Estuve
en Tenerife, y como siempre que voy, me acerqué a saludar a mi viejo amigo
David. David no debe llamarse David, porque David es un indio de la India, y
además de ser indio es también hindú. (Al menos, durante muchos años vi en su
comercio imágenes de los dioses Brahma, Shiva y Vishnu). Lo que ocurre es que los nombres indios, por lo que tienen
de difíciles, entorpecen las conversaciones comerciales, y cuando se
instalan en un país se encasquetan nombres del lugar. Por eso tiene un hermano llamado Ricardo y
otro Carlos, que tampoco se llaman así. De la familia, solo Renhu, que tiene el
comercio en el Puerto de la Cruz por
encima del Hotel Meliá, conserva su
nombre auténtico.
David
era un chaval cuando yo le conocí, y yo
tenía en aquel tiempo cuarenta años menos.
Le compré un tomavistas Super 8 porque mi amigo Chano era médico de su
familia, y esto me pareció como una especie de garantía de que no me iba a
engañar, y acerté. Además, nos hicimos amigos.
Después
David fue creciendo, y en otro viaje me
contó que al mes siguiente marchaba a la India para casarse con una mujer que no
conocía. Y siguió la tradición familiar, según me dijo porque su abuelo estaba
muy enfermo y sentía la necesidad de verle casado con la mujer que habían
elegido para él, antes de morir. Mas
tarde conocí a esta mujer que realmente es hermosa, y que a pesar de vestir al
estilo europeo tiene en su rostro el pequeño tatuaje que acredita la casta a la que pertenece.
David fue siempre un hombre cuyo semblante infunde
paz. Me contó un día que todas las
mañanas cuando se levanta, se sienta sobre un cojín que tiene en el suelo, a
meditar durante una hora. Cuando le pregunté qué meditaba, me respondió que
sobre las enseñanzas que su maestro espiritual le mostraba, y me aseguró que si
por cualquier motivo dejaba de hacerlo, se sentía insatisfecho lo mismo que si
no se hubiera duchado.
David
me sorprendió el otro día cuando después
que una clienta le compró delante de mi una blusa de seda natural, metió los céntimos de euro que la mujer le dio
en una hucha que tenía por un lado la imagen de Jesucristo y por el otro la Virgen del Carmen.
-
Pero David, tu no eres católico…
-Yo
soy católico, soy protestante, soy
anglicano, evangélico, mahometano, hindú, budista…
Y
a medida que hablaba me ponía sobre el
mostrador una hucha de cada religión, donde depositaba monedas según calculaba él, que sería la religión del cliente de turno.
-Dios
es uno. Solo uno, y las religiones no
las inventó Él. Las religiones las
inventaron los hombres. Yo estoy de
acuerdo con todos los que bajo cualquier
confesión, le tengan presente.
Cuando
me despedí me regaló un libro titulado “La Espiritualidad Básica” del hindú
Radha Soami
Jorge
es mucho más joven que David, y le conozco desde que nació. Jorge si se llama Jorge Es el cuarto hijo de
mi compadre Chano, y fue tan travieso de niño, que cuando fuimos a su primera
comunión, me preguntó muy serio el día antes:
-Jesús,
tu crees que ahora cuando haga la comunión se me irán los demonios del cuerpo?
Creo
que del todo no se le fueron. Hoy Jorge
es osteópata acreditado y tiene su
consulta en el número 3 de la Calle
Mocán del Puerto de la Cruz.
Cuando
me vio caminar renqueando se interesó por mis piernas, y cuando mi mujer se
quejó de sus rodillas se interesó por las de ella.
-Mañana
a las cuatro, ( las cinco peninsulares,) os espero en mi consulta.
Grande,
de salas espaciosas y aspecto entre gimnasio y quirófano. Yo miré a ver si por
las paredes había alguna imagen del dios Brahma o Shiva, porque salvo un
masajista para una dislocación de huesos
o cosa parecida, estas cosas naturales
me parecen tan artificiales, que no acabo de creer en ellas.
Coro
y Ruht guapas y sonrientes, nos recibieron una a cada lado de Jorge, quien
después de enseñarnos todos los rincones de la consulta, nos hizo tumbar sobre
la mesa quirúrgica que había en cada apartado. Inició a Coro en el masaje de mi columna
vertebral, y marchó a poner a Rhut en marcha sobre la columna de mi mujer. Jorge iba
y venía del uno al otro hundiendo los dedos de sus manos sobre mis
pobres huesos que aguantaron silenciosos los sucesivos embates.
Cuando
a ellos les pareció que la columna había sufrido lo suficiente, se ensañaron con mi muslo izquierdo. De vez en cuando Coro cesaba en su
tarea, se acercaba a mi cabeza, y se
agachaba para hacerme el rato agradable con
algún comentario simpático.
Sin
esperarlo llegó Jorge con una aguja en la mano preguntándome que tal aguantaba
yo los pinchazos, y casi sin darme tiempo a responderle, me la clavó en la
parte exterior del dedo pequeño del pie izquierdo
-¡Ostras…!
-. Le dije. Porque el “estocazo” dolió
un pelín. Después le pedí me explicara
que significaba aquel cacho de acero incrustado en semejante sitio. Me habló de energías negativas, de electricidad
estática y de otras cosas que a mi me
sonaron a chino, y dijo que aquella
aguja era el cauce por donde las harían salir de mi cuerpo.
Así, casi como esa Anne Germain que a veces sale en la tele
diciéndole a gente que conectó con el espíritu de su madre o su abuelo, para
decirle que está de puta madre en el sitio donde está y que no sufran por él.
Pero
con una diferencia: Que a los clientes de la tal mediun le caen unos
lagrimones gordos como puños porque iban predispuestos a creer todo lo que la inglesita de cara inocentona les
contara, y a mi, que iba dispuesto a no
creerme mucho de la incidencia de aquellos dedos sobre mis huesos y músculos, entre
Coro y Jorge, me aligeraron las
piernas de tal manera que pateé durante días las calles y avenidas del Puerto
de la Cruz como cuando tenía quince años menos.
Pues
eso, que entre David y Jorge me hicieron sospechar que aunque hay cosas
que a mi me parece que no, puede ser que
también pueda ser que sí.
J. González ©
1 comentario:
Hola Jesús.
Me ha gustado este reportaje de la vida, la enseñanza del sobrevivir y respetar a todos, con todos y en todos.
Sabiduría.
La plasmaste en unas letras que conquistan al lector.
Abrazo.
Lns.
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