miércoles, 21 de agosto de 2013

LOS FARALÁS DEL MAR



                                               

BAJAMAR
 
  El  mar abre sus brazos.  Los primeros en ser acogidos son los surfistas; con sus tablas sujetas al tobillo corren a jugar a caballitos.   

  Los paddle surfers reman de pie, parece que quieren dirigir las crestas de las olas hacia   la orilla para que los chavales disfruten con ellas sobre los body boards.

  Los niños van trasladando cubos y más cubos de  agua para, con la ayuda de sus papás puedan erigir castillos en la arena, con foso y todo.  Las niñas se afanan en recoger los besos espumosos para que la princesa cautiva pueda adornar de perlas su preciosa cabellera.

  A paso ligero, en grupos o en hileras, los veraneantes van cuidando de su salud:  reciben las masajes de agua y arena, mostrando una piel bronceada y exótica.  Sus caras aparecen pletóricas por  las caricias de la dulce brisa;  sus ojos gozan del azul del  horizonte tan bellamente trazado.  Por un momento, se sienten transportados al paraíso perfecto, y agradecen al Hacedor  ser tan privilegiados.

  Poco a poco, el mar va extendiendo sus dominios mientras con sus controladores ojos va exhortando a los bañistas a alejarse de sus límites.



PLEAMAR

 Pasan unos diez minutos  y los últimos remolones osan burlarse de la generosidad del mar.  Un poco harto de la temeridad y de la algarabía , el mar cubre por completo a un nadador intrépido y se ríe con malicia al ver que el peluquín del “valiente” ha perdido su perfecto peinado. 

  En filas o grupos bastante numerosos los paseantes  charlan pausadamente, interesados en los pormenores del día. Como las aguas del Mar Rojo, los contertulianos abren un pasillo entre ellos.  Al paso de Adonis todos callan  y lo observan.  El mar consulta su reloj y en su máximo apogeo acoge a su huésped.

                 San Vicente de la Barquera, 20 de agosto de 2013

                                       Isabel Bascaran ©

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