martes, 1 de octubre de 2013

EXTREMADURA II






MARTES

            Hoy  fuimos a Jerez de los Caballeros. Es un pueblo precioso de la serranía extremeña muy cerca del límite con la provincia de Huelva.



            Para ir, salimos de Mérida por la margen izquierda del río Guadiana, y tuvimos ocasión de ver desde el autobús  dos `puentes construidos  muy cerca el uno del otro, pero muy distantes en cuanto a las fechas de sus nacimientos: El primero es un precioso puente romano, y tras él, otro muy estilizado y actual, del popular Calatrava.



            Nunca pensé que esta tierra extremeña,  que en un principio imaginé casi un páramo, fuera tan rica  como he tenido la oportunidad de comprobar en esta excursión.  Una hora larga de viaje  separa a  Mérida de Jerez, y el paisaje estuvo repleto de vides, olivos y alcornoques. También grandes extensiones de encinares, y entre los árboles piaras de cerdos negros alimentándose de las bellotas caidas.

          
  Según nos contó Hector, Jerez fue sede de los Caballeros del Temple en la Edad Media, de donde el pueblo heredó el apellido de su nombre. Aquí acordaron,  supongo que por sugerencia de Adolfo,  unirse los guías de los dos autobuses, para dar las explicaciones a un mismo tiempo a todos los excursionistas, y a mi me pareció excelente la idea, porque María José, a quien conocíamos de otros viajes, llevaba una  megafonía que se escuchaba muy bien, y lo hacía más breve al no “tripitir”:



            Jerez de los Caballeros es uno de esos pueblos que nunca se olvidan, y que además recomiendas conocer a cuantos le desconocen.  De empinadas callejas empedradas, con torres increíbles e iglesias preciosas; sobre todo las de San Miguel y San Bartolomé, que intrigó de tal forma a Irene la esposa de Curro, que la obligó a preguntar a una a una policía municipal  el porqué aquellas iglesias tenían en todo lo alto unas preciosas coronas metálicas:



            -Señora, eso no son coronas. Son nidos de cigüeñas que viven con nosotros todo el año, porque las tratamos bien y no necesitan emigrar como lo hacen en otros lugares.



            A Badajoz fuimos por la tarde. Es una ciudad amurallado sin grandes alicientes, de la que lo que más  me gustó, fue que el centro era casi todo peatonal, lo que  una delicia pasear por ellas. En sus torres hay gigantescos nidos de cigüeña, de los que nos aseguró María José que algunos llegaban a pesar entre dos y tres toneladas. Nos informó además de algo que, al menos yo, también ignoraba: las parejas de cigüeñas, son parejas de por vida. (¿Será que todavía no se han dado cuenta que existe el divorcio?). De regreso a Mérida observé algo que se me pasó alto a la ida:  anduvimos kilómetros y más kilómetros  por una inmensa planicie  teniendo a derecha e izquierda unas plantaciones de maíz, cuyos límites se adivinaban allá en el infinito. Decididamente, Extremadura es rica. (Acabo de descubrir  que si no había dado cuenta de ello a la ida, es porque me dormí al arrancar el autobús, y no desperté hasta que este se paró ante la  Puerta de Palma en la mismísima entrada de la ciudad.

                                 Jesús González ©

No hay comentarios: