Es
verdad lo que comentaba el otro día: Que
en la gente mayor los reflejos van desapareciendo tan calladamente, que uno no
se entera de que es la masa encefálica que se le va encogiendo. Porque los
viejos encogemos. De estatura ya mermé unos centímetros, y de espesor otros
pocos. Lo del espesor me lo recuerda todos los días la cadena del reloj, que
antes que quedaba justa, y ahora me sobran un par de eslabones.
De
la falta de reflejos me di cuenta hoy que me tocó volver al traumatólogo. Oye, ¡cuanta gente en la sala de espera con
problemas en los huesos! Pues nada, que
me senté a esperar que me tocara el turno, y de repente descubrí sobre la
puerta de la consulta algo que me pareció una esquela mortuoria. Era un folio
escrito con algo que no alcanzaba a leer, y sobre lo escrito, una cruz negra.
Se
lo dije a mi mujer, y a mi hija que nos
acompañaba: ¡Joder, si estamos en el tanatorio!
Los que lo oyeron se echaron a reír, pero a mi aquello me dio un repelús
de mucha madre. Después caí. Caí cuando
vi que esquelas mortuorias como aquella las había en varias puertas, y ya se
,me hicieron a mí demasiados difuntos para un solo día.
La
cosa era una protesta por los recortes sanitarios que el gobierno está haciendo
a la Sanidad Pública. ¿Pero es que no hay otra manera menos lúgubre de
protestar? Podían poner a una niña con unas tijeras en la mano recortando una
Mariquita. Así sabríamos que la cosa iba
de recortes, y no de amenaza de muerte segura como parecía anunciar la negrura
de aquellas cruces.
Me
dio la impresión de que mucha gente va
al especialista porque no sabe otro sitio donde ir; lo digo porque de las
cuatro puertas que dan a la sala de espera, salían las enfermeras llamando a
consulta a cantidad de gente que no estaba presente. También pudiera ocurrir que estuvieran esperando desde hacía
mucho tiempo, y se hubieran muerto antes de la fecha de la cita… ¡A ver si
tanta cruz en las puertas era por eso, y no por los recortes! Otra vez que vuelva, leeré la letra chica de
las esquelas, que luego pasa como con las
“preferentes” de los bancos, que por no leer a tiempo la letra menuda,
pasó lo que pasó.
Serrano
se apellida el traumatólogo que me recibió en el ambulatorio, y que no era el
mismo que me vio en Sierrallana el primer día. Me miró el tobillo roto, y me dijo que aunque latoso, no era tan grave como yo pensaba. Terminó de
satisfacerme cuando me confirmó que podía hacer mi viaje previsto para el día doce a Menorca con tal
de que no anduviera demasiado, y yo prometí no andar más que lo justo
Jesús González ©
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