sábado, 24 de mayo de 2014

MEA CULPA





            No hay mejor palabra que la qué está por decir. Piénsala antes de soltarla. Quien mucho habla, mucho yerra. En boca cerrada no entran moscas…. Bueno, a buen entendedor, pocas palabras bastan;  ya me comprendes. Quiero decir, que lo mismo servirá esta reata de refranes para quien  habla, como para quien mata su tiempo escribiendo las cosas . que se le ocurren.  Seguro, segurísimo que llevo escritas  muchas tonterías, pero qué quieres que le  haga…



            Yo me divierto así.  Pero te juro que nunca intento decir tonterías. Las diré, las diré, que duda cabe. En cuanto escriba algo con lo que tu no estés de acuerdo, lo  verás como una tontería. Me pasa a mí con muchísimas cosas que leo, aún cuando estén escritas por firmas acreditadas.



            Mira, escribir es facilísimo. Otra cosa es pretender hacer literatura. Yo no pretendo tanto. Y me gustaría, ya lo creo que me gustaría. Pero pienso que para eso había que haber empezado por leer mucho más de lo que yo he leído; por haber dedicado a la gramática un tiempo que yo nunca dediqué, y además,  tener una vocación  mucho más perseverante de la que yo tuve.



            Bueno, es que lo mío no fue auténtica vocación. Más bien fue un mero flirteo que de tiempo en tiempo tuve con las letras, y que ahora, a la vejez, se me acentuó de un modo tan alarmante, que si sigues leyendo vas a pensar que no digo   más que tontería tras tontería.



            La culpa no es mía; la culpa es de Rafael Sánchez y de Flor  Martínez  que inventaron un Taller de Escritura en la Biblioteca Municipal de San Vicente de la Barquera. La culpa de las cosas nunca la quiere nadie. Ellos inventaron el Taller, y un puñado de desocupados nos enganchamos al carro. Te juro que nos lo pasamos genial, y además aprendemos. Ya lo dice en refrán, que cortando “aquello”, se aprende a capar.



            A la hora de escribir, no hago más que dejarme llevar por las ideas que me llegan, y dejarlas escritas con la máxima sencillez para que todo el mundo las entienda. ¿Sabes una cosa?  Descubrí hace algún tiempo, que el escribir me sirve también para conocerme  mejor a mí mismo. Sí, te lo juro. Luego, a lo mejor  presumimos de conocer muy bien a cualquier persona, y resulta que de verdad, de verdad,  no nos conocemos ni  a nosotros mismos.  ¡Como para conocer al vecino! La comprobación de esto que te digo la tienes en este mismo párrafo. Mira, escribo más arriba  de “dejar las ideas escritas con la máxima sencillez para que todo el mundo las entienda”, y nada más escribirlo, me pregunto : ¿Lo escribo con sencillez para que todo el mundo lo entienda, o porque no sé escribirlo de otra forma?



            Seguro que es lo segundo. Pues si supiera hacerlo de un modo más rimbombante, lo haría así para presumir de lenguaje amplio y florido. Sin embargo, cuando lo escribí, pensé que decía la verdad. Hay veces que hasta nos auto-engañamos ¿Ves como nunca acabamos de conocernos a nosotros mismos?



            En secreto te digo que otro motivo por el que me gusta escribir, es porque me sirve de recurso en contra del aburrimiento. Cuando se amontonan los años encima de nuestras espaldas, las piernas no pueden con el peso del cuerpo, y la atracción que la tierra ejerce sobre los culos, es mucho más fuerte de lo que te puedes imaginar. Como no soy persona de bares ni de juegos de azar, sentarme frente a la bahía  está bien durante unos minutos; pero después de haber contemplado el panorama empieza uno a quedarse con la boca abierta como un bobalicón, y mientras me de cuenta de ello, me niego en redondo.



            Mira, un par de horas sentado, un descafeinado paladeado a sorbucos espaciados,  unas cuantas tonterías  mucho más gordas que las que yo cuento, escuchadas a la gente que me rodea en la cafetería donde escribo, el tiempo se me ha ido feliz mientras expongo a todos mis intimidades. Si la cosa no te  parece mal, anímate. En el Taller esperamos a todos con los brazos abiertos. Tenemos desde jovencitas de dieciséis o diecisiete, hasta abuelos como el que suscribe. 

                     Jesús González ©

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