Pero hombre, si es que ni el rebozado se le pegaba… Y es que a lo mejor, o mejor dicho a lo peor, el rebozado tampoco era rebozado, que en lugar de estar hecho de huevo batido y espolvoreado de azúcar, le pusieron una telilla sintética como a las morcillas de los supermercados que tampoco son de tripa como Dios manda…

            De todas formas, si no fuera por estas cosas, por las buenas y por  las menos buenas, de qué coño iba yo a escribir para que tú perdieras el tiempo leyendo mis tonterías, ¿Eh? ¿De qué?.

                Jesús González ©

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Jesús.
Verás, el monumento al pescador de San Vicente tiene una lectura de verdad increíble.
La cabeza pequeña para pensar poco y que los grandes hombros sirvan para trabajar sin descanso, y así, no tener tiempo de llenar el escuálido estómago que esculpieron. es decir: Poco pensar, mucho trabajar y poco comer.
Abrazo viajero-escritor-viajero
.
Lines

Anónimo dijo...

Lines, pues a pesar de todo, no me gusta ni mucho ni poco. También puede querer decir: Poca cabeza del autor para pensar lo que hacer, poco estómago para digerirlo, y mucha espalda para aguantar las opiniones de cuantos miren su "obra".