lunes, 24 de marzo de 2014

AMARILLOS




            Si mal no recuerdo, (y bien  puede ser que recuerde mal), cuando yo iba a la escuela de mi pueblo, las  razas humanas se dividían  en cuatro grandes grupos: Blancos, Negros, Amarillos, y Cobrizos. La verdad es que yo nunca estuve muy de acuerdo con esta definición, empezando por los blancos; pues yo veía por ahí gente de mi propia raza más negros que un  “tito”, como solía decir mi madre. (Ahora lamento no haberle preguntado a qué “titos” se refería semejante similitud, puesto que con el nombre de Tito no alcanzo a recordar más que, por un lado al emperador romano,  que no fue negro, y por otro los guisantes, llamados “titos” por algún viejo de mi vecindad, pero que son verdes y no negros).

            Los negros sí. Verás, en los tiempos que yo nací, había mucha gente que se moría de vieja sin haber viajado ni siquiera a la capital de su provincia.  Pues calcula la que viajaría de un país a otro. Por eso,  recuerdo perfectamente la primera vez que vi un negro. Fue en Santander. Era yo un crío de siete u ocho años, y caminé tras él  medio kilómetro para verle bien visto. Y no seguí caminando por miedo a perderme, y no acertar a volver al restaurante que tenían mis tíos.

            Los amarillos, (que también los conocí en Santander algún tiempo después del negro de marras),  me  decepcionaron en cuanto al color. De amarillos, nada;  mas bien  palidez cadavérica, diría yo. Y lo de ojos rasgados... Mucho más gráfico es, ojos de estreñidos haciendo fuerza ¿no te parece?

            A los cobrizos los empecé a conocer en las primeras películas del Oeste Americano que nos llegaron en “tecnicolor” y “panavisión” al cine Mafepe de Cabezón de la Sal, allá por los tiempos en los que Felicitas paseaba arriba y  abajo el andén de la estación del Ferrocarril Cantábrico, ofreciendo su mercancía a los viajeros de todos los trenes, mientras gritaba para abrirles el apetito: “Naranjas, plátanos… “¡Cacagüeses”, avellanas…!  Pero el colorido era tan chillón, que las caras de los indios brillaban como la caldera de cobre pulido que tenía mi madre para hacer el arroz con leche. Cuando conocí personalmente alguno de estos chaparritos llegado de allende los mares, les encontré más parecido con el latón, que con el cobre.

            Pero vuelvo al título de este escrito: Más que “amarillos” debería titularse “chinos”, porque de ellos me dijo Asun la de la cafetería El Rey, que escribiera algo.  (Y es porque muchas tardes me siente a escribir en un rincón de su cafetería, mientras tomo un descafeinado de máquina, que me gusta más que de sobre).

            De los chinos sé poquísimo. Sé que son ciento y la madre; es decir, muchísimos.  Que hicieron la Gran Muralla China con piedras gordísimas,  y que es mucho más grande que las de Ceuta y Melilla; pero no sé para qué coño la hicieron, si allí no habían llegado los negros de África; aunque puede ser que lleguen. Y si no, tiempo al tiempo.  También recuerdo que cuando  yo era crío, en las escuelas nos mandaban “arrejuntar” cuantos más sellos usados para quitarles el hambre a los “pobres chinitos”.  (Ves tú, ahora otra intriga: nunca supe qué demonios podían hacer los chinos con tanto sello. Porque comer, no creo que los comieran).

            Pudiera ser, deduzco ahora, que fuera para aprender a conocer países donde emigrar cuando ya no cupiesen en el suyo, que supongo es lo que está ocurriendo ahora.  Me arrepiento muchísimo de los sellos que les dí, pues sospecho que los convirtieron en euros para después venir a comprar media España.

             Yo no veré lo que voy a escribir a continuación, porque tengo muchos años, y además no soy pariente de Matusalen; pero si siguen al paso que van, puede ser que compren España entera. No hay en nuestro suelo pueblo que se precie de algo, si no tiene un comercio de chinos donde casi  todo lo que se vende vale entre uno y cinco euros.  No hace mucho estuve en Madrid, me metí por el barrio de Embajadores, y supe que aquello no era Sangay porque faltaban los magníficos rascacielos que tienen allí,  pero mucho dudé si no estaría perdido en algún barrio apartado del viejo  Pekín, pues todo eran comercios adornado con farolillos de papel, en cuyas  puertas  había chinos reverenciosos invitando al transeúnte  a visitar el interior.

            Supongo que al igual que yo, habrás oído decir que hay billetes de quinientos euros. Pero dime con franqueza, ¿tú has visto uno alguna vez? Yo vi uno que mostraron hace años en televisión, y nada más.   Decían las malas lenguas hace  poco más de un año, que  Gao Ping, el chino aquél que detuvieron en Madrid, y del que nunca  supe después lo que hicieron con él,  se llevaba a China sacos llenos de esos billetes de quinientos euros. Entonces comprendí perfectamente porqué los españoles no aprendimos siquiera ni de qué color eran.

            Ahora anda por ahí  Wang Jianlin, otro chino de esos que manejan los billetes de quinientos  a espuertadas, ofreciendo doscientos sesenta millones de euros por el rascacielos de Madrid. Si, hombre aquél edificio alto que hay  en la Plaza de España, y que en su tiempo fue conocido de forma popular como la casa del coño, porque cuando le estaban haciendo, todo el que pasaba y le veía por vez primera, exclamaba: ¡Coño, qué casa!

            A ti, no lo sé. Pero a mí todas estas tiendas de chinos  me huelen a cuento chino. Dentro de ellas siempre veo poquísima gente comprando. Y lo  poco que se compra, cuesta cuatro perras… Los locales unos son grandes y otros grandísimos. Las rentas serán enormes… Luego la luz y el agua. Después, Hacienda… Puede ser que dormir, duerman “arreguñáos” tras el mostrador  de las tiendas, pero comer, aunque sólo sea arroz, algo tendrán que comer, digo yo.  ¡Y no cierra ni uno! ¿Qué será lo que realmente se guisa dentro?

            A propósito de guisar:  Ellos caníbales no son. ¿Tú has visto algún entierro de chinos? Yo no, y pienso que también se morirán. Oye, que no vuelvo a comer en un “Chino” ni loco. Vete a ver de qué están hechos los “Rollitos de Primavera”… 

               Jesús González ©

No hay comentarios: