viernes, 25 de abril de 2014

LA VACA ESBOJÁ




            Solía llevarla a beber agua a la Fontana que estaba cerca de casa, justo debajo de la Peña Canal. (Hoy ni peña ni canal, pues gracias al dinero que ingresaba en aquél tiempo  la Junta Vecinal  por la madera vendida del Monte Corona, se asfaltaron todos los caminos del pueblo y se allanaron algunos de ellos). Pero justamente donde hoy se conserva el “potro de herrar”, como muestra de una de las actividades de un modo de vida no tan lejano, estaba la famosa Peña Canal, que además de servir de referencia, servía también para separar el camino de la huerta de María la de Nelucu, que era una mujer de estatura más bien normal, ancha de espaldas,  con las canas peinadas hacia atrás, recogidas en un moño sujeto con una peineta de hueso, y con una mala leche, que se le acentuaba cada vez que cualquiera de los críos de entonces saltábamos el moriu para coger alguna pera de las que ya empezaban a madurar.

             Pues a la parte de abajo, esto es, bajando hacia el río, caminote la Llosa, pero sin pasar la portilluca que daba entrada al prado de Adolfo el de Nemesia, estaba la hoy desaparecida Fontana, que era donde la criazón de la Corraliega nos divertíamos espanzurrando los renacuajos que agonizaban dando coletazos a izquierda y derecha, cosa que a nosotros nos hacía una gracia tremenda. Pues ahí, justamente ahí, es a donde de costumbre,  mi tía llevaba a beber su vaca Bonita.

            Pero aquél día, después de haber estado una hora con una rasqueta nueva  quitándole de los cuartos traseros  las “cazcárrias” de moñiga  pegadas y secas allí durante varios días, y de haberle cepillado el lomu con un cepillo de raíz de brezo que a tal fin había  comprado en la ferretería de Máximo Labrador de Cabezón de la Sal el domingo anterior, que había sido mercau en  la Losa,  quiso que la Bonita fuera a beber agua al bebedero de la Fuente de San Justo, pa que tol mundu viera lo que era una vaca bien tresná.  

            Resultó que en aquella misma hora, y en aquél mismo momento, llevó sus vacas a beber Pepín Ruiz, conocido cariñosamente en el pueblo por el apodo de Tuberías, y de otro modo como Pepe el de Saturnino, sin duda para distinguirle de algún otro Pepe que pudiera haber en Caviedes.  No sé si fue porque las vacas de éste vieron demasiado relimpia a Bonita, o fue por cualquier otro motivo que las personas no acertamos a comprender, el caso es que la emprendieron con ella a cornadas, con un empuje y un odio, que más que vacas, parecían seres humanos.

            Mi tía empezó a dar gritos, y a sudar de tal forma, que se le empañaron los cristales gordos como culos de vasos que tenían sus gafas, y sin ver lo que hacía, la emprendió a palos con las vacas, y a gritos con el pobre Tuberías, flaco él más que el Quijote, barbilampiño y de nuez prominente, que empezó a subir y a bajar en su garganta a una velocidad de vértigo.

            Mi tía echó veinte recristos, se acordó de San Pedro, y creo que hasta algún cagatu de los muchos que soltó, salpicó a San Pablo, mientras que con los aspavientos que hacía, se le salió por el escote la Virgen del Carmen del escapulariu de trapu que llevaba al cuello. Se le cayó la ahijá entre las vacas, y mientras que a gritos le pedía  a Pepe que se la apurriera,  la pobre de la Bonita fue empujada por sus congéneres con tal fuerza, que cayó contra las piedras de sillería con que estaba hecha la fuente, y cuando se levantó dejó en el suelo el cuerno derecho, como testimonio de lo bestias que fueron aquellas moradoras de otra cuadra.

            A mi tía ya no le quedaban  suficientes santos   de la corte celestial que invocar de mala manera, ni madres de aquellas vacas hijas de mala madre que maldecir. Se quitó de la cabeza el pañuelo negro que siempre llevaba puesto para envolver con él la raíz sangrante del cuerno de la Bonita, se aguantó las ganas de agarrarse al cuello de Pepe el de Sarturnino para estrangularle por no haber sabido evitar aquella tragedia de la esbojadura de la Bonita; besó cien veces la Virgen del escapulariu de trapu, para que la perdonara por todas las barbaridades que habían salido de su boca, y guardando el cuerno caído para hacerse con él una colodra donde guardar la pizarra del dalle,  se volvió para casa llorando y dando cariñosas palmadas sobre el cuarto trasero de la Bonita que volvía para la cuadra sin llegar a beber ni un solo trago de agua del bebedero de San Justo…

                  Jesús González ©

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