miércoles, 23 de enero de 2013

PENAS DE CUENTO



(A mi hermano y al río Escudo)



Ven niña preciosa, acomódate en mi regazo que peinaré tu pelo negro y te contaré una historia antes de ir a la cama.

Había una vez una princesa en el bosque que estaba enormemente apenada y esa pena no cabía en ningún sitio, ni siquiera en un armario muy, muy grande, que usaba para guardar los recuerdos tristes. Llevaba esta pena siempre a rastras y de tanto cargarla, le hacía daño en su costado y lagrimas en sus bonitos ojos.

Se pasaba día y noche rebuscando sitio en los cajones y tras las puertas del armario de las tristezas, colocaba y recolocaba otras penas más viejas para ver si así podían guardar la que le hacía tanto daño. No conseguía apenas espacio; allí no cabía.

Todos los días, paseaba por el bosque y aireaba así su disgusto. Pretendía que al caminar se gastara y cupiera disimulado, en los nidos de gorriones, bajo una seta, entre los juncos...; no hubo manera, aunque algo conseguía, pesaba un poco menos. Recorrió infinidad de caminos y un día, halló una cueva pequeñita que se llenaba de luz con los reflejos del sol que emanaban de un pozo cercano; pensó que era un buen presagio.

Uno de esos días, cansada ya de caminar, encontró a un hada del bosque, tan hermosa como el cielo, con su pelo de colores y sus ojos, negro azabache. Aquella dulce hada extendió sobre los prados los luceros, las flores, y los ecos de las montañas. La dijo que eran todos los pensamientos y las penas superadas y que habían mudado del silencioso dolor hasta su manto y que ella, también le ayudaría a convertir los suyos en luminosos y en un eco menos triste. Nada la debería por ello pero habría un precio: Que sus ojos serían de diferente color, uno verde y otro azul, para poder ver la imagen de tu hermano en el río. La niña consintió en ese trato.

La hizo ver que esa pena hinchaba la memoria, y que por ello, no entraba en el pequeño hueco que había en el armario de tristezas.

Mas el Hada, que sabía de la vida, encontró la solución a esa desdicha.

- Mira, -dijo- has de ir junto a la fuente y cogerás el gran caldero, ¿lo recuerdas?, le has llenado con tus lágrimas; te he visto hace meses esconderlo tras el caño, entre las zarzas, y por ello, nadie sabe de tu llanto. ¿Te has fijado cuanto brilla?, es lucero en esta tierra y es la imagen de tu hermano que nos mira desde el cielo. Nos servirá para encoger este dolor que te atenaza.

Mientras el Hada retiraba aquellas zarzas y limpiaba el pasaje de los barros, la niña remojó en el caldero su pena, tal cual le dijo aquella hada. A medida que se hundía, encogía y su gris se convertía en transparente. La niña observaba como su hermano la miraba con ternura.

- Ahora coge toda el agua y lo llevas hasta el río y cerquita de la orilla, con cuidado, lo derramas poco a poco.

Eso hizo la chiquilla; gota a gota recorrió toda la orilla y a pesar de tener frío, consiguió se vaciara aquel caldero de la congoja en la memoria de su hermano. Cada gota que caía hizo trigo, rojas rosas y amapolas muy, muy blancas. Cada una que nacía la alegraba y a su vez, aquellas plantas derramaban sus semillas que flotaban por el agua a nacer en la otra orilla. Al poco tiempo, en las riberas, renacieron los jardines y un recuerdo que no pinchaba ni dolía, aunque, siempre estaba, y empapaba ese río el recuerdo en las orillas.

En aquel río hubo vida, hasta enfados cuando el monte deshelaba. Con ese agua se regaban los sembrados, satisfizo a los sedientos, y en sus aguas se bañaban los chiquillos; hubo peces y algunos cámbaros que criaban en el barro de la orilla, y la corriente del río Escudo, que así le bautizaron porque era quien amparaba de las penas, ayudaba a que el molino renacieran de los granos del maíz, las harinas muy doradas, y fue el espejo de los astros de la noche, compañía de parejas, de familias y de niños juguetones...; era energía.

Se asomaba a esa corriente y veía a su hermano transparente que pescaba como hacía de pequeño, que reía en el reflejo de las ramas de los robles y eucaliptos. La corriente acariciaba aquellas piedras engalanadas del verde musgo del recuerdo y llevaba las semillas a lugares más lejanos. Aunque también había silencios de cariño, sollozos y suspiros. Pero, aire y agua eran transporte de su hermano.

Aquel armario no hizo falta, aún así, el hada del bosque lo limpió completamente. Ahora era su esperanza por llenar y la niña ya sonreía...

La nietecita se había dormido y la abuela la introdujo en la cama, la cubrió con la colcha de colores, y le dio un beso. “Mañana, pensó, prepararía churros con chocolate y saldrían a pasear por la orilla del río Escudo”.

La chiquilla no sabía que su abuela mira, con sus ojos de diferente color, la imagen de su hermano que baja con la corriente del río. Tras el roble que ha crecido en una islita del centro de ese río, un hada la mira y sonríe...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
19-I-2013

No hay comentarios: