Pero
nadie imprescindible. Esto lo dijo alguien hace un montón de años, y escuchado
así, parece que tuvo razón; porque el mundo ha seguido su camino a pesar de
haber desaparecido de su faz desde el
más listo hasta el más tonto de cuantos nos
precedieron. Y sin embargo somos tan ilusos, que cada uno de nosotros nos
creemos el motor que hace girar la tierra.
¡Pero,
Dios mío, que necios somos! ¡Y sobre todo, que petulantes! Medita un par de
segundos, mira hacia adentro de tu persona, y dime con sinceridad, ¿a que en lo
más íntimo de tu ser te crees con dotes superiores a la mayor parte de la gente
que te rodea?
¡Pues
es mentira! La persona que está a tu lado, piensa lo mismo que tú. Y el otro, y
el otro… Aquí, más o menos, somos todos parecidos. De ignorancia vamos muy
parejos, lo que ocurre es que no todos
ignoramos las mismas cosas, ni al
mismo tiempo. Cuando yo no era más que
un mocoso, ya decía aquel viejo de mi pueblo a quien le gustaba pensar, que sabían mucho más un ingeniero y
un pastor analfabeto juntos, que el ingeniero sólo. Y es que en realidad, ambos
eran ignorantes teniendo en cuenta lo
que sabían, comparado con lo muchísimo que ignoraban.
Lo
que ocurre es que a la sapiencia, cada cual le pone el listón a la altura de lo
que él esté dispuesto a saltar, y a
quien no lo salta le llama ignorante. A quien le sobrepasa se le suele ignorar,
por aquello de que no es agradable que un
extraño nos de sombra. Y si el individuo es demasiado notable como para
no poder ignorarle, admitimos así, como con solemnidad, que es inteligente, y
digno de estar a la altura de nuestro círculo.
En
el fondo no somos más que simples comediantes a quienes la vida nos
reservó a cada uno un papel a interpretar, y como lo mejor repartido que hay en este
mundo es el entendimiento, (porque cada
cual está con el que tiene contento),
todos nos creemos que interpretamos el nuestro de maravilla.
Pero la verdad es que los mejores intérpretes son
los que les tocó el papel de tontos, porque al serlo, ni siquiera se dan cuenta
que lo están interpretando, y se muestran tales como son. A estos les siguen
los realmente importantes, que por estar muy por encima de tanta banalidad,
pasan de los que somos mediocres, preocupados siempre de aparentar mucho más de lo que
en realidad somos, y preocupados sobre todo en descubrir lo mal que se expresa el vecino, lo peor que
viste, lo peor que come, con qué
personas de tan baja ralea alterna… Y es eso, que somos tan mediocres
que para sentirnos a gusto con nosotros mismos, necesitamos que las faltas
(¿faltas?) del vecino sean bien visibles, (y si no lo son, ya las haremos
notar nosotros), para sentirnos en un estatus superior al que realmente
pertenecemos.
Jesús González ©
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