martes, 19 de febrero de 2013

QUERIDO ABUELO, V



RIESGO EN EL PÁJARO AMARILLO

Querido abuelo:

Como te prometí, te voy a contar una cosa que dijo papá que “casi” fue drama, pero que yo te aseguro que fue un susto “entero”. El domingo, después de carnavales, papá y yo fuimos a ver como recogen la “ocla”, los de fuera de aquí las llaman algas, que trae la mar hasta las playas y costas. Las marejadas de esta temporada las arrancaron del fondo del mar; hubo olas hasta de ocho metros. Llegamos en coche hasta las inmediaciones de la playa el Pájaro Amarillo, así se llamaba un avión que llegó sin repostar, en 1.929 hasta este arenal, fue el primero que con tripulación francesa que recorrió la distancia que hay desde los Estados Unidos hasta Europa; se les había acabado el combustible; y también, hace muchísimos años ponían hogueras para hacer encallar a los barcos y saquearlos, pasaba en muchos lugares.

Fuimos por la maña hasta el alto que hay después de Gerra y antes del camping, está en el alto del barrio Oyambre o Cantigerra..., no sé, me hice un lío. De todas maneras, abue, es un lugar que está en alto y se veía la mar entera, yo creo que si exagero un poco, veía hasta el Reino Unido; a lo mejor tienes razón en eso que me dices siempre “tienes ojos de oteador de ballenas”, por cierto, habíamos pasado por una torre de vigilancia que tiene la edad de diez abuelos, lo sé porque hice la cuenta, y también se utilizaban de antes para avistar ballenas y así cazarlas desde las traineras.

El sol iluminaba una playa larguísima que parecía comer olas. Me pareció la besamel que hacéis mamá y tú cuando la echáis despacio a la fuente. Las olas venían terminadas en puntillas blanquecinas y al llegar, levantaban la arena que la oscurecía. Había un montón de gente, unos trabajaban con tractores enormes y otros, paseaban mirando con curiosidad. Bueno, como nosotros.

La mar parecía enfadada, gruñía y parecía que amenazaba con entrar hasta la tierra, pero se iba otra vez, igual que cuando jugamos en casa a coger el pañuelo. Papá me dijo que estaba bajando la marea y pensé que si no, hubiera llegado a mojarnos en aquel alto, eran olas enormes. Cuando la mar sonaba menos, se oían los rugidos de los tractores y las voces de hombres y mujeres. – Tira ese chicote y amarra bien la carga... – Ese montón que trae Benigno tiene troncos de la riada de ayer, hay que seleccionar... -¡Cagüen la leche, cuidado con ese cable, que está roto!...

Los tractores entraban de culo a la mar con un enorme rastrillo que llevan atrás, levantado, y al llegar a las “manchas de ocla” de la orilla, lo bajaban para coger cuanto más y arrastrarla hasta la arena. Dice papá que este oficio empezó allá por los años cincuenta; lo hacían con parejas de vacas o de caballos y eran los hombres quienes se arriesgaban a entrar en el oleaje; él supone que irían amarrados con una cuerda. Otras personas recogían también lo que quedaba esparcido en la arena y lo amontonaban en pilas que luego extenderían a secar sobre los prados. Hay días que no pueden venir a recolectarla, porque los ríos, cuando llueve sin parar, arrastran tierra de sus orillas, y el agua de los montes ramas, árboles, yerba, frutas, y hasta animales del bosque y de las granjas, ¡pobrecitos! Una vez vi ovejas y corzos ahogados a flote e hinchados por la ría de Rubín que salían por la bocana al mar.

Comíamos unas avellanas que mi padre había tostado en el horno y que decía le sabían a las romerías de cuando era chico.
Aquellas personas no paraban de trabajar y además, parecía que estaban pegados a la arena, caminaban y se hundían en ella, como si fueran arenas movedizas o cuando tú y yo, abuelo, íbamos a pescar cámbaros para el arroz, que nos hundíamos en el fango y las botas se pegaban, decías que era por unos animalucos o criaturas que se llamaban "Fanguillos”. Pues eso, las olas hacían agujeros alrededor de donde pisaban. Le pregunté a mi padre si no descasaban y me dijo que el Paro -güelito, ese señor debe ser muy exigente- no les dejaba. Dice que esa ocla era especial y se llama “Gelidium”. La secan y le retiran los rabos, es otra ocla dura en forma de pequeños arbolitos sin hojas, las piedras y basura que traen del fondo del mar, una vez seca la empacan y vienen camiones a por ellas para llevarlas a las fábricas; allí las hacen polvo muy valioso y caro que se denomina “agar-agar”, un espesante natural que se utiliza en la alimentación, por ejemplo en los yogures, en productos de farmacia y en cosmética.

