domingo, 8 de diciembre de 2013

ALPARGATAS





            Las de entonces. Las que  fabricaban en Cabezón de la Sal los padres de Nino en La Pesa, y los de Paquito Alegría cerca de la iglesia. Aquellas de suela de esparto, o de cáñamo si ya querías cosa buena.  No había estas tonterías de hoy, que si flores, que  si cuñas; que  si piso antideslizante, que si….

            No.  Aquellas eran todas  planas. Lona blanca, o lona negra. Y para algún caprichoso, como mucho, lona azul.  Era el calzado nuestro de cada día. El calzado de los hombres, y el de las mujeres. El de  los chicos, y el de  los grandes. El de a diario, y el de los domingos y festiv…. No. Eso no.  Que a diario se calzaban las viejas, y para ir a misa  o plantarse por las tardes en la Venta de Lamadrid para bailar al son del “altavoz”  delante de la tienda de Clemente, se calzaban las nuevas.

             Las primeras, las de a diario, las había que dejaban de caber dentro de las albarcas, porque la suela se había reventado y se habían ensanchado de tal forma, que si las mirabas por abajo se parecían más a una pala de jugar a la pelota, que a la suela de una alpargata. Claro que había madres habilísimas, que con una lezna  y un hilo de brabante las atravesaban de parte a parte, y tirando fuerte y volviendo a repetir, lograban aquello que parecía imposible de recuperar su forma primitiva.

            Lo normal es que los críos lleváramos fuera los dedos gordos de los pies; y algunos hasta un par de dedos más. Esto sucedía a pesar de zurcir y rezurcir las mujeres las punteras de las alpargatas con hilo gordo. Pero es que, con balones hechos con bolas de sacos rellenas de trapos, si queríamos chutar como Dios manda y meter un gol por una de aquellas porterías hechas con dos palos de “saúcu” “jitáos” en el “prau del Llanu” de Alicia, el hilo gordo tenía que haber sido de alambre  para que pudiera resistir tales embates.. Y claro, las madres se cansaban de zurcir, y se olvidaban de ello hasta que en lugar de los dedos, lo que salía por la punta de las alpargatas, era el pie entero hasta la mitad del empeine. Esto daba lugar a que la materia gris del cerebro de las madres echara chispas discurriendo la mejor de las soluciones, y terminaran cogiendo un trozo de pana negra de la pernera de un pantalón viejo de nuestros hacedores, y echaran a las  alpargatas  unas punteras  completas y totalmente nuevas, tan bien encajadas en su lugar, que ya quisieran para sí, muchos zapateros de alto diseño.

            A las alpargatas les solía ocurrir lo contrario que a sus dueños. Estos con el tiempo se encogían. Las alpargatas  con el tiempo se estiraban. Se reventaba la lona, y al andar, el pie se descalzaba. La solución fue ponerles unas cintas para atarlas bien atadas, y  aunque las mujeres lo aceptaron de buen grado, a los hombres no les pareció tan buena solución. Aquello de agacharse para atar y desatar, no lo veían muy varonil, seguramente teniendo en cuenta que en aquella época las cintas eran como cosa exclusivamente de mujeres: Las cintas del delantal, las de las bragas, las del sostén…

            Las cintas tuvieron su éxito en las alpargatas blancas mientras se consideraban nuevas. Se puso así como de moda, unas cintas largas y blancas que se ataron cruzando y vuelta a cruzar pierna arriba. Los mozos lo aceptaron de buen grado en cuanto comprobaron lo bien que podían bailar la jota sin que se les  descalzaran las alpargatas.

            Mozas y mozos todos juntos en unión calzaron alpargatas blancas con cintas blancas durante los veranos de un par de décadas para ir a las romerías de los pueblos de los alrededores del suyo. Kilos y kilos de “blanco España” se consumieron en esas décadas para pintar de blanco las alpargatas y cintas blancas, que en lugar de blancas fueron blanquísimas. Pero esta vida alegre de las alpargatas blancas, siempre fue más corta que el de las alpargatas  negras. En cuanto la uña del dedo gordo del pie iniciaba la más débil perforación,  se la consideraba no apta para fiestas y romerías. Se la rebajaba a la categoría de “a diario”, e incluso se la teñía de negro con tintes Iberia, porque era un color más sufrido para los quehaceres a los que  finalmente se la iba a destinar.

           Jesús González ©

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