No
hay mejor palabra que la qué está por decir. Piénsala antes de soltarla. Quien
mucho habla, mucho yerra. En boca cerrada no entran moscas…. Bueno, a buen
entendedor, pocas palabras bastan; ya me
comprendes. Quiero decir, que lo mismo servirá esta reata de refranes para
quien habla, como para quien mata su
tiempo escribiendo las cosas . que se le ocurren. Seguro, segurísimo que llevo escritas muchas tonterías, pero qué quieres que
le haga…
Yo
me divierto así. Pero te juro que nunca
intento decir tonterías. Las diré, las diré, que duda cabe. En cuanto escriba
algo con lo que tu no estés de acuerdo, lo
verás como una tontería. Me pasa a mí con muchísimas cosas que leo, aún
cuando estén escritas por firmas acreditadas.
Mira,
escribir es facilísimo. Otra cosa es pretender hacer literatura. Yo no pretendo
tanto. Y me gustaría, ya lo creo que me gustaría. Pero pienso que para eso
había que haber empezado por leer mucho más de lo que yo he leído; por haber
dedicado a la gramática un tiempo que yo nunca dediqué, y además, tener una vocación mucho más perseverante de la que yo tuve.
Bueno,
es que lo mío no fue auténtica vocación. Más bien fue un mero flirteo que de
tiempo en tiempo tuve con las letras, y que ahora, a la vejez, se me acentuó de
un modo tan alarmante, que si sigues leyendo vas a pensar que no digo más que tontería tras tontería.
La
culpa no es mía; la culpa es de Rafael Sánchez y de Flor Martínez
que inventaron un Taller de Escritura en la Biblioteca Municipal de San Vicente
de la Barquera. La culpa de las cosas nunca la quiere nadie. Ellos inventaron
el Taller, y un puñado de desocupados nos enganchamos al carro. Te juro que nos
lo pasamos genial, y además aprendemos. Ya lo dice en refrán, que cortando
“aquello”, se aprende a capar.
A
la hora de escribir, no hago más que dejarme llevar por las ideas que me
llegan, y dejarlas escritas con la máxima sencillez para que todo el mundo las
entienda. ¿Sabes una cosa? Descubrí hace
algún tiempo, que el escribir me sirve también para conocerme mejor a mí mismo. Sí, te lo juro. Luego, a lo
mejor presumimos de conocer muy bien a
cualquier persona, y resulta que de verdad, de verdad, no nos conocemos ni a nosotros mismos. ¡Como para conocer al vecino! La comprobación
de esto que te digo la tienes en este mismo párrafo. Mira, escribo más
arriba de “dejar las ideas escritas con
la máxima sencillez para que todo el mundo las entienda”, y nada más
escribirlo, me pregunto : ¿Lo escribo con sencillez para que todo el mundo lo
entienda, o porque no sé escribirlo de otra forma?
Seguro
que es lo segundo. Pues si supiera hacerlo de un modo más rimbombante, lo haría
así para presumir de lenguaje amplio y florido. Sin embargo, cuando lo escribí,
pensé que decía la verdad. Hay veces que hasta nos auto-engañamos ¿Ves como
nunca acabamos de conocernos a nosotros mismos?
En
secreto te digo que otro motivo por el que me gusta escribir, es porque me
sirve de recurso en contra del aburrimiento. Cuando se amontonan los años
encima de nuestras espaldas, las piernas no pueden con el peso del cuerpo, y la
atracción que la tierra ejerce sobre los culos, es mucho más fuerte de lo que
te puedes imaginar. Como no soy persona de bares ni de juegos de azar, sentarme
frente a la bahía está bien durante unos
minutos; pero después de haber contemplado el panorama empieza uno a quedarse
con la boca abierta como un bobalicón, y mientras me de cuenta de ello, me
niego en redondo.
Mira,
un par de horas sentado, un descafeinado paladeado a sorbucos espaciados, unas cuantas tonterías mucho más gordas que las que yo cuento,
escuchadas a la gente que me rodea en la cafetería donde escribo, el tiempo se
me ha ido feliz mientras expongo a todos mis intimidades. Si la cosa no te parece mal, anímate. En el Taller esperamos a
todos con los brazos abiertos. Tenemos desde jovencitas de dieciséis o
diecisiete, hasta abuelos como el que suscribe.
Jesús González ©
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