Solía
llevarla a beber agua a la Fontana que estaba cerca de casa, justo debajo de la
Peña Canal. (Hoy ni peña ni canal, pues gracias al dinero que ingresaba en
aquél tiempo la Junta Vecinal por la madera vendida del Monte Corona, se
asfaltaron todos los caminos del pueblo y se allanaron algunos de ellos). Pero
justamente donde hoy se conserva el “potro de herrar”, como muestra de una de
las actividades de un modo de vida no tan lejano, estaba la famosa Peña Canal,
que además de servir de referencia, servía también para separar el camino de la
huerta de María la de Nelucu, que era una mujer de estatura más bien normal,
ancha de espaldas, con las canas
peinadas hacia atrás, recogidas en un moño sujeto con una peineta de hueso, y
con una mala leche, que se le acentuaba cada vez que cualquiera de los críos de
entonces saltábamos el moriu para coger alguna pera de las que ya empezaban a
madurar.
Pues a la parte de abajo, esto es, bajando
hacia el río, caminote la Llosa, pero sin pasar la portilluca que daba entrada
al prado de Adolfo el de Nemesia, estaba la hoy desaparecida Fontana, que era
donde la criazón de la Corraliega nos divertíamos espanzurrando los renacuajos
que agonizaban dando coletazos a izquierda y derecha, cosa que a nosotros nos
hacía una gracia tremenda. Pues ahí, justamente ahí, es a donde de
costumbre, mi tía llevaba a beber su
vaca Bonita.
Pero
aquél día, después de haber estado una hora con una rasqueta nueva quitándole de los cuartos traseros las “cazcárrias” de moñiga pegadas y secas allí durante varios días, y
de haberle cepillado el lomu con un cepillo de raíz de brezo que a tal fin
había comprado en la ferretería de
Máximo Labrador de Cabezón de la Sal el domingo anterior, que había sido mercau
en la Losa, quiso que la Bonita fuera a beber agua al
bebedero de la Fuente de San Justo, pa que tol mundu viera lo que era una vaca
bien tresná.
Resultó
que en aquella misma hora, y en aquél mismo momento, llevó sus vacas a beber
Pepín Ruiz, conocido cariñosamente en el pueblo por el apodo de Tuberías, y de
otro modo como Pepe el de Saturnino, sin duda para distinguirle de algún otro
Pepe que pudiera haber en Caviedes. No
sé si fue porque las vacas de éste vieron demasiado relimpia a Bonita, o fue
por cualquier otro motivo que las personas no acertamos a comprender, el caso
es que la emprendieron con ella a cornadas, con un empuje y un odio, que más
que vacas, parecían seres humanos.
Mi
tía empezó a dar gritos, y a sudar de tal forma, que se le empañaron los cristales
gordos como culos de vasos que tenían sus gafas, y sin ver lo que hacía, la
emprendió a palos con las vacas, y a gritos con el pobre Tuberías, flaco él más
que el Quijote, barbilampiño y de nuez prominente, que empezó a subir y a bajar
en su garganta a una velocidad de vértigo.
Mi
tía echó veinte recristos, se acordó de San Pedro, y creo que hasta algún
cagatu de los muchos que soltó, salpicó a San Pablo, mientras que con los
aspavientos que hacía, se le salió por el escote la Virgen del Carmen del escapulariu
de trapu que llevaba al cuello. Se le cayó la ahijá entre las vacas, y mientras
que a gritos le pedía a Pepe que se la
apurriera, la pobre de la Bonita fue
empujada por sus congéneres con tal fuerza, que cayó contra las piedras de
sillería con que estaba hecha la fuente, y cuando se levantó dejó en el suelo
el cuerno derecho, como testimonio de lo bestias que fueron aquellas moradoras
de otra cuadra.
A
mi tía ya no le quedaban suficientes
santos de la corte celestial que
invocar de mala manera, ni madres de aquellas vacas hijas de mala madre que
maldecir. Se quitó de la cabeza el pañuelo negro que siempre llevaba puesto
para envolver con él la raíz sangrante del cuerno de la Bonita, se aguantó las
ganas de agarrarse al cuello de Pepe el de Sarturnino para estrangularle por no
haber sabido evitar aquella tragedia de la esbojadura de la Bonita; besó cien
veces la Virgen del escapulariu de trapu, para que la perdonara por todas las
barbaridades que habían salido de su boca, y guardando el cuerno caído para
hacerse con él una colodra donde guardar la pizarra del dalle, se volvió para casa llorando y dando cariñosas
palmadas sobre el cuarto trasero de la Bonita que volvía para la cuadra sin
llegar a beber ni un solo trago de agua del bebedero de San Justo…
Jesús González ©
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