domingo, 21 de julio de 2013

RESIDENCIA ESPECIAL



                                             
  El pasado año, la buganvilia no floreció.  La jardinera dedujo que habían realizado la poda demasiado tarde.  Esta primavera, Malcolm cortó el jazmín trepador comenzando por la copa frondosa y floreada.  Después, subido a una escalera, con el corta setos en pie de guerra, fue pelando las ramas semi secas de la buganvilia.  Andrea con  las manos en la escalera y la mirada baja iba convirtiéndose en mujer espantapájaros.  Junto con las hojas, las ramas, vio que caían cuencos marrones.  ¡Eh, Malcom, bájate un momento!  Vamos a ver si los nidos están vacíos Cuando se cercioramos de que los pajaritos habían volado, siguieron con el talado del arbusto.  No prestaron atención al aleteo de los mirlos que se acercaban: quizás, no reconocieron el chasis de su residencia.

  Y llegó el atardecer, la pareja había acabado de recoger hojas y esquejes espinosos que producían pequeñas hemorragias o se ocultaban bajo la piel.  Eran bolsas y más bolsas.  Encajaron los nidos como mejor les dieron a entender sus cerebros de humanos: un poco escondidos y en el recodo de dos ramas.  Y mientras observaban su obra, es decir su escabechina, comenzó un baile arrítmico, desacompasado de los mirlos.  Luego trinaron de enfado; eran graznidos angustiados llamando a la bandada y a su prole; se parecía al berrinche de orates desorientados que no dan con su cama o que ocupan un jergón privado.  Según anochecía, los picos de los mirlos parecían balas que iban directamente a torpedear a la pareja deshumanizada. El matrimonio se refugió tras el ventanal.   Algunas aves obcecadas en su furia chocaban violentamente contra el cristal blindado y caían aturdidas.  Los causantes de la tropelía se sintieron alicaídos y culpables de la profanación de las residencias construidas con tesón pero profanadas en pro de su sentido de la belleza.

  Por fin, se fueron encendiendo las farolas y las lámparas del jardín.  Los gritos iracundos  fueron decreciendo, del RE alto, al  MI (¡mi casa!).

  A la mañana siguiente,  sobre el césped,  aparecieron,  lúgubres, numerosos nidos abandonados.   Parecía una revancha emocional y que se repetiría  primaveras tras primaveras.

                    San Vicente de la Barquera, 28 de mayo de 2013
                             Isabel Bascaran ©

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