domingo, 21 de abril de 2013

SE ACABÓ LO QUE SE DABA


            Hoy es sábado, y mañana nos vamos para casa. Algunas mujeres madrugaron para ir al mercadillo de Mahón, no sé si  con la esperanza de descubrir alguna ganga, o de quemar los últimos cartuchos económicos.  Yo, viaje con menos gastos que este,  no le hice en la vida. No hay como romperse un hueso para ahorrar dinero.

            Esta mañana me llevó  Patricia el café a la mesa.  Patricia es una camarera del hotel que  desde el Perú llegó a  Menorca buscando trabajo, y le encontró aquí.  Patricia es amable y sonríe siempre. Me vio llegar solo y tirando de muletas  al comedor,  y enseguida me enseñó una mesa cercana: “No se mueva señor, dígame lo que quiere que yo se lo traigo”. ¡Que Dios te bendiga muchacha!

            No sé si esto tiene algo que ver con la tramontana que me dijeron ayer Elena y Natalia, pero el tiempo ha cambiado sensiblemente. Dicen que anoche sopló el viento de lo lindo, pero yo no me enteré. Tenemos la habitación en un recodo  del edificio que está protegido,  y nuestra terraza mira a la piscina central donde sí es verdad que el aire menea dulcemente su agua, pero nada más. De todas formas la temperatura ha bajado, y nadie sale a la calle en mangas de camisa. No me extraña ahora que las gentes de Val de San Vicente, que estuvieron aquí mismo quince días antes que nosotros, se fueran algunos echando  pestes, pues creo que tuvieron un tiempo malísimo.

            Hace una hora estuve  sentado al lado de unos   andaluces que se marchan hoy, y si estoy un poco más tiempo allí,  me vuelve loco el señor de mi derecha. ¡Menudo “parlatorio” tenía  el hombre!  Y entre el oído estropeado que yo tengo, el ruido ambiental de cien personas arrastrando maletas por el vestíbulo,  y  el acento de “andalú serrao” que tenía el de Marchena, no me enteraba ni de una palabra de cuanto me decía.  Pero como  yo, en agradecimiento a “su simpatía”,  le sonreía y asentía con un gesto de cabeza a todo aquello que me contaba y que yo no entendía, el cabrón redoblaba con más ánimos su ceceante palique. Cuando me cansé de sonreír empecé a hacerme “el sueco”, o sea, a no fingir que le estaba oyendo. Pero  él, como si nada. El hombre seguía  y seguía hablando, lo que al final acabó siendo un  auténtico monólogo,  porque ni sus paisanos le hacían caso. Yo entonces me acordé del anuncio aquel de televisión,  con las pilas duracell y conejo que seguía, y seguía andando…

            A la una menos cuarto abren mañana el comedor para los del avión de Santander, (además de nosotros viene en él gente de Álava), porque a y cuarto sale el autobús para el aeropuerto. Será un  piscolabis como el que nos dieron la tarde que llegamos. Después volveré a ver las mismas “paredes secas” y las mismas vacas que vi cuando veníamos, y desde el aire  la planicie verde de Menorca con la mancha blanca de Mahón en su oriente, y la de Ciudadela en occidente.

             Fue todo lo que conocí del lugar, pero como al que quiere consolarse nunca le falta con qué,  me conformo pensando que en diez días  sin salir de hotel, aprendí  más de esta isla que lo que del mundo aprenden algunos necios en toda su vida. ¡He dicho!

                                               Jesús González ©

No hay comentarios: