martes, 1 de abril de 2014

UNA TARDE INESPERADA.




El reloj marcaba cada movimiento de mi corazón, parecía que habían hecho un pacto para que siguiese en aquel extraño lugar, al que me habían obligado a llamar casa y solo eran cuatro paredes llenas de sentimiento y lágrimas.

Respiré profundamente, cerré los ojos y dejé que mi rabia volviera al fondo de mi recuerdos, “hoy yo no tenía derecho a nada, era su día, no el mío”, me repetía una y otra vez cada vez que alguien me decía lo maravillosa que debía de haber crecido allí.

Con lo feliz que estaba hacía escasas 5 horas dentro de ese extraño barco, que Daniel decía que era un velero y a mí me recordaba a una cáscara de nuez con una vela, igual a los que hacíamos en el colegio por el día del padre. Pero era feliz o al menos mi cerebro engañaba a mi corazón diciendo que era allí donde debía estar, con sus ojos grises enseñándome qué diferencia había entre un as de guía y un nudo doble.

Pero ahora, tras 3 horas de avión y 1 de tren después, me encontraba en la vieja casa familiar, porque mi  vieja tía Alejandra  había fallecido, y yo debía sentirme triste, porque había sido muy buena persona, según esa gente que había decidido juzgar cada movimiento de aquella dispar familia que formábamos los Ibáñez.

Yo solo estaba allí, porque mi madre me había llamado desconsolada que me necesitaba con ella, y haciendo de tripas corazón allí me encontraba observando el  viejo árbol, desde la ventana de mi cuarto de la infancia, lleno de muñecas de porcelana que tanto le gustaban a Amanda y tanto odiaba yo. Ese viejo roble con el columpio que tantos y tantos rasguños me había ocasionado pero también muchos sueños cumplidos como… ganar el premio a la saltadora oficial de columpio en movimiento. ¡Qué locuras se nos ocurrían, gracias a mi abuelo Paco! Todavía podía escuchar su voz diciendo  mira Estefanía esto es una araña sé que no te gustan porque son negras, tienen muchas patas y algunas tienen hasta pelo, pero crear una de las cosas más increíbles y maravillosas del mundo. Y yo como tonta decía le ¿el qué? Enséñamelo por favor abuelo.

Mira y señalaba una tela de araña normal, pero él decía que eran mágicas que cuando nadie miraba se iluminaban y tenían poderes para capturar los sueños.

-Estefanía,  ¿estás bien?, tu madre nos espera, regresa de donde estés.

 -Tranquilo abuelo estaba regalándole un sueño a las arañas, ya sabes. Ahora mismo voy.

Jezabel Luguera ©

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