MARTES
Hoy fuimos a Jerez de los Caballeros. Es un
pueblo precioso de la serranía extremeña muy cerca del límite con la provincia
de Huelva.
Para
ir, salimos de Mérida por la margen izquierda del río Guadiana, y tuvimos
ocasión de ver desde el autobús dos
`puentes construidos muy cerca el uno
del otro, pero muy distantes en cuanto a las fechas de sus nacimientos: El
primero es un precioso puente romano, y tras él, otro muy estilizado y actual,
del popular Calatrava.
Nunca
pensé que esta tierra extremeña, que en
un principio imaginé casi un páramo, fuera tan rica como he tenido la oportunidad de comprobar en
esta excursión. Una hora larga de
viaje separa a Mérida de Jerez, y el paisaje estuvo repleto
de vides, olivos y alcornoques. También grandes extensiones de encinares, y
entre los árboles piaras de cerdos negros alimentándose de las bellotas caidas.
Según
nos contó Hector, Jerez fue sede de los Caballeros del Temple en la Edad Media,
de donde el pueblo heredó el apellido de su nombre. Aquí acordaron, supongo que por sugerencia de Adolfo, unirse los guías de los dos autobuses, para
dar las explicaciones a un mismo tiempo a todos los excursionistas, y a mi me
pareció excelente la idea, porque María José, a quien conocíamos de otros
viajes, llevaba una megafonía que se
escuchaba muy bien, y lo hacía más breve al no “tripitir”:
Jerez
de los Caballeros es uno de esos pueblos que nunca se olvidan, y que además
recomiendas conocer a cuantos le desconocen.
De empinadas callejas empedradas, con torres increíbles e iglesias
preciosas; sobre todo las de San Miguel y San Bartolomé, que intrigó de tal
forma a Irene la esposa de Curro, que la obligó a preguntar a una a una policía
municipal el porqué aquellas iglesias
tenían en todo lo alto unas preciosas coronas metálicas:
-Señora,
eso no son coronas. Son nidos de cigüeñas que viven con nosotros todo el año,
porque las tratamos bien y no necesitan emigrar como lo hacen en otros lugares.
A
Badajoz fuimos por la tarde. Es una ciudad amurallado sin grandes alicientes,
de la que lo que más me gustó, fue que
el centro era casi todo peatonal, lo que
una delicia pasear por ellas. En sus torres hay gigantescos nidos de
cigüeña, de los que nos aseguró María José que algunos llegaban a pesar entre
dos y tres toneladas. Nos informó además de algo que, al menos yo, también
ignoraba: las parejas de cigüeñas, son parejas de por vida. (¿Será que todavía
no se han dado cuenta que existe el divorcio?). De regreso a Mérida observé
algo que se me pasó alto a la ida:
anduvimos kilómetros y más kilómetros
por una inmensa planicie teniendo
a derecha e izquierda unas plantaciones de maíz, cuyos límites se adivinaban
allá en el infinito. Decididamente, Extremadura es rica. (Acabo de
descubrir que si no había dado cuenta de
ello a la ida, es porque me dormí al arrancar el autobús, y no desperté hasta
que este se paró ante la Puerta de Palma
en la mismísima entrada de la ciudad.
Jesús González ©
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