BAJAMAR
El mar abre sus brazos. Los primeros en ser acogidos son los
surfistas; con sus tablas sujetas al tobillo corren a jugar a caballitos.
Los paddle surfers reman de pie, parece que
quieren dirigir las crestas de las olas hacia la orilla para que los chavales disfruten con
ellas sobre los body boards.
Los niños van
trasladando cubos y más cubos de agua
para, con la ayuda de sus papás puedan erigir castillos en la arena, con foso y
todo. Las niñas se afanan en recoger los
besos espumosos para que la princesa cautiva pueda adornar de perlas su
preciosa cabellera.
A paso ligero, en
grupos o en hileras, los veraneantes van cuidando de su salud: reciben las masajes de agua y arena,
mostrando una piel bronceada y exótica.
Sus caras aparecen pletóricas por las caricias de la dulce brisa; sus ojos gozan del azul del horizonte tan bellamente trazado. Por un momento, se sienten transportados al
paraíso perfecto, y agradecen al Hacedor
ser tan privilegiados.
Poco a poco, el mar
va extendiendo sus dominios mientras con sus controladores ojos va exhortando a
los bañistas a alejarse de sus límites.
PLEAMAR
Pasan unos diez minutos y los últimos remolones osan burlarse de la
generosidad del mar. Un poco harto de la
temeridad y de la algarabía , el mar cubre por completo a un nadador intrépido
y se ríe con malicia al ver que el peluquín del “valiente” ha perdido su
perfecto peinado.
En filas o grupos
bastante numerosos los paseantes charlan
pausadamente, interesados en los pormenores del día. Como las aguas del
Mar Rojo, los contertulianos abren un pasillo entre ellos. Al paso de Adonis todos callan y lo observan. El mar consulta su reloj y en su máximo
apogeo acoge a su huésped.
San Vicente de
la Barquera, 20 de agosto de 2013
Isabel Bascaran ©
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