miércoles, 21 de agosto de 2013

ALLÁ, EN LA BRAÑA.





(A Rosi Migoya, (la de Ramona), por la
fidelidad  con que sigue mis escritos, y a
Ani y Arancha Ruíz, porque sepan lo que
era  una braña.)


            Ahora muchos le llaman “Campa”; pero a mi corto juicio, lo de campa es una acepción moderna mal empleada, que desdibuja un tanto el verdadero sentido de “Braña”.  Me supongo que lo de campa viene de “acampada” , de cualquier lugar de esos donde la juventud actual deposita en el suelo su mochila, monta su tienda de lona, y se dispone a pernoctar una o varias noches en sus marchas campestres…

            Lo de braña es otra cosa muy distinta, y mucha más de andar por casa sobre todo para las gentes de nuestra Tierruca. Aquí, una braña es una braña, se acampe o no se acampe en ella.

            Verás; para hablar, o mejor dicho en este caso, para escribir con más propiedad y convencimiento de estar en lo cierto, busqué la palabra en el diccionario de la Real Academia, y tampoco me conformé con su definición, puesto que dice que: En Asturias y Cantabria, pasto o prado situado en lugar alto de las montañas cantábricas.

            Pues si la Real Academia lo dice, así será. Pero no en mi pueblo. En mi pueblo se le llama braña, a lo que desde el día en que nacimos mamamos de los pechos  de nuestras madres. Y somos tan tercos, y tan amigos de interpretar lo que es nuestro, (a nuestro modo), que por muy académicos que sean los señores de la RAEl, no estamos dispuestos a darles la razón.

            Para la gente de mi pueblo Braña es un descampado natural, libre de arbolado y maleza, donde crece por sí sola la hierba. Y lo es, tanto si está en lo alto de las montañas, como si lo está a pie de ellas, e incluso cuando se encontraba dentro de las propias aldeas, como en mi infancia ocurría cuando los críos de mi edad jugábamos al “ruchi” en la “brañuca” que había plantada a nogales tras el viejo lavadero, donde más tarde hizo la Nina su casa.

            Pasto o prado, dicen los de la Real Academia. Pero hombres de Dios, pasto nunca puede ser un lugar como lo es una braña. Pasto es la hierba que crece en ese lugar, y solo cuando el propio ganado la pace, porque si no lo pace, no es pasto;  si no lo pace, es hierba que crece o que se siega si se quiere segar, pero no pasto.

            Prado, tampoco. Para la gente de mi pueblo, prado es un lugar donde se cultiva la hierba, lo mismo si en un principio fue natural como si fue sembrada. Pero que  se “cucha”, es decir, se abona y se cuida, tanto para la producción de “seco” (heno), como para “verde”, (hierba  que se siega  para dar fresca al ganado), o pasto como solían comerlo las vacas en otoño. Pero nunca se llamó prado, a una braña natural.

            Había en mis tiempos tres importantes "Brañas"  en Caviedes: la de San Antonio, la de Gullanu, y la llamada propiamente Braña, camino del  Pindal. A ellas se echaban a pastar las vacas en primavera. Solían ser entonces vacas ratinas influenciadas por la proximidad de Asturias. Algunas suizas, y las menos mixtas con tudancas que eran las que se solían uncir al carro.

            Las mañanas en las brañas eran frescas y olían a naturaleza; las albarcas de los hombres, y también las de las mujeres, humedecían las panzas y los tarugos con el rocío depositado sobre las  cortas hierbas, que a los primeros rayos del sol naciente desprendían reflejos de auténticos diamantes.

            Algún matorral salpicando el descampado, y en el matorral los inquietos “raitines” (chochines, para los cultos), construyendo sus nidos  como bolas de musgo huecas, donde solo dejan un pequeño boquete de entrada y salida. Y anidaban también “patucas” (petirrojos), y  verderones. Y ya en los grandes matorrales  que solían rodear a las brañas, lo hacían los miruellos y los malvises que alegraban los atardeceres con la armonía de sus silbos.

            Cuando las vacas llenaban las panzas, cesaban en su pacer, se esparrancaban, encorvaban el lomo, y como una catarata despeñándose en el espacio, soltaban el grifo de sus vejigas. Recuperada la postura buscaban nuevas hierbas que atrapar con el esmeril de sus lenguas, y sin dejar de caminar hacían sus necesidades mayores. El  vaho caliente que inundaba el ambiente atraía al instante  las aves de los contornos que con gorjeos de alegría escarbaban la inmundicia en busca de proteínas.

             Se acostaban con la parsimonia de los grandes rumiantes, movían con lentitud la mandíbula para triturar mejor lo pacido, mientras que unas babas densas y transparentes que se desprendían perezosas de de sus bocas, atraían moscas y tábanos a libar de tan inesperado manjar…

            Tan a gusto se encontraban aquellas vacas en las brañas de mi pueblo, que ni caso hacían de las moscas diminutas que acudían al lagrimal de sus ojos medio cerrados. A lo sumo un vaivén  de las orejas  cuando  de cerca “runfaba” un tábano, y a esperar que al caer de la tarde viniera a buscarlas el crío con una vara de avellano en las manos y el calzón atado con una cuerda de bala, o el viejo con los calzones de pana y la gorra descolorida tapando la calva.

             Jesús González González ©

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