lunes, 15 de abril de 2013

¡QUE BUENA ES LA GENTE!



 No hay como ir con un par de muletas, para darte cuenta de ello. Los que me conocen se apresuran a preguntarme si es que me operaron de una rodilla, de una cadera, o… ¿de qué te operaron?  Pocos preguntan ¿qué te pasó? Que es lo más correcto, porque algo me pasó y no necesariamente tenía que ser una operación. Como en este caso, que fue la rotura de un tobillo. Pero eso poco importa; lo importante es que se preocupan. 

 Y los que no me conocen… Pues mira, ayer en el aeropuerto de Santander, el auxiliar del Inserso en cuanto me vio vino a mi encuentro para ofrecerme una silla de ruedas. “Que no, hombre, muchas gracias. Pero me defiendo muy bien así”. Ya en el avión, las azafatas me buscaron el asiento y metieron las muletas en el  portaequipajes.

 Pasó lo mismo al llegar al hotel.  Todo eran atenciones, sobre todo por mis colegas los viejos, que se levantaban igual  mujeres que hombres para ofrecerme la butaca que ocupaban en el hall de recepción.  Pero a decir verdad, no me apetece nada aprovecharme de esta situación de andar a cuatro patas para ocupar un sitio que tampoco necesito.

 Hoy es domingo, o sea, el según día de estancia en el hotel, y ni a pasear por sus jardines y piscinas he salido. ¡Inmovilidad absoluta para que suelde el tobillo!  Pero todavía no me he aburrido ni un instante. Por las mañanas leo “Solar”, el libro que yo temía fuera un coñazo, y resulta que me está gustando un montón. Y por las tardes bajo con mi ordenador a los salones de abajo, y ya ves, escribo. Cuando hay mucho jaleo de gente, dejo de escribir y me entretengo mirando al tendido. Según las caras o los tipos que veo, me imagino una historia, y me sobrarían  temas si me decidiera a escribir sobre ello.

 Como seiscientas comidas y otras tantas cenas, se reparten todos los días en el hotel. Algunos se quejan de que no es buena, pero a mi me parece muy aceptable, y más teniendo en cuenta lo que hemos pagado por todo ello. No sé si se pensarían que íbamos a comer a la carta como si estuvieran en el Boga-Boga o Las Redes. Yo como bastante más cantidad que como en mi casa, y más variado.  No te digo nada a la hora de los desayunos, que entre “curasanes” y bizcochos, me pongo como el Kiko.
 
 Por supuesto la casi totalidad de la plantilla de camareras, son de ultramar. Pensé que ecuatorianas por lo menudas, pero no. Son incas del Perú cuyo tamaño debe  de ser  muy parecido. Sólo un par de ellas parecen indígenas, o sea de acá, (que las indígenas de allá, solo lo son cuando están en su tierra). Hay una camarera de acá, alta, rubia, bien “plantá” ,  con el  pelo en cola de caballo y  de movimientos militares, que más que  de camarera , tiene toda la pinta de ser oficial de prisiones en una cárcel de mujeres.  Sólo le falta el chucho en una cacha, y en la otra una pistola.  Pues oye, pasea entre las mesas como si fuera la supervisora de algo, y solo de tarde en tarde se la ve retirar platos vacíos de alguna mesa. Las que curran a toda velocidad son las de Machu-Pichu,  defendiendo a capa y espada sus puestos de trabajo.

 Estoy intrigado con lo cómodamente que lleva el trabajo la de la cola de caballo.  Tanto, que  me hace sospechar que es protegida de alguien. Si me entero por ejemplo, que está liada con maitre del hotel, (que todo pudiera suceder), ya tengo tema para otra crónica del viaje.  No, no es que yo sea mal pensado. Es que a los que nos gusta escribir,  solemos echarle imaginación a las cosas.

 Respecto a la bondad de la gente, la palpo también en el comedor. Oye, que los hay que van de prisa, casi corriendo como si se les  fuera a terminar el surtido del buffet. 

Pues en cuanto me ven con las muletas,  aminoran la  velocidad, y me ofrecen el paso. Y yo no voy en busca de nada, porque con las muletas no puedo llevar los platos. Sólo voy a mirar para luego decir a mi mujer lo que me apetece comer.

 Sentarse en una mesa del centro del comedor, es otro espectáculo, porque se puede fisgar a la mayoría de los comensales cuando entran, cuando se sirven, y cuando salen.

Los hay para todos los gustos, pero hoy me llamó especialmente la atención  una señora con una barriga enorme. Pero enorme, enorme.  Y enseguida pensé, “!que bien hace Dios las cosas!”  Porque si esa mujer no hubiera tenido aquella enorme barriga, ¿Dónde iban a poder reposar dos enormes calabazas que tenía por tetas?


                Jesús González González ©

1 comentario:

lns Ángeles Sánchez Gandarillas dijo...

Buenas crónicas, Jesús y me alegro de que te vaya bien. Recuerdos de María Sarón.
Me pregunto, ¿si la barriga sirve para sujetar las mamas de las señoras, para qué sirve la barrigota de algunos caballeros?
Abrazo con sonrisa.
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