lunes, 8 de julio de 2013

IMÁGENES



La mar llegaba a mis oídos con cantos de sirena,
y entre los pliegues de la costa y mi cabello,
el aire transitaba en caricias delirantes.

Sentí que aquel lugar de castros y arrecifes
era mi pecho,
y que alojaba un corazón endurecido
por la melancolía.
Mas,
pude ver lo que la mar y el viento hicieron en sus piedras;
dibujos y suavizados picos,
cavernas y ensenadas…
Y hubo una esperanza
nacida en mis adentros, 
quizá me pulirían aquella inquebrantable soledad.

Salí de la sordina de mis penas
y entonces comprobé la ola en su resaca,
reflujos de pausadas pleamares
y la caricia de su encuentro con la arena.
Evidencié el fuego de los soles
y como el mar lavaba ese calor de los agostos,
en la mezcla de su agua salitrosa con la lluvia,
y entonces, decidí abrir mi alma
en la ensenada más hermosa...

El agua bailó entre los tutúes
de moribundos cisnes de tanto amor perdido,
llenó de escalofríos mis entrañas
y el vello erizaba mi presente...

La mar, espejo eterno,
hizo reflejo en donde nace y muere el día
de abiertos horizontes y caminos,
y fue la inmensa retina del futuro en mi alma;
de mis sueños fue la confidente,
y en aquel suspiro entrecortado
de interminable abrazo sobre el risco,
que como el rompeolas recogían gotas de agua,
borraron mi llanto irrepetible
que olvidé al ver tanta hermosura…

La mar, fiel reflejo del cielo en nuestra Tierra
que aún siendo tan real resulta una quimera,
me hizo existir, desde entonces, en un verbo a la esperanza
de este mi presente perfecto
e indicativo.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
6-VI-2013

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