Y
el mío es la edad. No es que la locura
me haga viejo. Tampoco es que la vejez
me vuelva loco. Es que una vez llegado a
viejo, (la palabra anciano, me da un poco de repelús), siento así, como la necesidad de escribir para aquellos que no
lo aceptan, o para quienes viendo que la cosa no lleva remedio, se abandonan
esperando el fin.
También
sé que difícilmente leerán esto los viejos, viejos, porque tanto los que se
revelan como los que se abandonan, no suelen leer. Los primeros por la mala
leche que debe crear el desesperarse ante lo inevitable, y los segundos por la
falta de leche, (ni mala ni buena), a que debe conducir el abandono.
Ya
sé que no es nuevo el tema, ni los consejos que yo pueda dar a nadie. Que son
viejos los dichos de morir con las botas puestas, o de pié como
los árboles. Pero a pesar de ello,
llegada la edad, hay muchos que se
olvidan de “dichos” y refranes, y se
vuelven incapaces para disfrutar con el canto de un mirlo en primavera o con
una sonrosada puesta de sol tras los Picos de Europa cuando llega el otoño. Y
estos son disfrutes que no debemos permitir que desaparezcan..
Pienso
que para mantenerse lo primordial es no perder la actividad. Hay que moverse y
trabajar en cosas que nos sean agradables,
y cuando uno se quede sin fuerzas o estímulos para esas cosas, hay que poner la ilusión en otras
que estén a nuestro alcance. Y cuando falten las fuerzas para actividades
físicas, ejercitar las mentales, que al fin
y al cabo el intelecto es lo fundamental
para el real disfrute de la existencia.
La
lectura es para mí el principal
entretenimiento. Pero sé que no a todo el mundo le gusta leer, (aunque estoy
seguro que a muchos que no leen, les
gustaría hacerlo si empezaran por cosas
afines sus propios gustos).
Sé también que el pensamiento es una máquina que
ni de dormidos suele descansar. Sé que con la edad, hasta las pesadillas de la adolescencia regresan para fastidiarnos las noches. Y que son
preferibles las pesadillas a los insomnios porque durante ellos, todo lo vemos
más oscuro que la propia noche. El secreto para no verlo tan negro, no es más
que un juego mano a mano con el propio pensamiento. Consiste en rechazar los
fantasmas que nos visitan, y recrearnos
con sucesos placenteros ya vividos, o
con fantasías creadas a nuestro antojo.
Os aseguro que es fácil ganar la batalla
a los fantasmas de la noche si se pone empeño en ello…
Jesús González ©
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