El
verano fue para los dos como una inyección de optimismo y bienestar. Les
parecieron hermosos los amaneceres por la
luminosidad brillante y alegre que se colaba hasta llegar a ellos, bajo el arco gigante del puente que metía la autovía a la ciudad.
Se
levantaron con diligencia, doblaron las viejas mantas, y recogieron casi con
mimo los grandes y gruesos cartones que les servían de lecho, y luego de
dejarlo primorosamente colocado contra el hormigón del puente, sacudieron con dos manotazos las arrugas de sus
pantalones.
Miraron
al sol naciente. Estiraron los cuerpos
levantando hacia el cielo una mano, y la otra hacia el suelo, y se sonrieron
con una mueca que dejó al descubierto
los dientes podridos y sucios. Se
volvieron hacia el muro dos metros más lejos de sus enseres, y aflojaron la
presión de sus vejigas tatareando una canción de moda.
Se
habían conocido apenas un año antes
pidiendo casi con timidez en una estación del metro. Fue la falta de fuego para
encender un pitillo lo que le hizo titubear a Juan, y cuando levantó la vista se encontró de
cerca con la llama encendida del mechero de Luis. Fumaron a medias pasándose
cada tres chupadas el cigarrillo, y cuando le terminaron de fumar ya eran amigos.
Se
contaron a grandes rasgos el fracaso de
sus vidas. En el vigésimo piso de un inmueble en construcción se enteró Juan de
que ya no clavaría más clavos en los encofrados de futuras vigas, porque la
compañía constructora había quebrado, y cuando intentaba asimilar la noticia
recibida, le informaron que por la misma causa tampoco cobraría el mes que ya
había trabajado.
A
Luis se le cayó al suelo la manga de riego cuando el jefe de los jardineros le
avisó de que al día siguiente pasara por
la oficina del ayuntamiento para firmar
el finiquito y cobrar ocho días que se le debían hasta el momento del reajuste
de personal que acababa de dejarle en la calle…
Se
abrocharon los botones de los pantalones, ajustaron cada cual su cinturón,
y cargando a las espaldas sus mochilas azules, miraron
con optimismo el camino que como de costumbre los llevaba en busca de la
caridad de unos y de los despojos de las sobras de otros.
Caminaban
con lentitud mientras hablaban de banalidades, cuando aún sin pretenderlo Luis
se agachó para recoger un papel doblado. Lo desdobló con indolencia, y miró sin
fijarse mucho las seis caras iguales. De repente reparó en la fecha, y entonces
exclamó con entusiasmo:
-¡Anda!
Son seis décimos de lotería que todavía no se jugaron. ¡Se sortean el día
15! ¡La próxima semana!
Juan
puso la diestra sobre el hombro de su amigo para mejor contemplar los billetes.
Hubo unos segundos de silencio; los dedos de Juan oprimieron el hombro de Luis, y
como si hablara consigo mismo, murmuró.
-Mira
que si nos tocara…
Y
empezaron a soñar. Cuando se sueña despierto, no se sueñan tonterías. Se sueña,
o no se sueña. Y si se sueña con la lotería, es siempre con el primero de los
premios, que para poca y mala salud, más vale morirse.
-Lo
primero que compraría es una casa con
una buena cama. ¡Hace tanto tiempo que no duermo en blando!
-Pues
yo compraría un coche como ese rojo que va ahí… ¡Fíjate como fardan!
-Si
nos toca, lo primero una buena cena. Y no en un restaurante cualquiera. Con un
buen vino de marca…
-Oye,
y ropa nueva. Ropita de marca, eh; nada de trapos baratos…
-Y
después de cenar, al teatro. Que nunca he ido a un teatro, y ya va siendo hora
-
¿Y los pobres? ¿Qué les damos a los pobres?
-
¡Jo, no fastidies Luís, que para tanto no va a dar el premio!
Cada cual que arregle su vida, y que no esté siempre esperando que los
demás les saquen las castañas del fuego…
J. González ©
1 comentario:
Ay Jesús, una bonita reflexión sobre la diferencia de formas de vida y el cuento de "La lechera". Nos vemos esta tarde con Sara. Lines
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