Veíamos como los tractores se adentraban más y más en la mar y que las olas les llegaba casi cubrir las ruedas. Me daba miedo verlos, pero como son grandes, ellos sabrían, aunque parecían enfadados, hablaban a voces y decían tacos muy raros; papá decía que juraban en “arameo”. 

La mar pasaba por encima del pico del cabo Oyambre como “Pedro por su casa”, sin avisar ni nada y salpicaba todo. Cuando seca el agua del mar en la ropa o en el suelo, queda pequeñas marcas blanquecinas y yo sé que es por la sal que tiene.

De pronto, vimos un tractor que se hundía en el agua. Nos parecía imposible porque estaba a la misma distancia que los otros. Nadie se daba cuenta, todos estaban a lo suyo. Papá y yo gritamos como locos y no nos oían; a papá se le saltaban las lágrimas y yo no sabía que hacer. Me dejó solo y bajó por el terraplén sin dejar de gritarles, arrastrando todo el cuerpo por las rocas; sangraba.

Yo miraba al hombre del tractor que no podía abrir la puerta y cuando se retiraba la ola, estiraba el cuello para respirar en la burbuja de aire que quedó en la cabina del tractor. ¿Sabes abuelo?, quise no ver tanto de lejos, porque hasta veía los ojos desorbitados de aquel hombre y su palidez, y el miedo en sus manos agarrotadas que empujaban el cristal. Y no estaba papá..., tuve frío por dentro, un frío como cuando la nieve se te cuela por la espalda. Te confieso que lloré, me daba igual ser mayor.

La gente quería llegar hasta el tractor pero la mar no dejaba, además, me dijeron después que en esa zona se arremolinan las corrientes y se hacen profundos y grandes agujeros, y si te paras en ellos, cada vez te hunden más. Volvían para atrás desesperados y se gritaban unos a otros. ¡Trae esa soga, la más gorda y amárrala a la otra; ayudadme a llevarla hacia adentro, que pesa; correr que se nos ahoga, por Dios, correr!

El hombre del tractor seguía dando golpes contra los cristales que no se rompían por la presión del agua y su miedo era mi miedo, y yo tampoco respiraba, ni podía moverme, ni veía a mi padre. Estaba igual de solo y el corazón me dolía, y los pulmones respiraban en corto y parecían que iban a estallar, y me dije: ¡H, piensa en positivo, va a salir!

Por fin se rompió un cristal de la cabina y la sangre salía de sus manos, se veía muy bien en el contraste de la espuma, y salió como pudo subiéndose sobre la cabina del tractor. Distinguí como respiraba y se agarraba para que no le llevaran los embates de la mar. Llegaron los hombres amarrados con las cuerdas y lograron que cogiera una. Los demás tiraban con fuerza para ayudarles a salir para que no se los llevara el mar. Cuando salieron del agua, recostaron al conductor del tractor en la arena y trajeron ropas y telas para curarle las heridas y quizá, abrazos para curarle el miedo; ayudaron a cambiarse a los demás, porque hacía un frío increíble y estaban mojados. En ese momento apareció papá subiendo por la pendiente. Llevaba el teléfono en la mano y hablaba con protección civil.

Abuelo, de verdad, creí que habían pasado horas desde que comenzó todo, pero tan solo fueron unos pocos minutos. Ahora sé que el miedo para el tiempo. Me abrazó muy fuerte y me dijo que el hombre estaba a salvo, aunque todavía no podía hablar, y que tenía hijos, uno de ellos era de mi edad. Él y mi padre habían jugado en el Barquereño de chavales.

Todo el grupo de pescadores de algas estaban terminaron sus labores, y esperaban que bajara del todo la marea para rescatar lo que pudieran del tractor, porque el agua de mar estropea y enroñece los motores por la salinidad.

Abuelo, papá dice que pudo ser un drama, yo digo que fue MIEDO entero y con mayúsculas, pues ese oficio de coger algas es peligroso y más, en algunas playas con mareas vivas y marejadas, y que la mar es un mundo aparte...

Yo le decía que ese señor, “Paro”, era cruel porque hacía arriesgar la vida y que si algún día yo le tropezaba, le diría unas cuantas cosas. Papá no me entiende y dice que yo no podré decirle nada a “Paro”, porque tiene muchos lugartenientes y no hay quien le diga nada.

Volvimos a casa y abrazamos a todos muy fuerte; mamá y mis hermanos nos miraban extrañados y papá, tenía lágrimas en los ojos.

Bueno abuelo, ya te contaré como sacan ocla desde el faro, en la ensenada de la Punta de la Silla; pásmate, dicen que lo hacen con una pluma. En fin, luego piensan que yo tengo imaginación.

Un abrazo eterno, como el que da la mar a la playa. Y otro de mis hermanos.

H.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
17-II-2013

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