lunes, 30 de septiembre de 2013

EXTREMADURA





                                         LUNES

Lo dijo Adolfo hace meses: “Cuando vayamos a Extremadura, no va a llover”. Acertó, e incluso por poco se pasa. Cuando ya metidos en la comunidad extremeña, hicimos un alto para estirar las piernas, creímos asfixiarnos  de calor.
           
            Ya en la mesetas castellana, y a partir de la altura de Herrera de Pisuerga,  me llamó la atención la cantidad   de girasol que había sembrado. Boni, que viajaba a mi lado, me comentó que algunos agricultores lo sembraban únicamente por beneficiarse de las subvenciones de la Comunidad Europea, pero que después,  no caso le hacían a lo sembrado.  (Si ello fuera así,  no me extraña que entre esto y otros “aprovechamientos” más sustanciosos,  la economía europea vaya de culo. La hundimos entre todos, y luego le echamos la culpa al vecino.

            Salamanca no estaba en el programa, por lo que fue una agradable sorpresa parar a comer en la ciudad. Visitamos una vez más la vieja y la nueva catedral, donde María José, (que es una de las mejores guías turísticas que hay en España), nos  hizo buscar el famoso astronauta que hay esculpido entre las figuras de su fachada lateral.. Algo parecido ocurrió  en la Universidad, donde todo el mundo se afanó en descubrir el rincón donde mora la popular rana. Para mi, estos juegos nublan un poco la contemplación del conjunto de ambas fachadas, donde se encierra su auténtica belleza.

            Yo recordé la primera vez que estuve en Salamanca, hace ya tanto tiempo,  que me parece que fue en la época en que el famoso lazarillo andaba haciendo sus diabluras por las orillas del Tormes. Fue entonces cuando mi amigo, Juan José Hernández, (un salmantino de pró),  me hizo aprender de memoria estas populares palabras del Licenciado Vidrieras, que se encuentran escritas en una fachada de la Clerecía:  “Salamanca, que enechiza la voluntad de volver a ella,  a los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”). Dicen que quienes de memoria lo aprenden, regresan a Salamanca. En mi caso ha sido cierto.

            Comimos estupendamente por diez euros incluida la propina, y nos acomodamos en el bus para dormir la siesta mientras seguíamos viajando. Nos ayudaron a dormirla con una música relajante: “Bésame mucho”  con sonido de flauta y de maracas nos fue adormeciendo hasta que nos despertó Héctor, nuestro otro guía, con sus repetitivas, “tripititvas”, y hasta “cuatritivas” explicaciones.  Pasamos Gijuelo, Béjar,  y… por fin, Estremadura. Pasada la ciudad de Plasencia hicimos una nueva parada, y… ¡coño, qué calor! Era como si respiráramos fuego  convertido en aire. Después, hasta llegar al hotel,  nos distrajimos viendo las dehesas con sus reses bravas cobijándose  a la sombra de las encinas y los alcornoques.

            El Hotel Las Lomas de cuatro estrellas de Mérida, fue para mí una agradable sorpresa, pues yo había leído en Internet los comentarios  de algunos usuarios, y pintaban regular, tirando a mal. Pienso que quienes lo comentaron eran demasiado exigentes, o puede ser que yo me conformo con muy poco, pero le encontré más que aceptable. Lo mismo digo de la cena. Y ahora a descansar, y esperar a ver que nos depara el día de mañana.

                               Jesús González ©

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