Pues mira lo que inventé: Resulta
que en el Club de Lectura venimos a leer aproximadamente un libro al mes. Luego nos reunimos en la Biblioteca
Municipal, y bajo la dirección de Samuel Sánchez de Movelllan que es nuestro
bibliotecario, comentamos la obra leída.
Yo
al día siguiente, o a lo sumo al otro, no me recuerdo prácticamente de nada de
la novela. Y en la tertulia de
comentarios, me quedo con la boca abierta escuchando a los demás, que son
capaces hasta de saber con motivo de qué, llevaba la protagonista las bragas en
la mano.
Hoy
me inventé esto de hacer el comentario por escrito, porque si se me olvida para
el día señalado, cojo el papel, y lo leo.
La
novelita se lee en un “pis pás.” Es muy
corta y de una narrativa sencilla, pero sabe mantener el interés. A lo mejor un poco reiterativa por el excesivo celo del viejo señor Linh,
por su nieta. Aunque tanpoco es tanto teniendo en cuenta la situación.
Que debe joder un rato encontrarte en un país extraño con el cielo arriba, la
tierra abajo, una nieta de meses en los brazos, y sin conocer ni una palabra
del idioma del país que estás pisando.
A
mi me fastidiaron bastante los compatriotas del señor Linh que estaban en su
misma situación, y se mofaban de él. También
me molestó que los empleados de aquella casa de refugiados no pusieran el
cuidado suficiente en atender al bebé, pues por muy bien que pudiera hacerlo el
abuelo, no era lo suficiente.
Menos
mal que encontró a un señor gordo y
fumador que se ocupó de ayudarle a
vestirla. Era un tío cojonudo el señor gordo que sin mediar palabra alguna,
(bueno, palabras si mediaron, pero como si no, porque el otro no entendía ni
papa), logró hacerle feliz por unos instantes, y además, “feliz entre comillas”,
porque aquella felicidad no podía ser mucha, teniendo en cuenta todo lo que el viejo había dejado atrás. Además esta
felicidad del encuentro de los dos hombres, fue gracias a la muerte de la mujer
del tiovivo, que si la señora no estira
la pata, el señor gordo no va al
banco aquél a meditar su viudez, y no se
encuentra con el chino de marras.
También
me repateó un poco las tripas la coño intérprete de las narices, llamando “tío”
al pobre viejo. Vamos, como si fuera un colega de ella con el que cada día se fumara
un porro. Si Philippe Claudel que es el autor del libro y
el inventor del personaje le llamaba señor Linh, no sé porqué ella tenía
que tratarle con menos respeto.
Al
final me recordé de Alfred Hitchcok y su película Psicosis. La propaganda del estreno decía en aquellos
tiempos con grandes titulares: “No
cuente a nadie el final de la película.”
La reacción popular fue lo contrario: ¿Has visto Sicosis? – No. – Pues la
madre, era él. También a mí me entran ganas de hacer un comentario a
las risas de sus malvados compatriotas, pero me aguanto.
J. González ©
1 comentario:
Hola "hermosura”.
Veo que Claudel te conquistó y viviste esa historia como algo tuyo. Podemos llamarle escritor, con todas las de la ley, a quien despierta las emociones y te lleva con ella, sintiéndola, recreándote en un escenario que se viste también de nuestra realidad. Me gustaron estas pocas páginas, definiendo detalles y sentimientos en un escenario con dos personajes.
Abrazo.
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