Hoy
es sábado, y mañana nos vamos para casa. Algunas mujeres madrugaron para ir al
mercadillo de Mahón, no sé si con la
esperanza de descubrir alguna ganga, o de quemar los últimos cartuchos
económicos. Yo, viaje con menos gastos
que este, no le hice en la vida. No hay
como romperse un hueso para ahorrar dinero.
Esta
mañana me llevó Patricia el café a la
mesa. Patricia es una camarera del hotel
que desde el Perú llegó a Menorca buscando trabajo, y le encontró
aquí. Patricia es amable y sonríe
siempre. Me vio llegar solo y tirando de
muletas al comedor, y enseguida me enseñó una mesa cercana: “No
se mueva señor, dígame lo que quiere que yo se lo traigo”. ¡Que Dios te bendiga
muchacha!
No
sé si esto tiene algo que ver con la tramontana que me dijeron ayer Elena y
Natalia, pero el tiempo ha cambiado sensiblemente. Dicen que anoche sopló el
viento de lo lindo, pero yo no me enteré. Tenemos la habitación en un
recodo del edificio que está protegido, y nuestra terraza mira a la piscina central
donde sí es verdad que el aire menea dulcemente su agua, pero nada más. De
todas formas la temperatura ha bajado, y nadie sale a la calle en mangas de
camisa. No me extraña ahora que las gentes de Val de San Vicente, que
estuvieron aquí mismo quince días antes que nosotros, se fueran algunos
echando pestes, pues creo que tuvieron
un tiempo malísimo.
Hace
una hora estuve sentado al lado de
unos andaluces que se marchan hoy, y si
estoy un poco más tiempo allí, me vuelve
loco el señor de mi derecha. ¡Menudo “parlatorio” tenía el hombre!
Y entre el oído estropeado que yo tengo, el ruido ambiental de cien
personas arrastrando maletas por el vestíbulo,
y el acento de “andalú serrao”
que tenía el de Marchena, no me enteraba ni de una palabra de cuanto me decía. Pero como
yo, en agradecimiento a “su simpatía”,
le sonreía y asentía con un gesto de cabeza a todo aquello que me
contaba y que yo no entendía, el cabrón redoblaba con más ánimos su ceceante palique.
Cuando me cansé de sonreír empecé a hacerme “el sueco”, o sea, a no fingir que
le estaba oyendo. Pero él, como si
nada. El hombre seguía y seguía
hablando, lo que al final acabó siendo un auténtico monólogo, porque ni sus paisanos le hacían caso. Yo
entonces me acordé del anuncio aquel de televisión, con las pilas duracell y conejo que seguía, y
seguía andando…
A
la una menos cuarto abren mañana el comedor para los del avión de Santander,
(además de nosotros viene en él gente de Álava), porque a y cuarto sale el
autobús para el aeropuerto. Será un
piscolabis como el que nos dieron la tarde que llegamos. Después volveré
a ver las mismas “paredes secas” y las mismas vacas que vi cuando veníamos, y
desde el aire la planicie verde de
Menorca con la mancha blanca de Mahón en su oriente, y la de Ciudadela en
occidente.
Fue todo lo que conocí del lugar, pero como al
que quiere consolarse nunca le falta con qué,
me conformo pensando que en diez días
sin salir de hotel, aprendí más
de esta isla que lo que del mundo aprenden algunos necios en toda su vida. ¡He
dicho!
Jesús González ©
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