Si leíste
mis capítulos anteriores y todavía te atreves a seguir con este, mira, no me lo
tomes a mal, pero si no es con un
siquiatra, consulta al menos con un sicólogo: pudiera ocurrir que te estuvieras
volviendo masoquista, y no te hayas dado cuenta. Si apenas me he movido del
hotel, ¿qué coño puedo yo contarte de esta isla, y qué interés puedes tener tú
en lo que te cuente?
Mucho la
verdad es que no te puedo contar, pero puedes estar seguro de que lo que te cuento
está bien observado, y si me equivoco es porque yo fui el primer engañado, pero
nada más lejos de mí, que inventarme
patrañas mallorquinas. Sólo puede ocurrir que en mi afán de dejarte las cosas claras, exagere un pelín.
Hoy salí de
excursión. Bueno, tampoco fue propiamente una excursión, sino que me dejé cazar
con todas sus consecuencias, por los ”manteros” que llaman las guías del
Inserso. A los “manteros” los conozco hace un millón de años, aunque entonces aún no habían sido bautizados con ese nombre.
Los hay en Baleares, en Canarias, en toda la Costa del Sol, y en cualquiera de
aquellos lugares donde se llenen los hoteles en verano con alemanes e ingleses,
y en invierno con los jubilados nativos.
Tienen una
forma especial de incitar a la gente
para que compre lo que la gente nunca había pensado comprar. Te juro que la
aventura tiene su morbo: La mercancía que te ofrecen es generalmente algo que
en el fondo tu sabes que no te va a servir para nada, pero te lo venden de
forma tan convincente, que si no lo compras, te da la sensación de que te vas a
morir al día siguiente, únicamente por no haberlo comprado. Ellos, “los
manteros”, fueron los primeros en sacar de una puta oveja, pura lana virgen. De
ahí les viene el mote. Lo primero que empezaron vender fueron mantas hechas
exclusivamente de esa lana virgen, que hacía milagros. No pesaban nada, y
abrigaban una barbaridad. Abrigaban tanto, que las pesetas que te costaban,
(porque la cosa ya existía cien años antes de pensarse en el euro), lo ahorrabas
el primer invierno en
calefacción. Hasta le escuché asegurar a
uno de ellos hace años, que, en Alemania, el gobierno había obligado a todos
los hospitales del país a poner estas mantas en sus camas, porque aportaban al enfermo energía positiva, y como
por arte de magia eliminaban la electricidad estática negativa que siempre
tienen los cuerpos. En realidad, creo que las mantas eran buenas, pero nunca
mejores que esas tan “calentucas” que fabrican en Palencia.
Y como para
muestra basta un botón, ya no te cuento más de estos productos milagrosos que
siguen vendiendo, como por ejemplo colchones que si no descansas te narcotizan
para que te quedes dormido a los dos minutos, sillones que te dejan nuevos los
riñones aunque tu tengas mil años, aparatos capaces de masajearte desde el dedo
chico del pié hasta el cráneo calvo
donde seguro que te vuelve a salir el pelo…. Etc. etc. etc….., y muchos más
etcéteras todavía.
Y cuando ya han
comprobado que de cien euros para arriba es muy difícil sacárselo a la gente, (aunque,
¡hay que joderse! Siempre pica alguno), empiezan con el aloe vera, pero el
vera, vera, vera, que sólo venden ellos, no el vera ese de farmacias y
perfumerías que no es más que pura imitación. Y no te digo nada de la crema de
“baba de caracol”- Los caracoles más babosos del mundo, son los que sueltan
para ellos la más fina de todas las babas. ¿De qué crees si no, que Sara Montiel tuvo tan estirado el pellejo de
la cara hasta el momento en que exhaló el último suspiro? Igual habías pensado que era porque la babeó
Pepe Turs…? No, hombre, no. Fue de las babas de caracol que venden ellos.
Pues bromas
aparte, fui porque no tenía que caminar. Nos recogió el autobús cerca del hotel
y nos transportó hasta Santa María del
Camín que es sede, o al menos es campo de batalla de esta gente. Una
hora larga aguantando el rollo de la señorita, que tampoco se me hizo muy largo
porque me distraje mirando la cara de bobos que ponían unos, y la de escépticos que ponían otros. El regreso al hotel, Armando, que así se llama nuestro guía, nos
le hizo de lo más divertido y ameno, porque era un tío canario, (como él decía,
por lo de canario), que con pico, pero ni amarillo, ni pluma, nos trajo por
Magaluf, Palmanova, Portals Nous y todo el Paseo Marítimo de Palma, haciéndonos
las oportunas paradas, y explicando con ganas de agradar todo lo que hubiera
que explicar.
Jesús González ©
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