La
madre del cordero es la oveja. Y de la teta de la oveja, además del cordero,
mama mucha gente, que más o menos avispada, se ha dado cuenta que el ser humano
no sólo tropieza dos veces en la misma
piedra, sino que tropieza un montón de ellas, y lo que es peor, con pleno
conocimiento del tropezón.
Lo
descubrí hace más de cuarenta años, el día que un grupo de amigos decidimos
subir a Tresviso para pasar el día por allí. Dejamos los coches en Urdón, y nos
internamos a pié garganta arriba
aferrándonos casi como auténticos alpinistas al empinado camino que en
cerradísimos zig-zag, serpentea la montaña hecha de pura piedra.
El
día estaba esplendido, el paisaje
radiante, y las águilas a gran altura planeaban como aviones de juguete sobre
nuestras cabezas. A mitad del camino nos sentamos a comer los bocatas y a beber
de la bota, y cuando llegamos al pueblo, una de las cosas que más interés
tuvimos en ver, fueron las cuevas donde se madura el famoso “queso picón” de
Tresviso.
Avispado
fue el pícaro tresvisano que se apresuró a abrirnos la entrada de su cueva, a
explicarnos de su oficio lo que a él le pareció que debía de explicar, y no
necesitó gastar mucha saliva en convencernos
de que estábamos en el mejor sitio y momento de comprar un buen queso,
¡y le compramos!
Era
lunes, y cuando descendíamos de regreso a Urdón, subían a caballo las mujeres
tresvisanas que venían de vender su mercancía en el mercado semanal de
Potes. Las saludamos, hablamos con
ellas, y les peguntamos el precio al que habían vendido sus quesos. ¡Más barato que nos los colocó a nosotros aquél cabroncete de la cueva!
Pues
a pesar de eso, todavía seguimos picando. ¡Y seguiremos! Porque los que manejan la teta de la madre
del cordero, saben que en general no pasamos sin dar una chupadita más o
menos profunda. Y si hace cuarenta años ya tenían en Tresviso una madre del
cordero, calcula la oveja que tendrán en los lugares donde los visitantes vamos
a manadas:
Lo
vi en El Cairo, que nos llevaron a
visitar una fabrica de papiros, y por el precio que nos costaron un par de
ellos, pudimos luego haber comprado un ciento en la explanada de la Mezquita de
Alabastro. En un taller de diamantes en
Israel, nos los vendían según ellos a precio de ganga, y si alguno hubiera
osado comprar el más pequeño, no le hubiera quedado otro remedio que regresar a
casa a nado, y empeñar sus pertenencias. En una fábrica de perfumes en
Estambul, reconocieron que los suyos eran caros, pero eso sí, auténticos. Los
que se vendían en la calle eran imitaciones. Después los vimos en perfumerías
acreditadas a mitad de precio, y algunas señoras estuvieron a punto de darles
un soponcio.
De
Marruecos se traían cazadoras de cuero, y de Mallorca abrigos de piel incluso
cuando no se necesitaban, pero te enseñaban la teta de la madre del cordero, y te convencían de que
otra chupada como aquella, no la ibas a dar en ningún lugar del mundo. Pasa lo
mismo con el vino verde y el Oporto de Portugal, que te dan ganas de volver al país vecino para romperle la boca
al comerciante que te lo vendió, cuando ves que en cualquiera de los grandes
almacenes de aquí, lo encuentras más barato. Y el orujo de Galicia, los jamones de Extremadura… que dicen ellos mismos que son caros, pero que son buenos. ¡Coño, claro! Encima no faltaría
más, que fueran malos. Es que pagándolos caros, no necesito cargar con ellos.
Que soltando un montón de dinero, también
los encuentro de primera calidad
a la puerta de mi casa.
Pero
no escarmentamos, y siempre que salimos compramos cosas que no habíamos
previsto comprar, para volver renegando
de tanta bolsa y tanto paquete. ¡Pero
si seré Gili… eso, que compré esto que
no necesitaba para nada! Pero como todo
el mundo lo compraba… ¡Ay, la madre del cordero! Que como corderucos no
volvemos todos, y cuando vamos de viaje,
“si no hago lo que veo, todo me meo”.
Jesús González ©
1 comentario:
Ay, qué risa... Por Dios qué sí!! Me acuerdo muy bien del viaje a Portugal y de lo que se rió Abel del tema, cuando nos llevaron a una bodega que tenía de todo, a degustar Oporto, ¿te acuerdas Jesús?; total que después de entontecernos con unas mini copas de diversos vinos y licores, y visionar vídeos a punta pala, eso sí muy enriquecedores sobre las ventajas del vino y su vendimia, donde yo ya había aprendido a volar sin alas, nos "soltaron" por allí a ir seleccionando compras. Cogí, porque me daba vergüenza ya que mi hombre me dijo que era algo rácana, 2 latas de sardinillas, por cierto muy buenas, y se ha reído del tema desde entonces, claro, hasta ahora que hemos leído tu crónica de la "madre del cordero", que confirma mi teoría. Mira, compré en un autoservicio el bacalao mejor del mundo a precio de risa, el Oporto de añada y selección que me dio el bolsillo y me reí de la risa de mi marido a gusto. Ay, amigo, que gracioso eres y que bonita-buena crónica.
Abrazo. Lines
Publicar un comentario