Lo
leí no hace mucho tiempo. Pero no sé
donde lo leí. En un periódico seguro que
no, porque los periódicos, aparte de deportes y las mentiras que a diario nos
cuentan los políticos, no suelen traer más que la fecha, y las necrológicas de
los que se fueron de este mundo aburridos
de tanto esperar a que metieran de una vez en la cárcel al Bárcenas de los papeles, o
en su defecto le concedieran la cruz al mérito del Sufrimiento Contable. Pero ni una cosa, ni otra. Estarán esperando a
que el asunto prescriba. Pero pobre de ti miserable parado, si te pillan robando un pan para dar de comer al crío que se te muere de hambre, porque casi
seguro que ese mismo día vas de cabeza a
la cárcel con las dos manos esposadas a la espalda.
Lo
leería en Internet. Los que escriben aquí no suelen estar sometidos a las
órdenes del pensamiento del periódico de turno,
ni tiemblan por temor al verse en la calle con la disculpa de un
reajuste. Por poder, lo que leí bien pudiera haber venido en
cualquiera de los periódicos más radicales del mundo, porque la cosa nada tiene
que ver con las “piadosas” mentiras que
nos cuentan los que están en el machito, con la “sana y única” intención de tranquilizar nuestros sobresaltos,
ni con el aluvión de
sobresaltos con que la oposición
pretende que nos echemos todos a la calle. Lo que ocurre es que los periódicos
no suelen perder el tiempo ni el papel
en cosas como estas.
Ignoro
si fue un sicólogo o si fue un siquiatra, porque también ignoro donde termina
la labor del uno para empezar la del
otro. Pero creo que fue poniéndoles a
sus alumnos un ejemplo de lo más gráfico, de como evitar las depresiones. Lo
hizo comparando el peso de la mente con
el peso físico. Tomó un vaso lleno de
agua, se le ofreció a un muchacho pidiéndole le levantara a la altura de su
cabeza, y le preguntó si lo encontraba pesado. Cuando ambos estuvieron de
acuerdo en que no pesaba, le sugirió mantuviera el vaso dos minutos en aquella
posición. Después un minuto más, y luego otro, y otro, y otro más. Cuando el
muchacho empezó a sentir auténtico
cansancio, le pidió que dejara el vaso sobre la mesa para que sintiera
totalmente aliviado su brazo derecho.
Lo
mismo ocurre con las preocupaciones.
Lo
malo no es lo grandes que puedan ser, sino el mantenerlas continuamente en
nuestro pensamiento, porque llega el momento que es imposible soportar la carga, y caeremos con ella. Los
pensamientos desagradables muchas veces no se deben o pueden olvidar, pero sí aparcar. Hay que
evitar que de continuo graviten sobre nuestra mente, porque la que pueden dañar.
Jesús González ©
1 comentario:
¿Por qué siempre das en el clavo?
Un abrazo
María
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