sábado, 19 de abril de 2014

LOS SOPORTALES





(Publicado en la separata
Cantabria Occidental de
El Diario Montañés, 13, 04, 2014)

             Llegó la primavera abriéndole la puerta al verano, y fue como un preludio de fiesta en el ambiente. Mangueras de agua fría  que madrugan a refrescar las losas del suelo que hay bajo el techo del paseo;  terrazas  con manteles nuevos en las mesas, y y sobre ellos loza fina de Manises o Sagardelos,  esperando  pacientes al cliente que ya no puede tardar.

            Es un sabor especial el que se paladea de continuo en los Soportales de San Vicente:  Brisa con perfume de algas que se escapa a bocanadas desde el Muelle Viejo, corre  bajo las arcadas de piedra para mezclarse con el  olor  de  las sardinas  que se asan en cualquiera de los muchos restaurantes. Marineros de azul con boina negra que van al muelle, se cruzan con los repartidores mañaneros que empujan con prisas sus carretillas. Y entre tanto, antes de vestir sus chaquetillas o batas de un blanco impoluto, dueños y dependientes limpian cristales de ventanas y escaparates, o frotan con brío los pomos dorados de las puertas de sus negocios…

            Los rayos del sol naciente arrancan destellos dorados del agua de nuestra bahía, que se mece con dulzura adormeciendo en su regazo mil  barcos de cien colores.  Al otro lado  comienza brillar el oro que es la arena de una playa inmensa, mientras que el verdor  intenso de las palmeras del parque estira sus palmas tratando de acariciar  el azul del cielo.

            La luz del nuevo día ilumina las fachadas para que destaquen los viejos arcos  que son de piedra, y  también para que nos avergoncemos un poco de que en las modernas construcciones no hubiésemos  sabido conservar  tan hermoso legado del medievo.

            Con el paso de las horas el ambiente va in crescendo bajo los arcos: a la compra las mujeres, a por el café o la fruta;  los hombres a por la prensa para leer “los partidos”, porque al pan de cada día, suelen mandar a los niños… Una ráfaga de aire con olor de mariscada, y un tapizado de suelo con libros y revistas de colores. Periódicos de toda España, y también del extranjero; el último libro editado, luciendo de candelero. Vitrinas  refrigeradas con lubinas, con doradas, con meros y con machotes, y tiendas con “souvenires”, recuerdos de mil colores… Como tipismo, “cebillas”, “colodras” “pa” segadores. Para cansados, bastones. Y palos largos de acebo para andarines de montes.

            Aquí se instalan los bancos con sus visibles cajeros, para que el cliente disponga a gusto de sus dineros. Aquí los mendigos piden la caridad del viandante, que hace sordos los oídos y camina hacia adelante. Forasteros que pasean contemplando escaparates; unos novios que besan, unos niños que se pegan y se dicen disparates… Matrimonios que discuten si a la playa o a los Picos, cualquier lugar será bueno, si se calman nuestros chicos…  

            Sobre los barcos gaviotas emitiendo sus graznidos, y en cualquier bar de este pueblo, se catan los buenos vinos. Pasean los Soportales muchachitas de colores, unas con  piernas preciosas, otras con piernas mejores. Y los chavales del pueblo, que  regresaron del mar,  tratan de ligar con ellas, o al menos lo van a intentar…

            Si el sol calienta, a la playa; si se nubla, a pasear; a visitar el Castillo o la iglesia-catedral, la Puebla Vieja y sus calles, los mil miradores al mar. Cualquier rincón de este pueblo, es bueno para soñar. Y si tienes una cita, no lo debes olvidar, los Soportales de piedra son el mejor lugar: En estío sombra fresca, abrigados con mal tiempo. Todo lo que necesites lo tienen sus mil comercios…

                   Jesús González ©

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